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Líbano

Beirut se aferra a la esperanza entre los escombros

  • La remota posibilidad de encontrar supervivientes entre los escombros genera una ola de esperanza en la capital libanesa
  • Hablamos con la jefa de comunicación de Unicef en el Líbano sobre la situación en el país árabe

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Continúan las labores de búsqueda en Beirut un mes después de la explosión

Hace un mes que el mundo se detuvo en Beirut. El aire se encogió el 4 de agosto cuando casi tres mil toneladas de nitrato de amonio explotaron y se llevaron por delante el puerto de Beirut, 191 vidas, las viviendas de 350.000 personas y el horizonte de una ciudad y un país ya sacudidos por la pandemia de Covid-19 y una brutal crisis económica.

30 días después, los beirutíes luchan contra las consecuencias de la explosión aferradas a esperanzas quizá vanas, como la que esta semana se ha generado con la detección de señales de vida bajo los escombros de una casa derruida. Rescatadores chilenos, liderados por el perro Flash, se afanaban el viernes en localizar el origen de las 18 respiraciones por minuto que los sensores indicaban bajo el ladrillo y la tierra.

“En Beirut”, nos dice Raquel Fernández, jefa de comunicación de UNICEF en Líbano, “hay ese sentimiento de esperanza por este tipo de buenas noticias, aunque veremos lo que ocurre al final. La gente se están apoyando unos a otros desde la noche de la explosión, ha sido impresionante”. Fernández destaca especialmente el papel de los jóvenes “que han salido a ayudar a la gente a retirar escombros de sus casas, de la calle, han estado cocinando comida para los bomberos que estaban trabajando y para familias afectadas”.

Pero la esperanza y las ganas de retomar una normalidad todavía muy lejana deben hacer frente al “dolor, el dolor insoportable no sólo por la explosión sino por la impotencia de la explosión junto a la crisis del Covid; a la crisis económica sin precedentes que está empujando a muchísimas familias por debajo del umbral de la pobreza; a la inestabilidad política; a los meses de protestas... Hay una sensación de cierta impotencia frente a este cúmulo de circunstancias que, efectivamente, son demasiado. Llega un momento en que la gente dice, es demasiado, ¿cómo vamos a arreglar esto? Pero prevalece la esperanza, y este espíritu de solidaridad, prevalece la sensación de claro que podemos”.

Necesidades urgentes

Organizaciones como Unicef trabajan en un escenario de tres a seis meses para recuperar algo parecido a la normalidad. Las cifras dan sólo una dimensión aproximada del desastre: 160 escuelas y 20 centros de formación profesional afectados, 20 centros de salud dañados y tres hospitales que no pueden estar operativos. “El daño estructural es grande”, resume Fernández, “y a eso hay que sumar el puerto. El puerto ha quedado completamente destruido. Está operativo desde hace unos días, lo que es increíble, pero está arrasado. Recuperar eso va a llevar un tiempo. Lo mismo que asistir a las familias que han visto cómo su casa ha quedado completamente destruida o que tienen daños que no pueden abordar, que no tenían un seguro... Todo eso va a tardar”.

Unicef, ONGs y el propio gobierno libanés reclaman ayuda internacional para conseguir suministros médicos, suministros propios de la prevención del Covid-19, con contagios disparados en el último mes y medio en el país árabe. También medios para volver a conectar a la red de agua a los cientos de edificios que se han quedado sin conexión porque las tuberías, con la explosión, sencillamente estallaron.

Pero más allá de los daños físicos, cree esta trabajadora de Unicef, la normalidad también tardará porque “Beirut todavía está en duelo. La parte del alma de la ciudad es una alma colectiva que todavía”.

El dolor de los niños

Unicef ha publicado un vídeo con motivo del primer mes después de la explosión en la que varios niños cuentan cómo ven el mundo tras el desastre. Uno de ellos cuenta que antes pintaba sus dibujos con muchos colores, pero que desde el 4 de agosto no quiere colorear porque “el mundo ya no tiene colores”.

“Esto que nos dice este niño”, afirma Raquel Fernández, “es un resumen de un sentimiento que está imperando y que está pesando en Beirut, tanto entre los niños como entre los adultos”. En el caso de los niños, calcula Unicef, alrededor de 600.000, todos los que viven en el radio de 20 kilómetros afectado por la explosión, “están experimentando un shock, un trauma, niños que no pueden dormir, que vienen en el miedo, que se levantan por la mañana o en el medio de la noche preguntando si van a morir”, asegura Fernández.

Para ellos es imprescindible un apoyo psicosocial, y una cierta normalidad que sólo puede aportar la vuelta al cole. En este fin de verano tan excepcional en Beirut, las aulas no abrirán hasta la última semana de septiembre. La pandemia obligará a que muchos alumnos tengan que recibir las clases de forma telemática. Otro reto para una ciudad obligada a superar un desafío masivo desde que la explosión del puerto la dejó sin aire.