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Coronavirus

Baleares afronta el final de la epidemia y se prepara para un verano sin turistas

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Playa de Can Pere Antoni, en Palma, cerrada a causa de la crisis sanitaria del coronavirus
Playa de Can Pere Antoni, en Palma, cerrada a causa de la crisis sanitaria del coronavirus

En Baleares, el pico de los contagios de la infección se ha superado sin llegar al colapso de centros hospitalarios y con casi la mitad de camas de UCI libres. En los gráficos sobre la evolución de la epidemia, la línea de los enfermos recuperados cada día crece y se aleja más de los casos activos.

Así se combate el coronavirus en el hospital Son Espases de Palma

A pesar de ello, el gobierno de coalición, presidido por la socialista Francina Armengol, pidió retrasar la vuelta de las actividades no esenciales. Ahora empieza a pensar en cómo afrontará el desconfinamiento. El ejecutivo autonómico querría que fuera escalonado por territorios y abrir en último lugar los aeropuertos.

Unas Baleares cerradas al turismo por primera vez en décadas

Al confinamiento de los ciudadanos en sus casas, hay que sumar el aislamiento. Las Islas Baleares han cerrado, casi por completo, sus puertos y aeropuertos. Los aeródromos de Palma, Ibiza y Maó solo están conectados con Barcelona y Madrid y hay un vuelo diario entre Ibiza y Menorca y la capital. Los viajes deben estar justificados por una causa de fuerza mayor. Además, dos sanitarios reciben a los pasajeros que deben responder un cuestionario sobre su estado de salud. Los puertos solo pueden recibir mercancías para asegurar el abastecimiento.

Desde antes de la década de los sesenta con el inicio del boom turístico, las playas y las calles de las islas no presentaban este aspecto. El confinamiento y el cierre de los aeropuertos han dejado una imagen que ni los más viejos alcanzan a recordar: las Baleares sin turistas. Los que estaban aquí, como los viajeros del IMSERSO, volvieron a sus casas al ritmo que los hoteles cerraban sus puertas, y los que tenían planificado llegar han visto sus planes cancelados.

Esta pasada Semana Santa, cuando muchos trabajadores se reincorporaban a sus empleos, los hoteles han estado cerrados a cal y canto. Solo alguno permanece abierto como servicio esencial para acoger a transportistas o a personal sanitario que teme volver a casa y contagiar a sus familiares. En Palma, a primera línea de mar, el hotel del Palacio de Congresos se ha medicalizado y el flamante centro de convenciones se ha preparado para acoger a pacientes de cuidados intermedios, si fuera necesario.

El año pasado llegaron a las Baleares 13,5 millones de turistas. Imposible proyectar una cifra para el 2020, el año de la pandemia, el año en el que un virus ha puesto en jaque a todo el mundo. Aún es pronto para dar por perdida la temporada alta pero a nadie se le escapa que este verano no va a ser ni el mismo, ni parecido, ni siquiera en el escenario más optimista. Por eso, aunque el panorama sanitario sea mejor en Baleares, el económico es descorazonador.

La tormenta perfecta para una economía dependiente del turismo

Baleares ha sido la primera comunidad autónoma en calcular los efectos sobre la economía y el Govern prevé un desplome del 30% del PIB y la pérdida también del 30% de los empleos. Calculan que la llegada de turistas podría empezar en agosto y se centran en el mercado español. Por eso, piden que se subvencione el precio del billete de avión.

En una economía dependiente por completo del turismo, ésta es la tormenta perfecta. Nadie podía imaginar un escenario parecido hace tan solo un par de meses cuando las proyecciones apuntaban a otra temporada más de llegada masiva de visitantes y los esfuerzos se centraban en tratar de erradicar el turismo de borrachera.

Los payeses que vendían su producto a los hoteles se han organizado en un tiempo récord para llevar a casa de los ciudadanos confinados cestas con verduras y hortalizas antes de que se echaran a perder. Pero es una incógnita saber cómo se podrán reinventar otros sectores y qué pasará con los trabajadores que dependen de su empleo los meses de verano para vivir el resto del año.

De momento, los focos siguen puestos en los hospitales y cada día a las ocho en punto si subimos la mirada hasta los balcones, los aplausos a los sanitarios resuenan en unas calles, acostumbradas al bullicio que traen viajeros de todo el mundo, ahora, completamente vacías.