Cincuenta días de distopía: los nuevos retos sociales hacia la nueva normalidad
- Empieza la desescalada y el comportamiento social cobra aún más importancia en un escenario cada vez más flexible
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La palabra distopía se pronuncia ahora más que nunca. Llevaba años instalada en nuestro lenguaje cotidiano gracias a la literatura y la ficción audiovisual pero ha sido con la irrupción de una pandemia cuando nos hemos aproximado de manera experiencial a su significado: “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”, señala el diccionario de la Real Academia Española.
Y esto es parte de lo que hemos vivido en los últimos 50 días de confinamiento en España: más de 25.000 fallecidos, la expansión de un virus que amenaza al ser humano, el distanciamiento social como única vía para frenarlo, una saturación temporal del sistema de salud, familias separadas, calles desiertas, carros de la compra repletos por temor al desabastecimiento, fronteras cerradas, aviones cargados de mascarillas, la proliferación de los bulos, el ritual de los aplausos y una enorme preocupación colectiva.
“Cuando más compleja y más perfecta es la sociedad, más vulnerable es al mismo tiempo. Hemos vivido una época brillante y nos habíamos olvidado de que somos seres vivos. Ahora es cuando vemos que el mundo se nos escapa de las manos”, señala a RTVE.es Jordi Busquet, doctor en Sociología, licenciado en Ciencias Económicas y profesor de la Universitat Ramon Llull.
En su reflexión acerca del momento que vive la sociedad, Busquet alude al libro Un mundo desbocado (1999), del sociólogo británico Anthony Giddens, porque, dice, describe "una sociedad fuera de control" y da en la clave a la hora de anticipar lo que, dos décadas después de su publicación, le ocurriría a una sociedad tan “avanzada y sofisticada” como frágil.
“Hemos aceptado sacrificar nuestras libertades”
Fue hace tres meses cuando la Consejería de Sanidad del Gobierno canario informaba de que en el Hospital de La Gomera tenían ingresado a un paciente que había estado en contacto con una persona infectada de coronavirus. Desde entonces y, tras una primera etapa de "negacionismo" -la epidemia parecía retenida en China y se veía muy lejana-, fuimos aceptando nuestra indefensión ante un virus que será una amenaza mientras no haya vacuna.
El 14 de marzo se decretó el estado de alarma en España y a los pocos días de un estricto confinamiento ya sabíamos lo que era tener nostalgia de la vida 'preCovid-19'. Parafraseando a Charles Dickens, "era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos".
“Las pequeñas investigaciones sociológicas que se han empezado a hacer indican que hemos estado muy dispuestos a sacrificar fácilmente muchas libertades y a negarnos cosas que parecían muy centrales en el funcionamiento de cualquier democracia. Pero en la medida en la que no habrá una vuelta a la normalidad absoluta, seguramente esto sea más complicado sostenerlo en el tiempo”, apunta Joan Font, investigador científico del CSIC y doctor en Ciencias Políticas y Sociología.
Ahora, tras 50 días de encierro, lo que parece ficticio es volver a ver todos los comercios abiertos, los restaurantes llenos y los parques repletos de niños. Y en ese transitar, el que va desde la pasada normalidad a la 'nueva normalidad', nos encontramos como sociedad.
“Hay varios debates que han estado oscurecidos hasta ahora por la urgencia y por el drama del momento y que empezarán a relucir en las próximas semanas, sobre todo de cara a la gestión de posibles rebrotes del virus en otoño. Uno de los debates es el que tiene que ver con la protección de la salud y la protección de la situación económica, que a veces entrarán en conflicto. Por ejemplo, a la hora de decidir cuánta gente se permite entrar en un restaurante. Y el otro tema que será fundamental es el de las libertades a las que estamos dispuestos a renunciar en la desescalada”, señala Font.
Los nuevos retos que se abren con la desescalada
Son exactamente los mismos dilemas que menciona Busquet, quien se muestra positivo al subrayar que las cosas “no podrán ser peor de lo que ya han sido”, aunque advierte que la realidad seguirá siendo dura y que el comportamiento social cobra aún más importancia porque habrá más gente en las calles y menos restricciones.
“El miedo compartido, esta especie de pánico social ha tenido una eficacia brutal. Las normas cada vez serán más flexibles, pero ese miedo todavía está presente y hay constantes alertas que nos advierten de que se puede volver a repetir. Además, lo que se ha puesto de manifiesto es que la ciencia y la técnica actual, que son muy potentes, también tienen muchos agujeros y, como hay tantas incógnitas, la incertidumbre seguirá siendo brutal”, advierte Busquet.
La psicóloga Raquel Errazquin considera que la desescalada tendrá tres puntos en común con el confinamiento del que venimos y uno de ellos, precisamente, es la tolerancia a la incertidumbre, tenga que ver con la salud, con la economía o con una gran duda social: “cuándo podremos volver a abrazar”.
“La responsabilidad es la que nos dará la libertad en un menor espacio de tiempo“
Los otros dos nexos con la etapa anterior los representan, a su juicio, la responsabilidad y la solidaridad.
“La responsabilidad es la que nos dará la libertad en un menor espacio de tiempo y esta es una buena forma de motivarnos, tomar conciencia y saber que tenemos la capacidad personal de cambiar la realidad social y colectiva. En esta crisis ya hemos sido conscientes de que quedarnos en casa significaba salvar vidas y ahora debemos saber que mantener las medidas de seguridad implica seguir salvándolas”, subraya.
La transformación individual durante la transición
Antes el reto era sobrellevar un aislamiento y lidiar con el drama personal o la tragedia que se vivía al otro lado de la ventana. Ahora, a esos hechos tan recientes se suma el desafío de aceptar las nuevas normas en un escenario más amable.
“Es una gran incomodidad asumir que hay unas reglas y unos rituales como el de llevar mascarillas o no poder dar la mano. Tendremos que seguir adaptando nuestras costumbres e incluso cuando esté superada la epidemia la gente tendrá cierto temor a recuperar los hábitos de toda la vida”, agrega Busquet.
En este sentido, y aludiendo al tercer punto –el de la solidaridad-, Font cree que podría darse un cambio aún más trascendental en los individuos.
“No hay evidencias de si nos convertiremos en seres más miedosos o más solidarios, pero probablemente una cierta sensación de inseguridad estará más presente y tengo la sensación de que puede reactivar más la parte egoísta y defensiva que hay en los seres humanos que la contraria. Es cierto que ha aparecido en estos días la parte cooperativa, pero las amenazas directas a la vida y a la seguridad de forma prolongada también tienden a reactivar con más fuerza la preocupación y lo primero somos nosotros”, opina.
En lo que los tres expertos coinciden es en que la ciudadanía se ha comportado de manera ejemplar y creen que llega con más claridad el momento de que quienes ostentan el poder actúen con firmeza para paliar los efectos de la pandemia en la economía y para minimizar las desigualdades que se han abierto. También para que el “aviso” que ha dado la naturaleza se traduzca en más medidas contra el calentamiento global.
Una sociedad hiperestimulada obligada a frenar
No están claros, de momento, qué grandes aprendizajes colectivos desencadenará finalmente este extraordinario momento social pero los expertos se muestran convencidos de que ya se habrán producido numerosas enseñanzas individuales en buena parte de la sociedad.
De hecho, de la conversación telefónica mantenida con varios sociólogos y psicólogos se pueden extraer tantas posibles lecciones atendiendo a las vivencias de cada persona que resultaría complicado enumerarlas todas. Lo común en quienes hayan experimentado un confinamiento ‘normal’, sin pérdidas personales y sin problemas graves de salud o de tipo económico, es que se haya aprendido al menos a cultivar la paciencia y a nutrir la vida interior.
Esto, según Errazquin, es algo verdaderamente valioso para una sociedad hiperestimulada e hiperactiva, como también lo es haber logrado paliar el distanciamiento físico con un mayor acercamiento emocional gracias a la tecnología.
Del 'duelo' colectivo a ver la luz
“Pero si hay algo que en líneas generales nos ha enseñado es a ser más conscientes de nuestra vulnerabilidad. Somos una sociedad tanatofóbica y no tenemos muy presente que podemos morir o perder a un ser querido. En estos días hay muchas personas que no han podido expresar lo mucho que querían a alguien que ya no está. Puede que cuando salgamos de esta situación expresemos más nuestro amor”, dice la psicóloga.
“Hemos sido golpeados como especie y nos tenemos que recuperar poco a poco“
Busquet incluso considera que la sociedad tiene ahora que hacer un proceso de “duelo” colectivo: “Hemos sido golpeados como especie y nos tenemos que recuperar poco a poco. Este pasado inmediato y también el presente siguen siendo dolorosos y eso nos oprime, pero poco a poco iremos asumiendo la situación y el regreso a esa nueva normalidad, aunque sea lento, también será satisfactorio”.
También consciente de las dificultades, pero con optimismo, describe Errazquin esta transición, aunque ella utiliza esta sencilla metáfora: “El proceso será como ir en un tren que entra en un túnel. Primero veremos la luz pequeñita al fondo y poco a poco irá siendo más grande, hasta que nos veamos fuera”.