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Salamanca

Un alto en el camino: el confinamiento de una decena de peregrinos 'atrapados' en un albergue

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Una decena de peregrinos pasan el confinamiento en un albergue del Camino de Santiago

Irlanda, España, Italia, Honduras y Holanda componen la nómina de lugares de procedencia de los habitantes del albergue de Fuenterroble de Salvatierra, una casa parroquial convertida en refugio de caminantes. Desde hace dos meses forman una gran familia circunstancial que se ha acostumbrado a vivir bajo el mismo techo.

Cada mañana, los peregrinos se reparten las tareas diarias según sus preferencias y habilidades. En la casa parroquial, convertida en refugio de caminantes, la actividad es constante. Algunos se dedican a la cocina, otros a la carpintería o la albañilería. Blas Rodríguez, el sacerdote que dirige el albergue, desarrolla proyectos para que nadie se aburra.

Todo el mundo arrima el hombro

Francisco Javier y María del Pino salieron de Sevilla con la intención de llegar a Santiago, pero el COVID-19 les obligó a aplazar su plan. Durante su estancia en Fuenterroble, María dirige la cocina y Javier está reparando las placas fotovoltaicas que abastecen al albergue de agua caliente y calefacción. Modifica su orientación para optimizar las horas de sol y está ideando un sistema mixto “con energía eólica, para que la casa funcione de forma autosuficiente”

Peter Grunder es holandés. Llevaba un mes recorriendo España en bicicleta cuando el estado de alarma le obligó a parar en el albergue, rumbo a Marruecos. Aunque viaja ligero, siempre lleva sus utensilios para pintar. Vende sus cuadros en la web nobleartofciclying.com y dona el 25% de las ventas a dos ONG.

Confinamiento en un albergue de peregrinos

En la casa ha encontrado todo lo que necesita para seguir con su actividad: “En este albergue tenemos una vista maravillosa, un jardín grande, gente con la que hablar, hay wifi, hay ducha, cama... no falta nada”

Durante su estancia en Fuenterroble, se está especializando en decorar frontales de madera para ornamentar carros de arriero. Se trata de uno de los proyectos con más recorrido iniciados por Blas Rodríguez, el párroco del pueblo. Cada año, organiza una peregrinación con estos vehículos. Las más largas han llegado hasta Roma o Noruega.

Espacios independientes garantizan la intimidad y seguridad

Precisamente en esos destinos, al sacerdote se le ocurrió una idea para ampliar las dependencias del albergue. La “casa de Noruega” luce una frondosa vegetación en el tejado. La italiana, inspirada en las villas romanas, está en proyecto. En el patio del albergue, encontramos la estructura de la Casa de Hungría, una réplica a tamaño real de un carromato zíngaro que los peregrinos están completando.

El trabajo, físico y mental, contribuye a reducir la tensión, pero la convivencia va más allá de la ausencia de conflictos. El albergue también dispone de una sala de meditación, donde los habitantes se reúnen, charlan, intercambian vivencias y organizan su día a día.

Se conocen y estrechan lazos con las personas que, por caprichos del destino, compartirán camino durante un tiempo.