El proceso de paz en Colombia, en horas críticas
- El acuerdo de paz de Colombia, que costó cuatro años de negociaciones, atraviesa su peor momento
- El exjefe y negociador de las FARC, Iván Márquez, ha anunciado “una nueva etapa en la lucha armada”
- Vuelve a ver el reportaje de En Portada: La paz empieza mañana
El proceso de paz de Colombia, -el final de un conflicto que duró medio siglo y causó 220.000 muertos y 8 millones de víctimas-, atraviesa su peor momento. El exjefe y negociador de las FARC Iván Márquez, en paradero desconocido desde hace un año, reapareció este jueves en un video en el que anunciaba “una nueva etapa en la lucha armada”, un eufemismo con el que evitaba referirse a la vuelta a las armas.
La imagen de Márquez, acompañado de una veintena de hombres uniformados y armados con fusiles, no era precisamente tranquilizadora. Y aunque la reunificación de las FARC parece imposible, la vuelta a los tiempos de sangre y violencia empieza a contemplarse. Desde que se firmó la paz, el proceso ha estado plagado de obstáculos e incumplimientos. Los acuerdos costaron más de 6 años de negociaciones y pese al tortuoso camino recorrido, se convirtieron en uno de los grandes éxitos de la ONU, tan acostumbrada a fracasos e intentos fallidos.
La mayoría de los guerrilleros se han desmovilizado y las FARC ocupan diez escaños en el Congreso, garantizados por los acuerdos. Los disidentes constituyen un magma que protagoniza incidentes, amenaza a los campesinos y líderes indígenas e intenta hacerse con un pedazo del mercado de la droga. Pero la ausencia de un liderazgo claro, -hasta que Iván Márquez hizo saltar las alarmas-, mantenía la esperanza de que el proceso no descarrilaría.
Una generación sin bombas
Nadie dijo que fuera a ser fácil. Se estimaba que la consolidación del proceso de paz duraría más de una generación. Pero hasta los cálculos más conservadores reconocían que desde que comenzó el alto el fuego, se habían salvado miles de vidas. En el lado más generoso del conflicto han estado las víctimas y las regiones de Colombia más masacradas, como Cauca y el Valle, convertidas en un laboratorio para las políticas de paz y cediendo territorios para que los guerrilleros pudieran adaptarse a la vida civil.
Las tensiones entre la guerrilla y el gobierno; la actividad de los paramilitares y el riesgo de que la delincuencia común a gran escala ocupe el espacio dejado por las FARC, han ido minando el proceso de paz, que atraviesa horas críticas. Por primera vez en muchas décadas, hay una generación de colombianos que no ha conocido el sonido de las bombas. Es el débil hilo al que se aferran los que creen que la deuda contraída con los muertos y con los desaparecidos siempre será más fuerte que la llamada de las armas.