Los secretos de 'il maestro' Ennio Morricone
- El libro Ennio Morricone. En busca de aquel sonido repasa obra y pensamiento del compositor
- Recuerda sus colaboraciones con Leone, Pasolini, Tarantino o Almodóvar
- Con 91 años, es autor de más de 500 bandas sonoras
Lo cuenta Ennio Morricone: Stanley Kubrick no entendía por qué en la secuencia de la presentación de Claudia Cardinale en Hasta que llegó su hora (1958) la música y las imágenes sincronizaban tan perfectamente. Así que Kubrick no tuvo más remedio que llamar a Sergio Leone directamente y preguntarle cómo lo había hecho.
Leone respondió: “La música la grabamos antes. La escena, los movimientos y los intervalos de la cámara los hice a partir de la música que ya teníamos y que se tocaba a todo volumen el plató”. “Claro, por supuesto”, respondió Kubrick.
Es una de las anécdotas de Ennio Morricone. En busca de aquel sonido, un monumental libro-entrevista (Editorial Malpaso) en la que Il maestro repasa su trayectoria y reflexiona profundamente sobre su oficio.
Las preguntas corren a cargo de Alessandro De Rosa (Milán, 1985), joven músico que entabló amistad con el compositor y que ha tenido agudeza y talento para entablar un diálogo ameno y profundo con uno de los grandes compositores de la historia del cine.
Nadie podía imaginar que Morricone (Roma, 1928), formado en la vanguardística y poco accesible música clásica del siglo XX, terminase siendo todo un icono popular ("L’estasi dell’oro", el tema más celebrado de El bueno, el feo y el malo, abría los conciertos de Metallica y los Ramones). Empezando por él mismo. El compositor recuerda que, tras estrenar su primer concierto para orquesta en La Fenice de Venecia en 1957, comprendió que los paupérrimos derechos de autor no llegaban para mantener a su familia.
Y, sin abandonar nunca lo que llama ‘música absoluta’, emprendió el camino de la ‘música aplicada’, que le llevaría a revolucionar las bandas sonoras y ser reclamado por directores como Pasolini, Bertolucci, Malick, De Palma, Almodóvar o Tarantino.
El profesionalismo le condujo a trabajar como arreglista para discográficas hasta que le llegó la hora del cine. Primer jarro de agua fría para sus seguidores: considera que Por un puñado de dólares (1964), su primera colaboración son Sergio Leone y catapulta de ambos, contiene “los peores temas que he escrito”.
Cuando, antes del estreno, asistió a un pase junto a Leone, los dos amigos se miraron a la salida. “Qué película tan mala”, se dijeron. El público no pensó lo mismo. La formación del músico estaba ligada a la vanguardia postweberiana, que abogaba por introducir instrumentos atípicos. Y Morricone todavía está asociado a esa guitarra eléctrica y el arpa de boca.
Sintonizar con el director y no olvidar al público
Con más de 500 películas firmadas (y otras 500 rechazadas, como La naranja mecánica), su receta para componer bandas sonoras tiene tres ingredientes: sintonizar con la frecuencia del director y no olvidarse del público ni de sí mismo.
Y la relación con el director es el eslabón “más débil”, pero también el más importante. Morricone asegura amar el diálogo y la confrontación con el director para buscar soluciones, y elogia la sintonía total con sus predilectos Sergio Leone o Guiseppe Tornatore (Cinema Paradiso).
En el polo opuesto, entre otros, Pedro Almodóvar. Asegura Morricone que todavía no sabe si la música que compuso para Átame (1990) convenció al manchego. “Siempre me decía: «Vale». Sin sombra de entusiasmo, calor o participación”, recuerda en el libro.
Su personalidad asoma como un tipo afable, educado, intelectual, humanista y con punto grave del que es perfectamente consciente, como cuando recuerda que Pasolini le ocultaba las escenas más obscenas de Saló. “¿Acaso me veía como un moralista? No lo sé”, se pregunta.
Morricone demuestra una capacidad camaleónica para adaptarse a los cineastas y, al mismo tiempo, impregnar de su autoría cada película en la que ha trabajado. Recuerda, por ejemplo, como Bertolucci le explicaba sinestésicamente lo que necesitaba, asociando la música a colores o sabores.
¿Cómo debe entrar la música en una escena? Aunque asegura que no hay reglas fijas, muestra su preferencia por entrar casi “silenciosamente”, gradualmente, sin que el espectador se percate. “Por ello he usado mucho, quizá más de la cuenta, el llamado pedal: una nota grave y sostenida (…) que será el punto de apoyo para articular lo demás”, confiesa.
Con Leone, repasaba los temas descartados de otras películas. Así fue con el tema de Deborah, de Érase una vez en América, compuesto originalmente para una cinta de Zeffirelli en la que no llegó a trabajar.
En 1985, Morricone estaba decidido a dejar la música aplicada y centrarse en la música absoluta. Es decir: no rendir cuentas a nadie. Pero se congració de nuevo con La misión, lo más cerca que ha estado de esa música absoluta que siempre ha perseguido, asegura.
"On earth as it is in Heaven", el tema más conocido de la película de Joffé, generó más ganancias que la propia película. Y no esconde que le escoció no ganar el Oscar en 1986. Una maldición de la que le rescató el año pasado Quentin Tarantino. Tras apropiarse de temas preexistentes del italiano para Malditos bastardos y Django desencadenado, al fin obtuvo los servicios del ‘maestro’ para Los odiosos ocho.
Antes de ganar su Oscar, Tarantino recogió el Globo de Oro en su nombre y le situó en su discurso como el “Mozart, Beethoven o Schubert de la actualidad”. Morricone responde en el libro: “Me lo he tomado como una broma, pero graciosamente sacrílega. Por suerte, yo no tengo que situarme y, con perspectiva, la historia se encargará de hacerlo”.