Israel vuelve al confinamiento durante tres semanas al no poder frenar su segunda ola de COVID-19
- Seis meses después del primer cierre del país, el Gobierno de Netanyahu toma esta decisión dividido y tras un largo debate
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La carrera contra la pandemia del coronavirus es de fondo. Las reacciones tardías, los tropiezos y tratar de evitar los obstáculos a destiempo se penalizan de inmediato y a un alto precio. Israel acaba de sufrirlo de nuevo, exactamente seis meses después de tomar sus primeras medidas de cierre, y cuando acumula una de las tasas de morbilidad -la proporción de enfermos respecto al total de población- más altas del mundo.
Este domingo, el Gabinete de Ministros ha votado un nuevo confinamiento para las tres próximas semanas, que, según ha anunciado el primer ministro, Benjamín Netanyahu, entrará en vigor a partir del próximo viernes 18 de septiembre y se extenderá hasta el 9 de octubre, de modo que afectará a las festividades de Rosh Hashaná (año nuevo judío), el Yom Kipur (día del perdón) y el Sucot (los Tabernáculos), para evitar las típicas reuniones familiares y las aglomeraciones por las celebraciones religiosas en las sinagogas.
A partir del próximo viernes, los israelíes no podrán salir a más de 500 metros de su domicilio, se suspende el curso escolar, los comercios no esenciales permanecerán cerrados y estarán prohibidas las reuniones de más de diez personas en lugares cerrados y de 20 al aire libre, entre otras restricciones.
Los supermercados y farmacias podrán seguir funcionando pero el resto de comercios únicamente podrá realizar envíos a domicilio. El sector público disminuirá sus trabajadores al mínimo y el privado podrá seguir trabajando con normalidad pero no estará permitido recibir clientes.
"Sé que estas medidas tienen un coste alto para todos nosotros", ha reconocido Netanyahu tras anunciar la decisión. "Pero solo si cumplimos las reglas, y confío en que lo haremos, derrotaremos al virus", ha afirmado, antes de abordar el avión que le llevará a Washington para firmar el próximo día 15 en la Casa Blanca los acuerdos de establecimiento de lazos diplomáticos con Emiratos Árabes Unidos y Baréin.
División en el gobierno de coalición
La decisión llega tras un largo debate en la coalición de gobierno que encabeza Netanyahu, con grandes diferencias entre sus socios, hasta el punto de que por la mañana anunció su dimisión el ministro de Construcción y Vivienda, Yakov Litzman, del partido ultraortodoxo Judaísmo Unido de la Torá, que no quería que el confinamiento impidiera "rezar en las sinagogas a cientos de miles de judíos". El anterior cierre, entre marzo y abril, ya afectó a la Pascua judía.
El sábado, Israel superó la barrera de los 150.000 casos de coronavirus, con casi cuatro mil nuevos contagios, y este domingo la cifra total ascendía a 153.759, según el recuento de la Universidad Johns Hopkins, lo que supone la momentánea cúspide de una segunda oleada que sigue escalando.
Esta semana, el Gobierno de Netanyahu ya había decretado un toque de queda nocturno -entre las siete de la tarde y las cinco de la mañana- en 40 localidades y barrios del país, en su mayoría árabes y judías ultraortodoxas en la zona norte de Israel. Una medida menor que el cierre completo que el primer ministro quería aplicar en principio, y que tuvo que aminorar por las presiones de líderes ultraortodoxos, que amenazaron con dejar de cooperar con el Ejecutivo en la gestión de la pandemia si alguna de sus localidades era confinada.
Ello al margen del dilema entre sanidad y economía, en un país que ha pasado del 3,4% de paro en febrero al 21%. El ministro de Finanzas estima que el nuevo confinamiento supondrá un coste de unos 1.600 millones de euros.
Segunda ola de contagios desde junio fuera de control
Israel padece desde hace más de dos meses una fuerte segunda ola de coronavirus que hasta ahora no ha podido controlar. La cifra de casos graves se acerca a los 500 (495) pero ya son 202 los pacientes que necesitan respiradores. Un 45% de los casos graves tiene entre 60 y 70 años, mientras que aquellos entre 40 y 59 y mayores de 80 constituyen la mayoría de los restantes.
Y, pese a este panorama, Israel es a la vez uno de los países del mundo con menor mortalidad, menor al 1%, con 1.108 fallecidos desde el inicio de la pandemia, según el recuento de la Universidad Johns Hopkins, lo que los expertos vinculan con que un porcentaje importante de los contagiados son jóvenes y con la preparación del sistema hospitalario que, sin embargo, temen que pueda llegar a saturar.
Durante el verano, el Ejecutivo de Netanyahu evitó imponer medidas restrictivas drásticas para no perjudicar una economía ya debilitada por la pandemia, pero su incapacidad para reducir la curva ha obligado a volver a las medidas más drásticas. En julio, se nombró un coordinador nacional, pero sus recomendaciones generaban frecuentes discusiones entre los miembros del Gobierno de coalición.
Rondando los 4.000 contagios diarios, los expertos creen que podría reducir este número un 90%, pero tardará para ello unos tres meses, según un informe del Centro Nacional de Información y Conocimiento sobre Coronavirus, dependiente del Ejército.
Las causas del fracaso de la desescalada
¿Qué ha fallado en Israel para tener que para volver al punto de partida? Se ha dado una mezcla de varios factores: la politización de la crisis en un país que ha tenido una dura travesía para formar un gobierno de coalición tras 500 días de bloqueo y tener que celebrar tres elecciones generales, la falta de credibilidad de las autoridades, con el propio Netanyahu procesado por corrupción, y la conjunción de lo anterior con un exceso de confianza y poca disciplina social.
Israel, un país de menos de nueve millones de habitantes, destacó por ser uno de los países que aplicó un confinamiento más estricto. El 12 de marzo, cuando contaba 109 casos confirmados y ninguna muerte por COVID-19, anunció el cierre de todas las escuelas y universidades del país. Después cesaron su actividad bares, restaurantes y comercios no esenciales y las fronteras del país también se cerraron con rapidez.
El país reaccionó cerrando con presteza y con disciplina, pero cometió el error de abrir demasiado pronto. El 19 de abril, a menos de un mes de registrar su primera muerte por coronavirus, el Gobierno dio por terminada la peor fase de la pandemia, y pronto tuvo que retrasar algunas reaperturas por el repunte de casos. En julio, subidos ya a una segunda ola de contagios, el propio primer ministro reconocía que la desescalada fue "demasiado pronto y demasiado rápida".
La reapertura llevó a la "autocomplacencia", ha señalado a Efe Alon Moses, director del Departamento de Microbiología Clínica y Enfermedades Infecciosas del hospital Hadassah. Existió una falsa expectativa de que la incidencia del virus mermaría durante el verano y este exceso de confianza llevó a su vez a que se tardaran en aplicar nuevas restricciones tras detectarse en junio el aumento de casos, mientras en la calle volvían a celebrarse bodas y multitudinarias festividades religiosas.
Para Ran Nir-Paz, especialista en enfermedades infecciones también en el hospital Hadassah, hay además otros dos factores que explican la caída en picado de Israel: la demora en el rastreo de contagios y la politización de la gestión de la crisis. La gestión gubernamental de la pandemia ha generado un cruce de acusaciones entre el Ejecutivo y la oposición, que se reprochan mutuamente priorizar sus intereses políticos sobre el bienestar de la población.
"Cuando los políticos anuncian restricciones por la mañana y las rompen por la tarde por sus intereses propios, es claro que nadie seguirá las reglas", señala Nir-Paz, y destaca además cómo la presión de ciertos grupos, sobre todo de los partidos ultraortodoxos, ha influido en las decisiones del Gobierno y dificultado el trabajo del coordinador nacional para la pandemia, Roni Gamzu.
La presión política también se siente en la calle, con miles de personas manifestándose el sábado por duodécima semana seguida para pedir la dimisión de Netanyahu por el juicio en su contra por cohecho, fraude y abuso de confianza, y con la participación de colectivos de trabajadores que temen que un nuevo cierre sea una "sentencia a muerte" para sus empleos.
Gaza, confinamiento total desde hace dos semanas
Si la situación es complicada en Israel, aún lo es más en los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza, muy densamente poblados -cinco millones de habitantes- y empobrecidos por años de bloqueo israelí, que carecen de un sistema sanitario capaz de hacer frente a la pandemia, y con un desempleo del 70%.
En la Franja de Gaza, se produjeron a mediados de agosto más de 600 contagios, y desde el 24 de ese mes se encuentra en confinamiento por los primeros contagios por transmisión comunitaria. Aunque el impacto de la pandemia en Cisjordania y Jerusalén Este fue moderado en su primera fase, afrontan una fuerte segunda ola desde hace más de dos meses. Palestina llega a más de 37.000 casos.
Las autoridades palestinas intentaron combatir la pandemia en Cisjordania con la vuelta al confinamiento, pero las levantaron en gran medida a mediados de agosto ante los daños en la economía. Jerusalén Este, como territorio bajo legislación israelí, sí que entrará en el decretado cierre.
Palestina registra unos 30.000 casos en estos territorios -más cerca de 9.000 en Jerusalén Este, según la Autoridad Palestina-, 10.000 de ellos activos, y suma 210 fallecidos desde el inicio de la pandemia, la mayoría de los cuales han fallecido estos últimos meses.