La estación de tren mágica del Circo Price
- El espectáculo de Navidad se inspira en la fantasía y en la época dorada del circo a mediados del siglo XIX
El domador de caballos irlandés Thomas Price recaló en 1853 en Madrid, fundó el circo con su nombre, que levantó su primera carpa en el Paseo de Recoletos. Y dio en el blanco.
El emprendedor señor Price, descendiente de una insigne estirpe de acróbatas, conectó con la época de oro del espectáculo circense en la capital, y en el mundo entero, a mediados del siglo XIX. El público abarrotaba los teatros donde equilibristas y clowns brillaban con números mudos hilvanados por la emoción.
Desde entonces, el Teatro Circo Price ha vivido muchas vidas (resurgió de sus cenizas en 2007) pero en el siglo XXI viaja en el tiempo con su espectáculo familiar de esta Navidad [Hasta el 5 de enero].
La pista madrileña recupera la tradición clásica con un aura hipnótica de cuento donde se materializan adivinas, caballos saltarines de tela, forzudos, bufones y criaturas fantásticas, que acompañan a los números de circo de alta precisión.
Del blanco y negro al colorido brillante
Se apagan las luces y el Price se transforma en una estación de tren victoriana-con una impresionante locomotora construida a tamaño real- y el vestuario de sus pasajeros en una reproducción detallista de los trajes de hace más de un siglo. Un puzle con más de 500 piezas en el que se han imprimido los tejidos y un impacto visual puro de colores brillantes.
“Los trajes se han elaborado después de una investigación importante porque todas las fotografías de la época son en blanco y negro. Tuvimos que ir deduciendo los colores a través de programas informáticos y tecnología en 3D. También hay otros colores que no sabemos si existían pero para los rojos hemos escogido los que más coincidían en los libros de historia del arte”, explica Abel Martín, director de la Compañía la Fiesta Escénica, creadora del espectáculo.
El protagonista de esta fábula viviente es Don Búho. Un pájaro animado que habita en una cúpula que llena el escenario donde comparten espacio un reloj fluorescente y unas escaleras.
Mientras, por la pista desfilan 57 artistas nacionales e internacionales de teatro, danza o deporte: desde patinadores a malabaristas que juegan con bastones voladores.
Es el caso de la japonesa Chiho Honjo que entrena de cuatro a ocho horas al día en un ejercicio de habilidad continuo pero también de “emoción y pasión” en cada movimiento, cuenta a TVE.
Y se obra el milagro: los pequeños espectadores observan boquiabiertos los saltos a la comba al unísono-una de las acrobacias más aplaudidas- o los zigzagueos imposibles con pelotas gigantes sobre varios toboganes. Un arte en extinción y un tributo al espíritu original de la “belle epoque” del circo.