Del 'shock' a la nueva normalidad: un viaje colectivo repleto de cambios sociales
- Ni la forma de saludar a un ser querido ni la manera de disfrutar del tiempo libre son lo que eran
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“Allá donde está el peligro crece también lo que salva”. Ese verso del poeta alemán Friedrich Hölderlin refleja a la perfección las dos caras de un cambio social que se inició en marzo, con el 'shock' del confinamiento, y cuya repercusión se aprecia con mayor claridad ahora que se dan por concluidas en toda España las cuatro fases de la desescalada.
Han sido 98 días de estado de alarma por el coronavirus tras los que se inicia una nueva normalidad que se fijó como meta y en la que todavía no es posible desprenderse de las mascarillas o de los geles hidroalcohólicos. Llegaron para quedarse, como los besos en el aire, los saludos creativos o las nuevas formas de trabajar y de aprender.
El 2020 posiblemente será recordado por las generaciones que lo han vivido como una especie de 'año cero' en el que, de la noche a la mañana, una pandemia alteró todas las costumbres sociales e impuso lo que podríamos llamar ‘nueva sociabilidad’. Pero, más allá de lo visible, esta vivencia perturbadora ha dejado una huella colectiva que será imborrable y que, según varios sociólogos y psicólogos consultados por RTVE.es, podría modificar los patrones de conducta, al menos a medio plazo.
El miedo a los demás
No es necesario ahondar en la insólita experiencia del aislamiento para extraer de la memoria reciente las sensaciones que muchos ciudadanos han vivido en los últimos meses: miedo, preocupación, inseguridad o incertidumbre, de manera más generalizada, y ansiedad, pánico o tristeza, en casos más concretos que también han abundado.
“Hay algo muy preocupante que tiene que ver con la desconfianza. La gente en lugar de tener miedo al virus tiene miedo a los demás, porque son los portadores, y esa es una terrible noticia porque se desgaja el pilar básico de lo social, que es estar unos con los otros”, señala José Angel Bergua Amores, catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza.
Bergua pertenece al grupo de investigación ‘Sociedad, Creatividad e Incertidumbre' de dicha universidad, que está realizando un diagnóstico sobre el impacto del COVID-19 en la sociedad española mediante una encuesta nacional con varias oleadas.
Una de las principales conclusiones que ya comparten tiene que ver con la aceptación social de que la incertidumbre "no se puede eliminar".
“La gente ha descubierto que ni los políticos ni los científicos lo saben todo. Ahora es cuando más vulnerables se observan las cosas que están relacionadas con el poder .Yo lo veo como la culminación de un proceso largo de decadencia de unas sociedades basadas en el poder y el nacimiento de otra época de carácter fratriarcal”, explica Bergua, que se refiere con ese último término a la instauración de un nuevo estadio marcado por las relaciones entre iguales.
Más empatía y solidaridad al sabernos vulnerables
En este sentido y pese a la desconfianza generalizada, la conciencia de la propia fragilidad habría potenciado capacidades y comportamientos positivos.
“Somos más conscientes de lo parecidos e iguales que somos y eso ha hecho que desarrollemos también cierta solidaridad y empatía, como se ha visto en las redes vecinales o en los aplausos a los sanitarios. Nos hemos visto más iguales por nuestra vulnerabilidad en el ámbito de la salud”, explica la psicóloga Raquel Errazquín.
Otro agente de cambio lo representa el miedo, que, por un lado, ha impulsado ese apoyo mutuo y que, por otro, ha modificado la convivencia.
“Mi impresión es que a medio plazo la lógica del miedo y de la amenaza continua hacia la gente desconocida nos hace ser más paranoicos”, apunta Pablo Santoro, doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
Cambian las prioridades y el mundo es “más pequeño”
Este sociólogo cree que precisamente esa desconfianza hacia los demás ha hecho que se vea reducido el “entorno” en el que los ciudadanos se mueven. El mundo se ha hecho más grande “a nivel virtual”, pero más pequeño para la vivencia presencial y física, explica.
“Nos movemos más por nuestro barrio, evitamos el metro, nos relacionamos con la gente de más confianza y se forma una especie de burbuja”, añade.
Esta situación permite conocer cuál el verdadero universo afectivo de cada persona, apunta Errazquín, porque a la hora de salir de casa es más frecuente quedar “con quienes verdaderamente deseábamos quedar”, y también tiene mucho que ver con las prioridades, que parecen haber cambiado en numerosos casos, y no solo para decidir a quién hacerle hueco en la agenda.
“Se ve con el tema de las vacaciones. Antes teníamos que irnos lejos o buscar sitios más exóticos y ahora nos hemos dado cuenta de que el dónde es lo de menos y de que lo que importa es el para qué y el con quién”, añade la psicóloga.
Del mismo modo, hay quienes han empezado a darle más importancia al lugar en el que viven y han optado por hacer alguna reforma en casa o se han planteado, incluso, cambiar de ciudad para estar más cerca de sus familiares.
Los planes caseros y el síndrome de la cabaña
Estos últimos cuatro meses en los que los ciudadanos se han acostumbrado a pasar más tiempo en casa también han despertado en un grupo de personas el llamado síndrome de la cabaña, motivado por el miedo al exterior.
En otras ocasiones lo que el confinamiento ha generado es un grato descubrimiento personal que tiene que ver con el placer de haber podido disfrutar del tiempo libre en casa y de haber visto reforzada la 'vida interior'.
Por eso, hay quienes ahora seguirán optando por una vida más casera y se aferran a las nuevas rutinas que han creado.
En alerta permanente, incluso en los momentos de disfrute
Quienes no han vivido ninguna de esas dos circunstancias y ansiaban la llegada de cada cambio de fase para ir ganando libertad de movimiento son quizá quienes han tenido más posibilidades de constatar que la mascarilla o los geles desinfectantes hacen menos placentera cualquier experiencia social y obligan a mantenernos en alerta en los lugares antes solo reservados para el disfrute: restaurantes, museos, teatros u hoteles, por mencionar algunos.
Esta sensación de indefensión y también los hábitos adquiridos como medidas de protección dejarán una impronta en un buen número de ciudadanos, sobre todo teniendo en cuenta que habrá que convivir con el enemigo invisible de forma prolongada hasta que haya vacuna.
Las nuevas formas de saludar y la reconfiguración de las relaciones personales
La punta del iceberg del cambio social la representan el distanciamiento y sus derivados, desde la reducción del contacto físico con seres queridos hasta los nuevas formas de interacción que se promueven.
Es difícil esquivar la inercia que en un primer momento lleva a dos familiares o amigos a acercarse, pero al mismo tiempo es frecuente que la razón se imponga y acaben conteniendo el impulso de darse un abrazo o un par de besos. Hay quienes, incluso, han cambiado los saludos tradicionales por un choque de codos o de pies.
“Los hábitos incorporados se irán modulando, pero habrá entornos que va a costar mucho que se vuelvan a recuperar, como el transporte público. La gente no va a coger el metro como lo cogía antes”, señala Santoro.
Este sociólogo también considera que podrían prolongarse la “asociación de la aglomeración a la amenaza”, la reducción del espacio en el que nos movemos y la forma en la que se relacionen los niños con los abuelos.
“Me parece muy relevante lo que esto último va a significar para las personas mayores. La reacción que vamos a tener y que creo que va a seguir en el tiempo implica cortar algunos lazos con ellos y, si los abuelos y las abuelas han sido el sostén absoluto de los cuidados familiares en España, de la conciliación, ¿qué va a pasar cuando no puedan tener la misma relación con sus nietos?”, reflexiona Santoro.
Por otro lado, este sociólogo y también docente explica que la crisis del coronavirus ha “radicalizado” tendencias sociales ya existentes.
Lo evidencia, por ejemplo, el uso más dependiente de la tecnología, sin la que habría sido imposible teletrabajar o relacionarse con otras personas durante el confinamiento.
Lo que no ha tenido "predicamento" durante esta etapa, según el mencionado estudio de la Universidad de Zaragoza, es la religión, que "no ha atrapado a nadie" y, si está presente, es "como algo personal". En cambio, las primeras encuestas revelan que los ciudadanos sí tienen gran "confianza" en la ciencia y en la naturaleza.
Resiliencia: combatir el peligro con creatividad
Reinventar la manera de vivir en sociedad en apenas cuatro meses y después de haber constatado como nunca antes la fragilidad de todas las áreas de las que depende la felicidad humana no habría sido posible si no existiera cierta capacidad de adaptación en los humanos.
Esa sería la base de un concepto muy sonado en los últimos meses, el de resiliencia, que Bergua describe como la capacidad para combatir el peligro mediante la creatividad, algo que ha empezado a surgir tímidamente en España, dice, y que debería seguir "aflorando".
No obstante, el catedrático confiesa que esperaba “un poco más” de aprendizaje colectivo. Santoro, por su parte, señala que, aunque en un primer momento sí hubo una especie de “despertar” común que fue positivo, el tejido colectivo se ha ido “debilitando” después, mientras que Errazquín se muestra algo más optimista.
“El periodo de adaptación todavía está vigente, pero yo creo que a nivel global sí que tenemos la fuerza del grupo como sociedad. Estamos demostrando muchas ganas de salir adelante, mucha resiliencia, aunque haya variables individuales, ya sea de carácter biológico o experiencial, y también diferentes ritmos de adaptación”, precisa la psicóloga.
Puede, por tanto, que la superación se dé más en el terreno individual que en el colectivo y que cobre sentido esta cita de Ernest Hemingway: “El mundo nos rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos”.