La orquestación o cómo repetir mil veces una mentira no la convierte en verdad
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La orquestación es otra técnica muy efectiva para desinformar. Consiste en conseguir que repitan la misma mentira incansablemente muchas fuentes, en diferentes zonas y contextos. Todos acaban creyéndolo porque son demasiados emisores como para que estén coordinados, o eso es lo que acabas pensando.
Hay precedentes muy antiguos. En la Primera Guerra Mundial EE.UU. creó una entidad llamada Comité Creel para convencer a su población de que entrar en el conflicto era una buena opción. Su red de 75.000 portavoces voluntarios daba en todo tipo de espacios discursos de cuatro minutos (four minute men) para recalcar los aspectos básicos del argumentario pautado. Por ejemplo, que no alistarse era una cosa condenable.
Dando un salto en el tiempo, en 1983 fue la URSS la que hizo uso de la orquestación para la llamada “Operación Infektion” que The New York Times describe en este especial. Su departamento de inteligencia, KGB, disponía de una sección encargada de desinformar. Hizo que un periódico indio difundiera la noticia de que el SIDA, que se acaba de descubrir y preocupaba mucho, era resultado de “experimentos del Pentágono para desarrollar nuevas y peligrosas armas biológicas”. Se hizo que de allí la idea saltase a los medios rusos -que a su vez citaban al indio- y a otras cabeceras internacionales. Incluso llegó a la CBS estadounidense. En los siguientes años de Perestroika o apertura política, el dirigente ruso Mijaíl Gorbachov se comprometió a parar esa campaña de intoxicación informativa.
Nuevo salto en el tiempo y llegamos a las mejores cámaras de eco con las que pudo soñar la orquestación: elecciones de EE.UU. en 2016. Abrir perfiles falsos en Twitter o Facebook para ocultar identidades y orígenes geográficos se convirtió en una posibilidad. A veces las cuentas se abrían para trolear o insultar y a veces repetían automáticamente los mismos mensajes. Eran los “bots”.
Estas cuentas tuvieron una gran presencia en el proceso electoral, especialmente por el impulso de la “Agencia de Investigación de Internet” (conocida como IRA por sus siglas en inglés), una “fábrica de trols” en San Petersburgo. Sus trabajadores desarrollaban cada día argumentarios contrarios a ciertos políticos, especialmente Hillary Clinton, y los expandían en foros y redes. Crearon incluso páginas falsas que convocaron manifestaciones en EE.UU. Los ciudadanos acudían sin saber de dónde procedía la llamada.
Quienes desinformaron en aquellos comicios no fueron solo rusos. Parte de las falsedades partieron de “empresarios” de muchas nacionalidades es que hacían negocio con el sensacionalismo del engaño. A más clics, más publicidad. También se ha atribuido responsabilidad a ciudadanos nacionales que alentaron aquellos bulos por extremismo o que no se preocuparon por comprobar quién estaba al otro lado de sus likes. Aquí una mujer le dice a un periodista de la CNN que no le interesa saber si tras la manifestación que ella misma promovió en Facebook estaban los rusos.
Sin duda la idea de un virus desarrollado por el Pentágono como arma biológica te suena, y también la de que salió del laboratorio de Wuhan, en China. Son dos de los bulos más frecuentes de esta pandemia. Y los llamamos bulo porque no existe, a día de hoy, prueba científica sólida que avale que el virus fuese diseñado. La orquestación también se está utilizando hoy para que escuches este tipo de argumentos en todas partes y te los creas. Aparecen como audios, vídeos o textos que te llegan por Whatsapp o Telegram. Y los cuenta desde un periódico importante hasta un joven con gorra que parece argumentar espontáneamente, pasando por la amiga de un amigo que trabaja con espías. No te fíes. Es orquestación.