'Los europeos', la negación de la comedia romántica por García León y Azcona
- Juan Diego Botto y Raúl Arévalo protagonizan la cinta de Víctor García León, que se presenta en Málaga
Cuenta Manuel Vicent que Rafael Azcona montaba una noche en bicicleta por la Ibiza prehippie de los años 50 cuando “tuvo la bajeza de contemplar las constelaciones” y se dio un costalazo. “A partir de ahí prometió dejar las constelaciones arriba y dejar la metafísica a la altura de las hormigas”.
Más de 60 años después, la Málaga postcovid acoge el estreno de Los europeos, película de Víctor García León basada en una novela de Azcona que recogió el ambiente de aquella Ibiza promisoria para la gris posguerra española circundante.
Antonio (Juan Diego Bottto), un señorito bandarra, y Miguel (Raúl Arévalo), un sufrido empleado quejoso y con culpa de clase, son dos amigos marcados por su diferencia social que atracan en la isla con la intención de perseguir a las extranjeras y respirar libertad y libertinaje. Una de ellas, Odette (Stéphane Caillard) será el de objeto de la fascinación de Miguel. A partir de ahí, Los europeos es el lúcido retrato del desmoronamiento de todo lo anterior.
“La propia novela está armada como una comedía romántica subvertida: te va decepcionando todas las expectativas de una película convencional”, explica el director. “Azcona pensaba que la felicidad son momentos, que tenía fin y la tristeza no”. García León (Vete de mí, Selfie) es heredero de Azcona en la medida de que su padre, el cineasta José Luis García Sánchez, fue gran amigo y colaborador del guionista.
“A Rafael le conocí relativamente poco, era muy amigo de mi padre y trabajamos juntos en un guion que fue uno de sus últimos trabajos. Era alguien muy humilde: si hablabas de él, lo primero que hacía era cambiar de tema. No le interesaba la posteridad, ni disfrutaría que estemos hablando de él ahora”, opina y recuerda que trabajar con él era como ser atropellado por un tranvía. “Si le decía media idea, él la daba la vuelta, la subvertía y mejoraba: era como escribir con un búfalo”.
García León piensa que la vergüenza y el complejo de inferioridad ante los vecinos del norte, tan de la época y tan de la historia de España, no ha desparecido. “A mí, por ejemplo, me da mucha vergüenza hablar mal inglés, pero me da mucha vergüenza hablar bien inglés y lo hago de manera que no parezca que soy un pedante, pero que tampoco parezca que soy un ágrafo”, pone como ejemplo. “Nos da mucho miedo ser nosotros mismos. Somos como un niño arrogante con complejos: lo queremos todo”.
Como suele pasar con el cine de García León, el último tercio de Los europeos se va amargando lentamente, sin que los personajes sepan remontar la corriente, hasta un final de vocación icónica a lo El tercer hombre.
“Me gustan muchas comedias porque no se toman a los personajes en serio, pero, en general se deshilachan en el último tercio porque termina por no importante los personajes. En cambio, los dramas me parece que tardan mucho en arranar y se toman muy en serio. ¿Por qué nos tenemos que atar a un género y perder la fuerza de los finales o la risa de los principios?", se pregunta.
Con todo, Los europeos renuncia deliberadamente a mucho del humor de la novela para encontrar su tono, dentro de una producción de otra época –en el buen sentido- o, como socarronamente define su director: “Es una película que ya no se hace, de un modo que ya no se hace, y para un público que no va a las salas”, bromea.