Putin, cambiar para perdurar
- La Constitución de 1993, que otorga poderes casi absolutos al presidente de la Federación Rusa, se va a reformar
- Putin acaba su mandato en 2024 pero podría optar a ser primer ministro o a presidir un Consejo de Estado reforzado
Las pantallas gigantes en las calles de Moscú parecían la dosis de novedad con la que al Kremlin siempre le gusta aderezar los discursos de Putin. Pero la sorpresa alcanzó el grado de terremoto político tras el inesperado anuncio del 15 de enero, que ni los propios miembros del gobierno parecían conocer.
La Constitución de 1993, que otorga poderes casi absolutos al presidente de la Federación, se va a reformar. Según Putin, para dar más peso al Parlamento en la formación del Gobierno. Y dotar de influencia a un Consejo de Estado ahora consultivo e irrelevante.
Mientras los medios pro Kremlin destacan que se ha abierto la vía hacia un mayor parlamentarismo y equilibrio del poder. Es decir, más democracia. Los críticos ven justo lo contrario: una maniobra de un sistema autoritario para perpetuarse, preparando el escenario para que Putin siga manejando los hilos más allá de 2024, cuando termina su mandato presidencial.
Él mismo dice no querer modificar la Carta Magna para permitir un tercer mandato consecutivo. Así que su intención apunta a un cambio de rol. Tal vez volver a la Casa Blanca de Moscú, en calidad de primer ministro, como hizo en 2008. O, más probable, presidir un Consejo de Estado reforzado.
Esto le permitiría ser árbitro entre los distintos poderes, una vez repartidos, y convertirse de forma vitalicia en líder incuestionable de la nación. Algo parecido a lo que el año pasado hizo el también eterno dirigente de Kazajstán, Nursultán Nazarbáyez, tras dimitir sorpresivamente como presidente a sus 78 años.
Las protestas hacen mella en la popularidad de Putin
De momento, la consecuencia inmediata en Rusia ha sido la dimisión en bloque del Gobierno de Medvedev. Fiel escudero y pararrayos de Putin, el primer ministro venía absorbiendo en los últimos años el malestar de los rusos por la continua pérdida de poder adquisitivo y también de libertades.
Hasta la altísima popularidad de Putin empezaba a resentirse tras las fuertes protestas por el retraso en la edad de jubilación o la falta de democracia en las elecciones municipales del pasado septiembre en Moscú, en las que se excluyó a decenas de opositores. Quizás en previsión de que la situación pueda empeorar, el Kremlin ha decidido actuar sin demora.
Solo así se entienden las prisas por reformar la Constitución antes del verano. Y el previsible adelanto de las legislativas del año que viene. De esta forma, el putinismo aspira a refrendar cómodamente su amplia mayoría en las urnas para mantener el control antes de sufrir un mayor desgaste.
"Los rusos quieren cambios", reconocía el propio Putin en su discurso sobre el Estado de la nación. Y ese cambio es el que ahora deberá ejecutar el gobierno de Mijail Mishustin, su elegido para intentar mejorar la economía y el nivel de vida de la población.
La sucesión de Putin, la gran incógnita
Se trata de un gris tecnócrata, desconocido para los ciudadanos pero no para Putin, con el que jugaba al hockey. En su hoja de servicios, haber modernizado y hecho más eficaz el Servicio Federal de Impuestos. Una labor, que esperan, pueda extender a otras administraciones de la burocrática Rusia.
Salpicado por acusaciones de corrupción, Medvedev se va de momento a la recámara. Será vicejefe en el poderoso Consejo de Seguridad ruso. Un puesto discreto pero importante creado para él. Sin descartarse que Putin pueda requerir de nuevo en el futuro a su delfín.
La sucesión del único líder que ha conocido este país en dos décadas sigue siendo el gran enigma. Esto es solo el pistoletazo de salida hacia una posible transición, pero todos los caminos están abiertos. El mayor seísmo político del último cuarto de siglo en Rusia amenaza con más réplicas, hasta que acabe de definirse qué papel jugará Putin y a quién le entregará finalmente su trono.