Ceija Stoja: la pintora que gritó el genocidio nazi contra el pueblo gitano
- La artista es referente en la denuncia de los crímenes contra la etnia romaní durante la IIGM
- El Reina Sofía expone por primera vez la obra de Stoja, recluida de niña en tres campos de concentración
A los 54 años la austriaca de etnia romaní Ceija Stojka sintió la necesidad de gritar el horror y ya no paró. Gritó con pinturas, documentales y varios libros autobiográficos que dictó a uno de sus hijos, ya que era analfabeta.Todo salió de golpe a modo de catarsis: los cuervos como augurio funesto, las calavéras, el humo negro y la incomprensión de una niña frente al mal absoluto.
Stojka contaba solo 10 años cuando ella y su familia fueron deportados por los nazis durante la IIGM: pertenecían a un clan gitano nómada.
Al padre se lo llevó la Gestapo. La madre y cinco de los hermanos fueron recluidos en campos de concentración. La pequeña pasó por tres (Auschwitz-Birkenau, Ravensbrück y Bergen-Belsen).
Un infierno en la tierra al que sobrevivió de milagro. En 1945 madre e hija fueron liberadas por los Aliados y recorrieron a pie durante tres meses toda Alemania hasta alcanzar Viena.
Ceija Stojka rehízo su vida, tuvo tres hijos, pero guardó silencio del dolor hasta que lo rompió en su madurez para gritar al mundo los crímenes del 'porrajmos' (en caló, la persecución racial y el genocidio de la comunidad gitana durante la Alemania nazi).
En Austria, el 90% de la población romaní y sinti fue exterminada (En Auschwitz existía “un campo familiar gitano” que fue liquidado en 1944), según atestigua Gerhard Baumgartner, director del Archivo de la Resistencia Austríaca.
En el resto de Europa, como las comunidades gitanas estaban menos organizadas que las judías, es más difícil evaluar el número total de asesinados, aunque los historiadores lo cifran entre los 220.000 y el medio millón de personas.
Un episodio negro y difuminado en el olvido al que la artista (fallecida en 2013) puso cara como portavoz de su etnia en los años 80 y 90 en Austria. Su denuncia excepcional ha contribuido al reconocimiento oficial del genocidio y su obra, testimonial y poética, se ha convertido en canónica. “No quiero que se olvide”, relataba la pintora y escritora en una de sus biografías.
La memoria del horror
Un camino a la memoria vía un arte orillado en la marginalidad y con poco hueco en los circuitos museísticos internacionales, que ahora rescata el Reina Sofía de Madrid. Por primera vez, un centenar de obras de la artista se pueden ver en nuestro país en una exposición que es testimonio desde el título: Ceija Stojka. Esto ha pasado (hasta el 23 de marzo de 2020).
Arranca de forma cronológica con pinturas que anteceden al horror: son los tiempos de la infancia, idílica y campestre, junto a su familia que pertenecía a una larga estirpe de criadores de caballos romaníes pero asentada en Austria desde hace siglos.
Después vendría el desgarro de la reclusión y las torturas. La voz pictórica de la autora es naif en apariencia pero de factura enérgica y colores vivos. Golpea en su expresionismo.
Stojka traza con pinceladas rápidas de acrílico sobre lienzo y papel. A veces solo con los dedos, otras utiliza directamente tierra en una nueva evocación orgánica. Cada obra viaja acompañada de un brevísimo texto demoledor.
Son pinturas cuadradas, inspiradas en el terror marcial de las SS, pobladas de fantasmas sin rostro (las víctimas) o de figuras siniestras (los verdugos) como el de la guardiana nazi Dorothea Binz, que azotaba a los prisioneros hasta la muerte en Ravensbrück y aparece en Sin título (2001).
En el campo de concentración nadie podía escapar a la vigilancia como atestigua un enorme ojo inyectado en sangre, que se asoma a los abismos del terror entre esvásticas y alambradas [Ver la foto que encabeza esta noticia].
Y más símbolos: Stojka firmaba siempre sus creaciones con el dibujo de una rama. Gracias a la savia que bebía de los árboles que encontraba pudo mantenerse con vida en condiciones infrahumanas al salir del campo de Bergen-Belsen. Verduras, frutas y flores abundan en sus creaciones. Y muchos girasoles a los que ella llamaba la flor de los romaníes en sus “pinturas de luz”.