Dashte Barchi, así era la maternidad afgana donde nacían 16.000 bebés al año y que un atentado obligó a cerrar
- Todo cambió cuando un grupo armado atacó la maternidad para matar al personal médico, a las mujeres y sus bebés
- Unas 1.300 mujeres dan a luz cada mes en este Hospital con la ayuda de un centenar de profesionales
25 personas fueron asesinadas a sangre fría en esta maternidad de Kabul. Hasta aquel fatídico 12 de mayo, Dashte Barchi era un lugar rebosante de vida en el que cada año unas 16.000 madres daban a luz a sus bebés. Un mes más tarde, y como consecuencia del ataque, Médicos Sin Fronteras se ha visto obligada a su cierre.
Corría el año 2014 cuando MSF decidió abrir una maternidad en el hospital público Dashte Barchi. Sus profesionales proporcionarían servicios de obstetricia y atención médica especializada a recién nacidos en un lugar donde hasta entonces no existía nada que fuera ni tan siquiera parecido.
Durante los seis años en los que mantuvo abiertas sus puertas, la maternidad se convirtió en una especie de faro que iluminaba las vidas de más de 16.000 niños y niñas cada año; en un rayo de esperanza para las mujeres de este distrito empobrecido en el suroeste de Kabul, la capital afgana.
Todo cambió el pasado 12 de mayo, cuando un grupo de hombres armados atacó la maternidad con el único objetivo de matar al personal médico, a las mujeres que estaban ingresadas y a sus bebés. El resultado del brutal ataque fue demoledor: perdieron la vida 16 madres (cinco de las cuales estaban en pleno trabajo de parto), una matrona de MSF, Maryam Noorzad, así como dos niños, de 7 y 8 años respectivamente, y otras seis personas presentes en el reciento en el momento del ataque. Otras 20 personas resultaron heridas.
La fotógrafa Sandra Calligaro, que pocos meses antes del atentado había visitado la maternidad, comparte a modo de homenaje sus encuentros con varias de las mujeres que conoció allí. Para todos ellas, nos dice, "aquel lugar representaba un sentimiento de seguridad y de sentirse cuidadas".
Homenaje a las víctimas del atentado
Hoy el cielo sobre Dashte Barchi está bastante plomizo. Desde la rotonda de Mazari, que marca la entrada al distrito, y a lo largo de la carretera principal que lo cruza, se suceden los puestos de vendedores ambulantes. Todos cargan con una mercancía bastante similar.
El distrito está densamente poblado: todo está lleno de hombres y mujeres que se abren camino como pueden con sus coches, que suben y bajan de los autobuses y taxis compartidos, o de gente que se detiene para comprar algo, regatear el precio con el vendedor y luego continuar su camino.
Los habitantes de Dashte Barchi son principalmente hazara, un grupo étnico chiíta. En pocos años el distrito ha crecido tanto que casi podría considerarse una ciudad propiamente dicha; su población, a día de hoy, es de alrededor de 1,2 millones de personas. Las mujeres, cubiertas de chadris, el largo velo negro que usan los chiítas afganos, se mezclan con otras chicas más jóvenes, cuyas bufandas de colores destacan entre los colores grises del invierno.
La entrada al hospital público del distrito, en el que MSF dirige la maternidad, se encuentra en medio de este agitado mercado al aire libre, que abarca varios kilómetros.
Varios paneles discretos indican dónde se encuentran las diferentes secciones. Para ingresar al hospital, primero hay que pasar por un puesto de control donde se escanean las bolsas y se registra a todas las personas. En Kabul, que vive al ritmo de los ataques terroristas, no vas a ningún lado sin cumplir con el protocolo de seguridad.
Ni siquiera en un hospital. El distrito de Dashte Barchi, que anteriormente se había librado de los ataques talibanes, mucho más centrados en los barrios donde viven diplomáticos y en las instalaciones militares, es objetivo del Estado Islámico desde hace varios años. Y ha sufrido varias veces sus acometidas.
En los espacios públicos de Afganistán, los hombres y las mujeres deben mantener una cierta distancia entre ellos. Y como resultado de esta regla, cada departamento del hospital se divide en dos partes; una reservada para hombres y la otra para mujeres y niños.
Al final del pasillo principal, en la sala de espera contigua a la maternidad, una docena de hombres rezan con sus cuentas para intentar que el tiempo pase más rápido. Los futuros padres no pueden ingresar en esta unidad dedicada a las mujeres, así que no verán a sus hijos recién nacidos hasta que sus esposas hayan dejado la maternidad.
Entre ellos está Mohamad Jawad, de 25 años. Aguarda ansioso a que llegue la matrona para darle buenas noticias. Su esposa Marzia lleva en trabajo de parto desde la noche anterior. Está nervioso, pero intenta disimularlo como puede y no preocuparse demasiado; espera su primer hijo.
Unas 1.300 mujeres dan a luz cada mes
La maternidad tiene 55 camas y alrededor de un centenar de profesionales de enfermería. De media, cada mes dan a luz aquí unas 1.300 mujeres.
Ya es media mañana y el ambiente continúa tranquilo. La mayoría de las admisiones se producen por la noche. Y, a menos que haya complicaciones, las nuevas madres son enviadas a casa seis horas después de dar a luz, ya que esa es la norma en Afganistán.
Después del pico nocturno de actividad, todo el mundo está tranquilo, lo cual no significa ni mucho menos que estén desocupados. Las auxiliares de enfermería cambian las sábanas y desinfectan el suelo; las matronas ayudan a algunas madres en sus primeras experiencias dando el pecho a sus hijos y con algunos consejos de última hora antes de darles definitivamente el alta.
Las enfermeras y los médicos visitan a los bebés que permanecen bajo observación, verifican sus signos vitales y se aseguran de que no haya ningún problema. Un enfermero de MSF pasa a mi lado y me saluda. Es uno de los pocos hombres a los que se les permite estar aquí, ya que, si bien es cierto quelas visitas masculinas están prohibidas, no se aplica la misma norma con los profesionales sanitarios.
Unas horas después, la esposa de Jawad, Marzia, sale de la sala de partos. Su trabajo de parto duró más de 19 horas. Los médicos la dejan de momento en observación porque el recién nacido, Fayaz, está teniendo algunas dificultades para respirar y todavía no se agarra bien al pecho.
En la cama de al lado, Zakia está descansando. Ella también permanece bajo observación después de haber dado a luz a los gemelos Abbas y Qasim, nacidos con 20 minutos de diferencia. Abbas, el más pequeño de los dos, es hipoglucémico y está en la incubadora.
A sus 32 años, Zakia tiene cuatro hijos y se considera afortunada: sus partos han sido siempre "rápidos y fáciles". Para dar a luz a los gemelos, la llevaron directamente a la sala de partos, sin apenas pasar por las otras salas de preparación de la maternidad. “En el anterior parto, empecé a dar a luz casi de repente. No me dio tiempo ni a encontrar un taxi, así que tuve que dar a luz en casa”.
Cuando Zakia sea dada de alta, Sakina, su madre, se irá a pasar unos días con ella en su casa y le echará una mano con los gemelos y con sus otros hijos. Es un papel para el que tiene experiencia, pues, aparte de los gemelos, Sakinatiene 18 nietos más. "Y eso que tengo hijos que aún no están casados", me dice con orgullo.
Zakia y su familia son originarios de la provincia de Ghazni, una región pastún al sur de Kabul, donde los hazaras son minoría. Hace 10 años, decidieron irse por temor a que los talibanes reclutaran a los hombres de la familia que no tuviesen un trabajo regular. Cuando llegaron a Kabul, como muchas familias hazaras de Ghazni, se establecieron en Dashte Barchi, "un área periférica donde en aquel momento las viviendas eran muy baratas".
Las casas de Dashte Barchi son simples y discretas y generalmente están hechas de adobe. En la pequeña habitación donde vive con su esposo, Hosnia, de 23 años, sostiene orgullosamente a su primera hija, Illina. A su lado se encuentran todas las mujeres de la casa, felices de tener con ellas al recién nacido.
Hosnia dio a luz hace dos meses en la maternidad de MSF. Es originaria de Behsud, un distrito de la provincia de Wardak, donde la mayoría de sus habitantes son de la etnia hazara. Se trata de una región tremendamente pobre que ha perdido a gran parte de su población en los últimos años. Muchos, entre ellos Hosnia y su familia, se mudaron a la capital afgana para tratar de labrarse un futuro mejor allí.
Otros han dejado directamente el país para tratar de encontrar la manera de salir adelante. Rahmat Ullah, su esposo, se pasa el día en la calle buscando algún tipo de trabajo informal. Es jornalero y no trabaja de forma regular.
El mes pasado, solo encontró trabajo dos días. Ambos se las arreglan como pueden, pero tienen un montón de deudas en el supermercado y con sus vecinos. A grosso modo, calculan que ya deben un total de 100.000 afganos (unos 1.200 euros).
"Disponer de la maternidad de MSF fue un verdadero alivio para mí. El servicio en los hospitales públicos de Afganistán a menudo es deficiente y no podía permitirme el lujo de ir a una clínica privada", dice Hosnia. Un parto puede costar entre 10.000 y 20.000 afganos en Kabul (entre 120 y 240 euros).
“Además de ser gratis, sabía que en la maternidad de MSF recibiría atención médica de calidad”.
Como tantas otras madres primerizas, y a pesar de contar con el apoyo de su suegra durante todo el tiempo que estuvo en la maternidad, Hosnia reconoce que tenía miedo a sufrir dolores durante el parto. “Había oído que a veces es insoportable”. Ingresó sobre las seis y media de la tarde, e Illina nació menos de tres horas después; a las 9 y cuarto de la noche. A eso de las 3 de la mañana ya estaban de camino a su casa. “No fue tan malo después de todo. Me dolió, sí, pero ya ni lo recuerdo”, le dice entre risas a su suegra.
Después de 36 horas en la maternidad, Marzia y Mohamad Jawad finalmente pueden irse a casa, donde viven con los padres de él.
Mohamad Jawad quería estudiar medicina en la universidad, pero proviene de una familia modesta que no podía permitírselo, así que acabó por unirse al ejército y se hizo doctor allí. Ahora es cirujano asistente en una base militar en Helmand, 600 kilómetros al sur de Kabul. Su salario es de 25.000 afganos al mes (alrededor de € 300), el doble de lo que ganaría un funcionario.
La parte menos positiva de recibir un salario tan bueno en comparación con los estándares habituales es que apenas puede estar en casa con su familia; solo recibe permisos para visitarles cada dos o tres meses. Logró llegar a tiempo para el nacimiento de su hijo, pero tendrá que irse nuevamente a Helmand en apenas 10 días. “Sé que mi familia cuida de Marzia cuando no estoy, pero me gustaría trabajar algo más cerca y poder estar más presente ahora que Fayaz está con nosotros”. Mohamad Jawad espera que le concedan un traslado a Kabul, o encontrar trabajo en un hospital privado, aunque esto último resulta poco probable para las personas que han obtenido su diploma de médico en el campo militar.
Fayaz es su primer hijo y está tan feliz que la sonrisa nunca abandona su rostro. Dice que le gustaría tener al menos tres o cuatro hijos. Marzia, que todavía está recuperándose del parto, responde tímidamente que con dos ya sería suficiente.