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Sudán

Alaa Salah: la foto de la revolución y el fin de la dictadura en Sudán

  • Su icónica foto la ha convertido en una especie de reina nubia del siglo XXI en Sudán
  • La fiscalía acusa al expresidente Al Bashir de ser responsable de los asesinatos cometidos en las manifestaciones

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Las mañanas de RNE con Íñigo Alfonso - Alaa Salah: la Reina Nubia de Sudán del siglo XXI

En cuestión de minutos, con 22 años, se convirtió en un icono de la revolución en Sudán. Alaa Salah no era consciente de que miles de móviles inmortalizaban su imagen y a partir de ese momento pasaba a formar parte de la historia de su país.

La foto en la que aparece cantando “libertad, paz y justicia” subida en un coche, con el dedo señalando hacia el cielo y rodeada de la multitud en una plaza de Jartum, se hizo viral y fue un símbolo de las movilizaciones populares que derribaron al régimen de Omar Al Bashir, que llevaba tres décadas en el poder.

Las imágenes de aquel 8 de abril convirtieron a esta estudiante de arquitectura en la reencarnación de la Reina Nubia, la kandaka, como se conocía a las antiguas reinas del país africano. En este caso, Salah sería su representación en el siglo XXI. La revolución en Sudán ha sido protagonizada por ellas, que eran más del 70% de los manifestantes.

Una foto que cambió su vida

“En esa foto no me veía a mi… veía a la mujer sudanesa: su lucha, su fuerza, su voz y todo lo que representa”, explica en una entrevista con Radio Nacional de España. Reconoce que jamás imaginó cómo aquella foto iba a marcar su vida y, sobre todo, que iba a ser parte de un momento histórico, que ponía fin a una dictadura que pretendía “aniquilar” a las mujeres, que aún sufren una “marginación” pese a ser los pilares de la sociedad sudanesa.

En esa foto no me veía a mi… veía a la mujer sudanesa

Reconoce haber sentido miedo. Al principio, su madre le pedía que tuviese cuidado, le preocupaba que su hija participara de forma tan activa en las manifestaciones. "Cada vez que salía, no sabía si iba a volver a casa”, reconoce Salah, pero añade que cuando regresaba crecía su perseverancia. Así se lo explicaba a su madre: "Era lo que nos pedía Sudán, teníamos que salir a la calle para exigir el cambio. ¿Quién lo iba a hacer por nosotros? ¿Qué pasaría si todas las madres tuvieran miedo?".

Salah insiste en que ella era tan solo una más entre la muchedumbre de jóvenes. "Al principio todos teníamos miedo”, señala, un obstáculo que superaron el día que consiguieron plantarse masivamente frente a la sede del gobierno. Se enfrentaban “cara a cara” con las fuerzas de seguridad, “con toda su artillería de represión” y que frente a las manifestaciones pacíficas respondían con “amenazas, gases lacrimógenos, detenciones y tortura”.

No pretendía ser un icono

Explica que no escogió el camino de la política. "Jamás pensé encontrarme donde estoy ahora”, reconoce, convertida en el rostro de una revolución que han cantado mujeres y jóvenes que quieren respirar aires de libertad. No disfrutaban de “derechos básicos” y pone como ejemplo la ley de orden público, que castigaba a las mujeres con 40 latigazos por llevar pantalones, abolida por el nuevo gobierno de transición, que tiene tres años por delante para establecer un sistema democrático y “celebrar unas elecciones justas y creíbles”.

Lo que quieren, asegura Salah, es “vivir en un país libre”. “Tenemos mucha esperanza pero estaremos muy atentos”, advierte sobre los pasos del actual Ejecutivo. Si no funciona, están dispuestas a volver a volver a manifestarse. "La calle ha sido nuestro medio para hacer llegar nuestra voz y siempre podemos volver a las calles”, apunta.

Le brillan los ojos, su sonrisa es contagiosa, es contundente con cada palabra y con firmeza confiesa sentir mucha responsabilidad. "Tengo una gran carga sobre mis hombros”, afirma. A la vez siente orgullo. Llevaban desde diciembre de 2018 saliendo a las calles, sentía que no existían para el resto del mundo. "Había un silencio informativo sobre lo que estábamos viviendo”, rememora, pero quizás esa imagen ha devuelto el foco a un pueblo que “perdió el miedo a la muerte”.

Un largo camino

Detrás de su dulzura emana perseverancia. Salah es plenamente consciente de que el camino es largo, de que sólo es el principio; ha llegado a la conclusión de que “las dictaduras están agotadas” y que al final “gana la voluntad del pueblo”.

Esa foto fue importante para los sudaneses y en un futuro podría llevar a Alaa Salah a puestos de responsabilidad en su país. Aunque de momento no está en sus planes presentarse a las elecciones ni ocupar cargos políticos, reconoce estar dispuesta a dedicarse a su gente que, dice, necesita a mujeres jóvenes y valientes.

“Después de terminar mi formación”, puntualiza, “si el destino decide que tenga que hacer política, creo que va a ser más una cuestión de deber que de honor. Pero estaré dispuesta”.

Sabe lo que quiere: un Sudán también para ellas. “Tenemos un país, lo queremos nuestro con libertad y dignidad”, sentencia, y por ello entiende que para construir los sueños hay que arrimar el hombro. Un país para nuevas generaciones, dispuestas a construirlo y en el que puedan realizar sus sueños las jóvenes reinas nubias.

La revolución del pan

Sudán llevaba gobernada con mano de hierro por Omar Al Bashir desde que accediera al poder mediante un golpe de estado en 1989. En abril de 2019, tres décadas después, fue derrocado cuando el ejército le retiró su apoyo. Todo después de cuatro meses de protestas en las calles.

Manifestaciones que se habían iniciado en diciembre de 2018 en contra la subida de los precios del pan y otros productos básicos en el marco de un paquete de medidas adoptadas por el gobierno para satisfacer las demandas del FMI y tratar de aplacar una inflación galopante de más del 70%. La gente se plantó.

Los problemas económicos venían de largo en un país que ha atravesado varias guerras civiles y hambrunas pese a contar con reservas de petróleo. En 2011, Sudán del Sur se independizó y Jartum perdió gran parte de su oro negro.

Movilización sin precedentes

La movilización sin precedentes, con apoyo de las clases medias y especial protagonismo de la Asociación de Profesionales Sudaneses (médicos, profesores, abogados, periodistas, etc.) diciendo basta y apoyando una revolución no violenta, continuó tras el derrocamiento, temiendo que se hubiera apartado al presidente pero se perpetuara el régimen. Pedían libertad, democracia y justicia. Hubo represión violenta con decenas de muertos y centenares de heridos.

Finalmente, en mayo, la junta militar y la oposición política acordaron un periodo de transición de tres años con un parlamento en el que los movimientos ciudadanos tienen representación. Al término de ese periodo, deberían celebrarse elecciones.

Hace pocos días, el expresidente Al Bashir ha sido condenado a dos años de detención por un delito de corrupción que cumplirá en un reformatorio y no en la cárcel por su avanzada edad. También ha sido acusado por la fiscalía como responsable de los asesinatos cometidos durante las manifestaciones que acabaron con su satrapía, pero aún no hay fecha para el juicio.

Sigue pendiente la resolución más importante: la del arresto internacional que la Corte Penal Internacional ha dictado hasta en dos ocasiones (2009 y 2010) por el genocidio de Darfur en el que según la ONU fueron asesinadas 300.000 personas y se forzó el desplazamiento de 2,5 millones. Nunca hasta entonces el organismo había solicitado la detención de un presidente en activo, aunque nunca se ha consumado esa petición.

Los conflictos de Darfur y el de la región del Kordofán siguen latentes mientras el tercer país más grande de África trabaja en su transición.