Los 'curritos', en primera línea del coronavirus: "Estamos padeciendo esto más que nadie"
- Empleados de supermercados, bancos o mensajerías forman parte de servicios esenciales
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A las 20 horas cada noche, las ventanas estallan en aplausos y cantos. A la misma hora, repartidores de comida a domicilio sirven la cena a algunas de esas familias. Las entregas se dejan a un metro de la puerta para evitar contacto. “Me sorprende lo que entrego sí, a veces me parecen caprichos", dice Hugo, veinteañero rider madrileño que no quiere identificar a su empresa para la que trabaja. “No puedo dejar de trabajar aunque se gane poco”.
Más allá de sanitarios y fuerzas de seguridad, empleados públicos y privados de servicios considerados esenciales en el estado de alarma atienden a clientes cada día, exponiéndose al contagio del coronavirus, que ya ha dejado 500 muertos y unos 11.400 infectados en España. Muchos denuncian la poca protección con la que cuentan, otros asumen su labor -ya sea con orgullo de deber público o con resignación-, y muchos se sienten también afortunados en un contexto de pérdidas de empleo generalizadas.
Encarni es cajera de Mercadona, zona cero del contacto social la semana pasada, en Cartagena. “Han comprado sin control, compulsivamente, pero la gente se ha concienciado ya: se cuidan las distancias y tenemos guantes, mascarillas y gel”, describe. “Hago mi trabajo como siempre. El miedo no es a contagiarme sino a contagiar, pero esto es cosa de todos y hay que tirar para adelante”.
Carencia de mascarillas y guantes
La falta de material, sin embargo, es total para los trabajadores de recogida de basura de Madrid: no tienen mascarilla y solo disponen de un par de guantes para toda la jornada. La empresa ha decidido fraccionar los turnos para evitar coincidencias en los vestuarios, pero no es suficiente.
“Nos dicen que guardemos la distancia de seguridad de un metro. Pero nos cambiamos en los vestuarios taquilla con taquilla”, explica uno de los trabajadores. “En la cabina de un camión vamos tres personas metidas: la distancia es de centímetros y no llevamos mascarillas. Y con un par de guantes para todo el día no puedes ni comer un bocata”.
Los transportistas encargados del abastecimiento de supermercados han modificado sus rutinas. “Ahora desinfectamos la cabina cada día”, explica Brey, 43 años, transportista de supermercados Froiz en Galicia. “Vamos con mascarilla, guantes, gel y hemos acortado el contacto con el cliente al dejar la mercancía".
““En un camión vamos tres personas metidas sin mascarillas”“
Desde una sucursal bancaria de un pueblo de Pontevedra, observan que la rutina completa de algún jubilado continúa. "El que está jubilado va a comprar el pan, a la farmacia, al médico, y de paso al banco a poner al día la libreta", explica una empleada de una sucursal en la que han colocado una cinta de vinilo en el suelo para mantener la distancia y limitar la entrada a un solo cliente.
"Sí, porque ayer (16 de marzo) había tanta gente como cualquier lunes. Alguna persona nos llegó a decir que no sabía que estábamos en alerta porque no ve la tele. La gente trabaja en sus negocios para no perder dinero", opina.
““Alguno nos ha dicho que no sabía que estábamos en alerta porque no ve la tele”“
“La gente sigue comprando gafas de sol o ropa”
Correos ha reducido a solo tres horas la apertura de sus oficinas, pero los mensajeros no paran. Conchi, una de ellas, denuncia que carecen de gel y, hasta ayer, de guantes. Asume estoicamente su labor, aunque lamenta que los envíos vayan más allá de lo imprescindible: “La gente sigue comprando gafas de sol o ropa”.
Manuel, 63 años, conserje de una comunidad de vecinos en Pozuelo, comparte por turnos una garita con tres compañeros, cobrando el salario mínimo. "Ahora ya nos han puesto dispensadores de gel, pero los primeros días nada. Hay vecinos que te hablan a un metro, otros no y qué vas a decirles. Quizá hay que cerrarlo todo, pero tengo que trabajar. Los curritos estamos padeciendo esto más que nadie".
El Corte Inglés de Méndez Álvaro en Madrid es un decorado de ciencia ficción. Solo el supermercado de la tercera planta permanece abierto y trabajadores de los departamentos ya clausurados, con mascarillas y guantes, guían por un laberinto acordonado a los espaciados clientes. Una dependienta de bricolaje se encarga de limpiar y desinfectar cada carro antes de ser entregado. Y un camarero de la cafetería regula la cola en caja para que se guarde la distancia de seguridad. "Esto va a durar meses y hay que resignarse", dice un dependiente.
Con suerte, volviendo a Encarni, la crisis nos deje lecciones. "Cajera parece poco, pero tenemos nuestro valor. A la hora de la verdad nos damos cuenta de las cosas necesarias en la vida: los suministros, comidas, atención médica. En la vorágine de vida que llevamos no le damos importancia".