'19 días y 500 noches': 20 años del disco que desnudó la voz de Sabina
- El álbum, que huyó de los efectos de sonido y del 'reverb', descubrió la auténtica voz "de lija" del cantautor
- El giro estuvo impulsado por el productor Alejo Stivel y dejó en 'shock' a la discográfica
Sobran los motivos para considerar que 19 días y 500 noches es la gran obra de Joaquín Sabina. El primero es que él mismo considera ese disco como “el más importante” de su vida, pero hay otra razón fundamental: ese es el álbum que permitió al ubetense desprenderse del "maquillaje" que lo acompañó durante años para mostrar, en el desnudo, la voz de lija que hoy se le conoce, esa que dejó en ‘shock’ a su discográfica y a sus seguidores hace ahora veinte años.
Fue el 14 de septiembre de 1999, con Sabina al borde de los “cuarenta y diez” y el siglo XX llegando a su fin, cuando se publicó ese trabajo de estudio que se tradujo en éxito de forma inmediata y convirtió al artista en mito.
Pero semejante alumbramiento no habría sido posible sin las particularidades del contexto y sin la influencia de Alejo Stivel, el productor del álbum, que animó al cantautor a dar un volantazo y optar por un sonido distinto.
Sabina sin artificios
19 días y 500 noches llegaba después de la tormentosa experiencia que supuso grabar Enemigos íntimos (1998) junto a Fito Páez y afloró justo en la época en la que el 'flaco', con su aireado amor por la noche, el güisqui y la cocaína, contribuía sin querer a perfilar su propio personaje, el que él mismo describe y desmonta en la canción Lo niego todo.
En aquel momento, finales de los noventa, eran muy frecuentes las largas noches de juerga en el piso de Joaquín, situado en los alrededores de la madrileña plaza de Tirso de Molina. A una de esas veladas acudió Alejo Stivel, excantante del grupo Tequila, quien al oír cantar al anfitrión entre amigos, deshinibido y con la voz rota le preguntó por qué no cantaba así en los discos.
“Le comenté que me gustaba mucho lo que oía, porque ahí, en la intimidad, rodeado de amigos, cantaba desde un lugar muy poco esteticista, muy libre”, explica Stivel en el libro Sol y sombra, una biografía que el periodista Julio Valdeón publicó en 2017.
Consideraba que Sabina tenía en los discos un sonido muy procesado, que la voz y los instrumentos estaban demasiado modulados y que abusaba del ‘reverb’. Así se lo comentó al jienense, sin que hubiese una intención oculta, asegura en distintas entrevistas.
Pero aquel comentario fue, como también relata el periodista Juan Puchades en el libro 19 días y 500 noches. Sabina fin de siglo, el detonante para que Sabina -a pesar de su fallida experiencia con Páez- le pidiese a Stivel que produjera su próximo disco, confiando nuevamente en una persona ajena a su núcleo duro, es decir, a Pancho Varona y Antonio García de Diego, que están a su lado desde los años 80.
Del 'reverb' a la voz de lija
Aceptado el reto, la meta era buscar para 19 días y 500 noches un sonido de maqueta, sin ornamentos en la voz ni en la música. De hecho, a Stivel no le importaba tanto el virtuosismo en los instrumentos y, por eso, animó a Sabina a que también tocara la guitarra en la grabación de algunos temas.
Como resultado, el cantautor disfrutó, desde el punto de vista creativo, de los meses "más felices" de su vida y gran parte de ese tiempo lo pasó dentro del estudio malagueño El Cortijo, al que se trasladó con sus músicos durante mes y medio.
El trabajo allí se repartió en sesiones diurnas y nocturnas: Stivel trabajaba sobre todo de día y Sabina siempre de noche junto a su íntimo amigo Antonio Oliver, quien estuvo presente en todo momento durante la grabación para ayudar al cantante con la voz y para acompañarlo, de paso, con los vicios.
El 'shock' por el nuevo sonido
La aparente desnudez que caracteriza a todos los temas del álbum es fruto de un exhaustivo trabajo en equipo que exigió muchas horas de laboriosa grabación y mezcla, y una gran dedicación al tratamiento de la voz de Joaquín, carente ya del más tenue maquillaje.
Para extraer todos los matices y pliegues de la voz del cantante, el productor incluso le había hecho cantar pegado al micrófono, algo a lo que no estaba acostumbrado.
“Le insistí en que se olvidase de ser un cantante, y fuera un decidor, a la manera de Tom Waits o Serge Gainsbourg o un Chevalier, tíos que no son cantantes clásicos, pero que saben decir las cosas. Y creo que fue un acierto. Tenía la voz mucho más gastada y rota, y yo había cogido esa aspereza”, le comentó también Stivel al cantautor y periodista Joaquín Carbonell, que publicó en 2012 Pongamos que hablo de Joaquín: Una mirada personal sobre Joaquín Sabina.
Cuando Carlos López, en aquel momento director de Ariola-BMG, y Paco Martín, director artístico, escucharon la primera canción del esperado disco entraron en ‘shock’, se miraron asustados y dijeron: “¡No canta!”, reveló Stivel al periodista Diego Manrique en una entrevista en El País en 2007.
Los directivos de la discográfica tuvieron que acostumbrarse, como los propios seguidores de Sabina, a la nueva voz del maestro.
Sonaba “como si se acabara de levantar y estuviera a punto de toser”, describió el periodista Javier Menéndez Flores en Perdonen la tristeza (2000), otro de los retratos biográficos más completos que se han publicado sobre Sabina.
Quien fue muy crítico con el cambio es su fiel Pancho Varona: “Alejo se pasó de sequedad y de acritud. La voz no es que esté seca, es que está agria. Me cuesta escuchar este disco porque pienso que tienen que estar más cuidados instrumentalmente”, le contó a Puchades.
También García de Diego opinó que la voz estaba demasiado “cruda”, pero lo cierto es que el álbum se colocó en los primeros puestos de las listas de ventas en cuanto salió al mercado. El público abrazó el giro y aplaudió desde el inicio trece temas de un nivel que está al alcance de muy pocos, con letras precisas y un sonido muy personal en el que confluyen multitud de géneros musicales.
"Acepté mi voz tal como era"
En 19 días y 500 noches están de algún modo Bob Dylan, Leonard Cohen, José Alfredo Jiménez, Georges Brassens, Bambino y los Beatles, pasados, eso sí, por el filtro 'sabiniano', que mezcla la rumba con el 'rock&roll', la alegría con la tristeza, y el amor… con lo que surja.
“Lo cierto es que mientras lo hacíamos, y hasta después de unos pocos años, no me di cuenta de que ‘19 días y 500 noches’ era lo que digo ahora: el disco de mi vida, mi mejor disco, incluido el último que he editado (Lo niego todo). Sigue siéndolo para mí. Entre otras cosas, porque acepté mi voz tal como era. No solo la acepté, sino que pensé que así suena como es. Es un disco muy desnudo. Y eso me gustó mucho”, le confesó Sabina a Puchades.
Y esas declaraciones, a sus “cuarenta y treinta”, son quizá el motivo más contundente de todos los que podrían desgranarse para considerar que 19 días y 500 noches es la obra magna de Sabina. Es el disco del desnudo y, sin embargo, lo vistió de gloria.