La moda, ese cuerpo inventado
- Una exposición que bucea en la estrecha relación entre cuerpo y moda
- Se pone en foco de atención en quién hace la moda y quién la luce
Recorrer la historia del vestido permite conocer los cambios sociales que marcaron cada época. Pero además ayuda a entender la fascinación, o la necesidad, de las personas de transformar su cuerpo inventando una nueva silueta. La figura humana se puede cambiar con distintos elementos que deforman al gusto la estructura corporal. Las modas a veces han oprimido el cuerpo, física y socialmente, y otras en cambio han sido liberadoras y han permitido que mujeres y hombres rompan con los cánones y las reglas convencionales para vestirse de libertad.
De todo ello habla la exposición El cuerpo inventado que acoge la Sala Azca (Madrid). “El cuerpo desnudo tan cual no existe, somos seres adornados”, dicen los comisarios Marta Blanco y José Luis Díez Garde. Juntos han repasado la moda de los últimos cien años y han llegado a la conclusión de que existen cuatro siluetas predominantes. Cuatro formas que son el hilo conductor entre distintas décadas y que tienen icónicos antecedentes en los siglos anteriores. “Las siluetas pueden convivir en el tiempo aunque el protagonismo de una de ellas será la que defina cada época”.
El recorrido se articula en cuatro ejes que corresponden a diferentes siluetas: tubular, triangular y de triángulo doble, globular y anatómica. En ellas vemos prendas que ocultan o revelan el cuerpo, que lo transforman o lo remarcan.
El viaje comienza con los vestidos tubulares que ocultan las formas femeninas tras un trozo de tela que cae en vertical hacia el suelo. El diseño de Lorenzo Caprile que la actriz Silvia Abascal llevó a la gala de los Goya en 2011 convive con icónicos vestidos de Jeanne Lanvin y Cristóbal Balenciaga, potenciando esos puentes estéticos que conectan distintas épocas.
La exposición analiza los cambios drásticos que renovaron los armarios. De la moda liberadora de los años 20 del siglo XX se pasó a la dictadura de la corsetería, necesaria para lograr aquellas cinturas tan marcadas que definieron la década de los 5o, bajo la batuta de Cristian Dior, presente en la muestra con diseños que beben de su trabajo como el traje de novia de Jean Louis que Rita Hayworth llevó en Gilda o el vestido en piel estampada de Leandro Cano lucido por Lady Gaga.
Porque esta exposición habla de costura pero también de mujeres y cuenta quién hizo cada vestido pero también quién lo llevó. Habla de Hubert de Givenchy y de Audrey Hepburn, de Bob Mackie y Marylin Monroe, de Emilio Schuberth y de Sofía Loren, de Gianni Versace y de Claudia Schiffer, de Jean Paul Gaultier y de Madonna.
La moda y el talento españoles también están representados con nombres tan relevantes como Cristóbal Balenciaga, Pedro Rodríguez, Pertegaz, Josep Font, Sybilla. De ella es uno de los vestidos que mejor define la importancia del patrón circular, “al que se llega por depuración del triángulo”, dice Blanco.
Es esta sección se refleja la obsesión por esconder el cuerpo y buscar otras zonas de seducción, “como la nuca, la espalda e incluso las muñecas”. Se trata, dicen los comisarios, “de una silueta vinculada con el arte, y una silueta reaccionaria que adoptan los japoneses y belgas como opción a las prendas de licra de Gianni Versace y Azzedine Alaïa”.
Esta exposición comienza con vestidos tubulares que esconden el cuerpo y termina con un ejercido de maniquíes con prendas muy ajustadas que revelan la anatomía corporal, jugando a vestir la piel. Como broche final se abre una ventana al desnudo, a esa tendencia de alfombra roja que viste para desvestir, haciendo que la piel forme parte del vestido. Un final que abre otras interrogaciones. ¿Dónde está el límite del cuerpo? Quizá la moda permita que no tenga límites. Quizá el límite es el mismo cuerpo.
En total pueden verse 78 vestidos y trajes, veinte de ellos icónicos, que proceden de distintos museos y colecciones privadas, y se enmarca en la agenda de Madrid Capital de Moda que pretende convertir sacar la moda a la calle y convertir la ciudad en un destino atractivo en el que pasen cosas para potenciar el turismo de compras.