La cerámica de Talavera, una seña de identidad a ambos lados del Atlántico
- La UNESCO reconoce a la alfarería talaverana como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad
- Elaborada a mano, su técnica y sus colores permanecen prácticamente invariables desde el siglo XVI
La eclosión de la cerámica de Talavera, reconocida desde este jueves por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, tuvo lugar en la España del Siglo de Oro con el florecimiento de este tipo de alfarería en las localidades toledanas de Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo, sobre todo durante el reinado de Felipe II. De forma paralela, la técnica talaverana caló hondo en México, conformando un estilo que se ha mantenido fiel a la tradición a ambos lados del Atlántico.
La llegada a España del ceramista italiano Niculoso Pisano –quien desde Sevilla extendió su influencia por alfares de toda la península- y de maestros flamencos como Jan de Floris, dio a la loza talaverana algunos de sus aspectos más característicos, como su paleta cromática, formada por azules de cobalto, negros de manganesos, verdes de cobres, amarillo de antimonio y naranjas de óxido de hierro. También se distinguía ya otro de los factores distintivos de esta cerámica, el vidriado.
Esos elementos permanecen prácticamente invariables seis siglos después, así como la elaboración y la decoración a mano de cada una de sus piezas.
Solo se han introducido algunas innovaciones inevitables como los hornos eléctricos y de gas –en lugar de los de leña que se usaban tradicionalmente- así como la introducción del llamado ‘fundente’, un elemento que se mezcla con el esmalte, que antiguamente era de plomo y que, desde la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1986 hubo que modificar.
La gran difusión que alcanzó la cerámica de Talavera en los siglos XVI y XVII se debió, en buena parte, al gusto de la aristocracia y la realeza española y europea por el uso de sus vajillas y a la decoración con azulejos talaveranos de edificios como el Alcázar de Madrid.
Auge de la cerámica en Puebla de México
Esa difusión le permitió llegar al Nuevo Mundo, de la mano de los franciscanos, que introdujeron la técnica talaverana en Puebla de México, donde alcanzó un gran auge. Tanto que, en México, cualquier cerámica vidriada se denomina ‘talavera’.
Aunque con un matiz propio, sobre todo en los motivos decorativos, la cerámica poblana ha mantenido su esencia desde el siglo XVI. Esa es una de las razones por la que, en la candidatura presentada a la Unesco por la asociación Tierras de Talavera se incluya no solo la cerámica artística de Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo sino también la elaborada en Puebla y Tlaxcala, como parte de una misma técnica tradicional.
La llegada de los Borbones al trono español y su gusto por el arte francés supuso un retroceso en el interés por la alfarería talaverana, que prácticamente llegó a desaparecer con la destrucción de alfares que llevaron a cabo los ejércitos napoleónicos durante la Guerra de la Independencia.
Edad dorada, a inicios del siglo XX
Hubo que esperar a inicios del siglo XX, con la llegada a Talavera de la Reina del pintor Juan Ruiz de Luna, para que la cerámica viviera una nueva edad dorada. Desde su fábrica de la Virgen del Prado, Ruiz de Luna y su socio, Enrique Guijo, apostaron por recuperar el carácter renacentista de la alfarería.
Esta circunstancia dio paso a una nueva etapa de prosperidad que llevó a la apertura de nuevos alfares en Talavera y en Puente, en muchos casos dirigidos por ceramistas que habían trabajado con Ruiz de Luna.
Lo principal fue mantener de modo inalterable la forma de producción de esta alfarería, realizada a torno para, después de una primera cocción, ser esmaltada y decorada, antes de la segunda y definitiva cocción.
Una técnica que se ha mantenido inalterable y que solo se ha visto modificada en sus formas y motivos decorativos, inspirados por una nueva generación de alfareros que, desde 1983, se forman en la Escuela de Cerámica, cuya apertura consiguió la vieja aspiración de oficializar una técnica que, desde siglos atrás, se transmitió boca a boca entre las distintas generaciones de ceramistas que hoy ven de este modo reconocido un oficio que es, sobre todo, una seña de identidad.