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Coronavirus

Pandemia en la gran ciudad

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Coronavirus en Nueva York: los casos en el Bronx triplican los de Manhattan

En casa de Rubén Sánchez siempre suena el despertador a las tres de la madrugada. No ha dejado de sonar desde el inicio de la pandemia. Y Rubén ha acudido sin falta a vender zumos de frutas frente al hospital de Iztapalapa, en Ciudad de México.

Desde su puesto ha visto a diario cómo la sala de urgencias se llenaba de enfermos que entraban en camilla y salían en ataúd.

El coronavirus no le ha dejado opción a Rubén. Lo ha puesto en la patética tesitura de morir de hambre o contagiarse con el coronavirus. Y a sus cincuenta y siete años ha preferido asumir el riesgo de salir a la calle y arriesgarse a un contagio, porque el día a día debe darle al menos "pa los frijolitos" de la familia. En su casa hay nueve bocas que alimentar.

Rubén Sánchez, en el autobús que lo lleva cada madrugada a la central de abastos de Iztapalapa

Rubén Sánchez, en el autobús que lo lleva cada madrugada a la central de abastos de Iztapalapa JORGE MORENO

A David sin embargo no le quedó más remedio que cerrar su negocio durante los primeros meses de la pandemia. El estado de alarma paralizó España. Mientras nuestro país se iba a negro, David tuvo que bajar la persiana de su peluquería, en el madrileño barrio de Chamberí.

Hasta allí viajaba a diario desde Leganés, en plena hora punta. Más de cuarenta minutos en un vagón de metro atestado, sin distancia social ni mascarilla, porque nadie tenía la certeza de que el virus ya estaba entre nosotros. Hoy sigue tomando el trasporte público con todas las precauciones, porque en Leganés hay muchos más contagios que en Chamberí. Así que el miedo es más que razonable. La pandemia se llevó por delante a su padre, del que ni siquiera se pudo despedir.

David Barranco, en el vagón de metro que lo lleva a diario de Leganés a Chamberí.

David Barranco, en el vagón de metro que lo lleva a diario de Leganés a Chamberí. CARLOS DIAS OLIVÁN

María Morán tampoco pudo darle el último adiós a su pareja. Jorge ingresó un lunes en el Hospital Lincoln de Nueva York con síntomas de coronavirus. Tres días después, una persona anónima telefoneó desde una oficina anónima. María escuchó tres palabras que sonaron como disparos: "Jorge ha muerto". María lleva catorce años viviendo en el Bronx.

Estados Unidos le ha dado un hogar pero le ha negado papeles desde que saliera de México hace ya tres lustros. A Jorge lo conoció hace seis años. Cuando sus vidas se cruzaron veía cada mañana cómo su pareja madrugaba y cogía el tren para repartir deliveries en un restaurante de Manhattan. Nadie sabe cómo se contagió. Pero hace unos meses, Jorge se unió a la fatídica lista de fallecidos del Bronx, el distrito neoyorkino con mayor tasa de infectados por coronavirus.

Barrios con la mayor incidencia de Covid-19

Rubén, David y María son los protagonistas de 'Pandemia en la gran ciudad', un relato coral, rodado a varias manos en Ciudad de México, Madrid y Nueva York. Los tres viven en ciudades, barrios o suburbios con una fortísima incidencia del COVID.

Iztapalapa es el barrio más poblado de la capital mexicana y uno de los de menor renta. Hay cortes de agua frecuentes y buena parte de sus habitantes se sube cada mañana a un pesero, uno de los miles de pequeños autobuses que movilizan a los viajeros hacia las zonas más acomodadas de la ciudad.

Leganés es una ciudad del sureste de la Comunidad de Madrid, donde la clase trabajadora apenas puede teletrabajar y se desplaza a diario a otros puntos de la región o de la capital. Buena parte de sus vecinos son trabajadores esenciales, esos que no han dejado de arrimar el hombro durante la pandemia para que el resto pudiéramos cantar victoria sobrevivir al confinamiento.

El Bronx es el distrito de la ciudad de Nueva York con mayor número de afroamericanos y latinos, dos de las poblaciones más vulnerables al COVID-19. Año tras año, el Bronx lidera estadísticas de las que nadie querría presumir: tiene el mayor porcentaje de diabetes, asma y obesidad entre su población. Una mezcla explosiva si el coronavirus entra en tu cuerpo.

Sobra decir que Iztapalapa, Leganés y el Bronx tienen una tasa de Covid-19 que en algunos casos llega a triplicar la de barrios más acomodados, como Benito Juárez, Chamartín o Manhattan. Importa la renta, porque si tienes dinero puedes acceder a una casa de mayores dimensiones, te puedes alimentar mejor, y puedes contratar un buen seguro privado allí donde la seguridad social brilla por su ausencia.

E importa también el tipo de trabajo. No todo el mundo puede teletrabajar y aislarse en su casa. Los trabajadores esenciales, los repartidores, cajeros, dependientes y no digamos los celadores, médicos o enfermeros, no han podido parar durante la pandemia.

Mayor gravedad en zonas desfavorecidas

Se han expuesto al coronavirus cada vez que salían de sus casas. El epidemiólogo Manuel Franco (@mfranco_uah) desvela en el reportaje una estadística demoledora: en España, del tercio de la población que más gana, puede teletrabajar entre el 60 y el 70%; pero del tercio de los habitantes que menos gana, apenas puede acceder al teletrabajo entre el 8 y el 10%. La conclusión está clara: la gente que tiene mayor necesidad de trabajar está mucho más expuesta.

La socióloga Saskia Sassen (@SaskiaSassen), Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, lo resume de esta manera: "no es que el virus haya elegido a los pobres, es que los pobres son más accesibles".

En Ciudad de México, Madrid y Nueva York se repite el mismo patrón: el coronavirus tiene una mayor incidencia y golpea con mayor gravedad en las zonas más desfavorecidas de las grandes ciudades.

En esas zonas suelen vivir los trabajadores esenciales, las viviendas suelen ser más pequeñas, el confinamiento es más complicado, y el estado de salud de sus habitantes generalmente es peor.

Todos esos factores llevan a Manuel Franco a esta conclusión: "El coronavirus está atacando más a unos que a otros, tiene más gravedad en unos barrios que en otros; y está falleciendo más gente de una clase social que de otra, y por lo tanto, de un barrio o de otro".

De alguna manera, podríamos decir que el coronavirus es un virus desigual. Y es también un tipo de virus con el que, según Sassen, "vamos a tener más y más encuentros porque somos nosotros, los humanos, quienes hemos robado el espacio a la naturaleza".

Llevamos décadas ocupando las fuentes de vida de los animales, de las plantas, de los árboles, pero también de los virus. Hasta que al final, explica la socióloga, "han venido esos virus y nos han tocado a la puerta".

De distinta manera, el coronavirus ha tocado a la puerta de Rubén, de María y de David. Pero ninguno se deja vencer por el virus. Tal vez, porque no les queda más remedio; tal vez, por puro instinto de supervivencia.

La pandemia deja todavía un mar de dudas, pero también alguna certeza: mientras no haya ciudades más justas, equitativas y saludables, Rubén seguirá calentando el agua con cables eléctricos en una casa agrietada que no resistirá el próximo temblor; David seguirá yendo al trabajo en un metro atestado desde Leganés al corazón de Madrid; y María seguirá viviendo al día vendiendo dulces mexicanos en las cinematográficas calles del Bronx.

Dicho de otra forma: si nada cambia en nuestro modelo de ciudad, si las desigualdades siguen creciendo, Rubén, David y María seguirán expuestos a cualquier virus. En esta pandemia y en la que venga.

De momento, viven. Para nosotros, no solo eso: el corazón del nuevo reportaje de En Portada (@EnPortada_TVE) late al ritmo de sus historias.