Las colas del hambre que deja el coronavirus
- La Fundación Juntos por la Vida adapta su modelo solidario y ofrece alimentos a familias necesitadas en su sede de Valencia
La crisis social causada por el coronavirus está afectando especialmente a los más vulnerables, que se ven obligados a solicitar la ayuda alimentaria que reparten algunas ONG en las conocidas ya como “colas del hambre”, a las que cada vez acuden más personas. Así se puede comprobar en el barrio de Ruzafa de Valencia, a las puertas de la Fundación Juntos por La Vida que dos veces a la semana reparte 'cajas solidarias'.
““Llevamos dos días sin comer y sufro por mis hijos”“
Una de ellas es para Walter, un joven que tiene a su cargo una familia de siete personas con cuatro menores y a quien la crisis ha dejado sin el trabajo que tenía en un polígono. “Llevamos dos días sin comer, hasta ahora que vamos a comer, y yo sufro porque mis hijos lloran”, confiesa con tristeza pero agradecido.
Solidaridad reinventada por el coronavirus
Walter es uno de los integrantes de una de esas ‘colas del hambre’, la que atiende esta ONG a la que la crisis ha llevado a reinventarse. La Fundación trabaja en proyectos de cooperación al desarrollo con infancia y género en Benín, pero durante estos meses, y ante la emergencia social, está poniendo se han centrado en ofrecer ayuda básica en alimentación a familias necesitadas de la ciudad de Valencia.
Su tienda solidaria ha arrinconado la ropa de segunda mano y artesanía africana que suele vender para financiar sus iniciativas, y se ha convertido en un pequeño banco de alimentos con cajas con verduras, legumbres, arroz, pasta, leche y productos de primera necesidad.
Los voluntarios y voluntarias colaboran cada día recogiendo las donaciones de supermercados, el Banco de Alimentos, mercados de barrio, empresas valencianas, aportaciones de todo tipo de tiendas y establecimientos y de particulares que hacen 'compras solidarias'. Y con todo ello preparan cajas que van destinadas a familias que están viviendo situaciones muy difíciles económica y socialmente.
Los lunes y jueves, el número 11 de la calle Buenos Aires donde está el local de la ONG, se llena de personas que acuden con sus carros, y en perfecto orden con mascarillas y guardando la distancia de seguridad, esperan su turno en la cola. La mayoría son migrantes, sin trabajo, “sin papeles”, y por su “invisibilidad” no tienen acceso a ayudas de las grandes organizaciones, según cuentan.
Historias personales, cada una un mundo
Diana tiene 30 años y dos hijas. Antes cuidaba a una anciana, pero ha perdido su trabajo y apenas llega a fin de mes para vivir. La comida que recibe como donación “nos salva un poco” dice sin perder la sonrisa. Al Espai Solidari de la ONG se acercan también, cada día más, vecinos del barrio de toda la vida que se integran en la “cola del hambre” de Ruzafa. Con mucha timidez acude Ana, tiene 72 años. No puede evitar romper a llorar confesando que “nunca he tenido necesidad de pedir, y ahora me veo obligada a hacerlo”.
““Se muestran agradecidos por haber sido escuchados y apoyados”“
Nerviosa, dice que el día anterior sólo pudo comer una patata hervida y pide por favor si se le puede dar algo. Ese día comerá arroz con pollo y además se lleva leche y algunas cosas más. Se va agradecida y emocionada no solo por la comida, sino porque se ha sentido escuchada y apoyada.
En la familia de Teresa solo trabajaba su marido “es albañil pero ahora está en paro y no ha cobrado el ERTE”, nos cuenta. Viven al día, sin ahorros, y cuando falta el trabajo, falta todo. Por eso esta donación “es un alivio que ayuda en estos tiempos escasos”, confiesa agradecida.
““Hay madres que se van a dormir con solo un vaso de agua”“
Otros días por la tarde la ONG reparte “cajas solidarias” en un pequeño locutorio de la Avenida del Cid que regenta María, una hondureña que de forma altruista está ayudando a muchos compatriotas. Cada día acuden allí familias con sus carros que llenan de comida y apoyo. María nos dice que muchas de estas personas “están pasando mucha hambre, y hay madres que se van a dormir habiendo tomado solo un vaso de agua, porque lo poco que tienen se lo han dado a sus hijos para cenar.”
En la cola está Delsy que vive con su hijo de nueve años y cuenta que su situación “es muy dificil y apenas nos alcanza para pagar la habitación”. Dora Elisa tiene cuatro hijos, ni ella ni su marido trabajan, y asegura que “no encontramos ayuda porque dicen que hay mucha gente necesitada y no hay para todos”.
Cajas solidarias también para los barrios deprimidos
Las cajas solidarias llegan también al barrio de Nazaret. En su plaza un grupo de mujeres esperan haciendo cola con sus carros vacíos. Loli tiene tres hijos y su marido solo cobra el paro “y no nos llega, por eso vivimos en casa de mis suegros” nos cuenta mientras sostiene en brazos a uno de sus pequeños.
Otra tarde de domingo voluntarios de la ONG llegan a una zona deprimida de la ciudad, donde viven familias rumanas en casas okupadas y en muy malas condiciones. Todos se congregan alrededor en un ambiente de algarabía a la espera de lo que puedan recibir. Y más lotes de comida se distribuyen también a un colectivo de familias de Ghana, en otra zona de la ciudad.
Clara Arnal, presidenta de la Fundación Juntos Por la Vida dice que la emergencia social surgida por el coronavirus les ha hecho reconvertirse, sin olvidar el trabajo que desde hace 25 años realizan en Ucrania, y en los últimos años también en África. Pero ahora han adaptado la solidaridad a los tiempos del coronavirus y creen que es necesaria su labor en Valencia, que les está mostrando esta realidad cercana.
Por eso cuando pase esta situación urgente seguirán trabajando también en esta acción social, que será muy necesaria tras esta crisis “que está cambiando nuestras vidas, y nuestro mundo, pero afortunadamente, lo que no cambia es la solidaridad”.