Del miedo al agotamiento: el "diagnóstico" psicológico de la segunda ola del coronavirus
- Varios psicólogos analizan qué cambios emocionales perciben en los ciudadanos y qué situaciones los provocan
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El miedo es una sensación que lo invade todo. Durante la primera ola, mantuvo a la sociedad “paralizada” y la empujó a vivir una experiencia colectiva que consistía en aunar esfuerzos para combatir a ese “monstruo desconocido”. Pero a medida que el enemigo ha ido dando la “cara”, el temor ha ido atenuándose hasta derivar en un estado individual de alerta permanente que, lejos de generar optimismo, ha provocado “agotamiento psicológico”, frustración y hartazgo.
Ese es el “diagnóstico” que hacen diferentes psicólogos consultados por RTVE.es cuando se les pregunta en qué punto está la ciudadanía y de qué forma ha evolucionado desde el punto de vista de la salud mental en los últimos meses.
Los ciudadanos, "hartos" y "sobrepasados"
“En la primera ola he tratado más miedo de lo que hay ahora. Se han llegado a normalizar incluso las cifras de muertos. Lo que ocurre es que el miedo, que es una emoción muy desagradable, paralizaba todos los demás procesos y no dejaba hueco para otros sentimientos”, explica la psicóloga Gorane Capetillo, que participa en los programas de ayuda ciudadana del Ayuntamiento de Punta Umbría (Huelva).
Una vez que esa sensación de temor ha bajado, prosigue la especialista, nuevas sensaciones han ido invadiendo a los ciudadanos hasta el punto de que muchos se sientan a día de hoy “hartos” y “sobrepasados”.
"Yo, al principio, cuando empezó todo, lo iba llevando... pensabas que esto sería cuestión de meses y lo llevaba como se podía, pero ahora sí que es verdad que después de tantos meses cuesta más el no poder juntarse con la gente, no poder tocarse, no poder hacer nada de lo que se hacía antes", cuenta Noemí, una mujer de Barcelona a la que el contexto pandémico se le hace ya "muy pesado y muy agobiante".
Lo que ella dice sentir, que ha dejado de ser "miedo" y se podría definir como cansancio psicológico, está cada vez más extendido entre la ciudadanía, explica Capetillo. El cúmulo de circunstancias que entorpecen los planes diarios, junto con la reducción de actividad social y la incertidumbre conducen al desánimo.
“Una de esas percepciones es la falta de esa alegría plena que habían vivido quienes no tenían hasta el momento grandes problemas y que ahora es difícil sentir. Es como que la sociedad tiene ganas de quitarse ya la mascarilla, en sentido metafórico, y no puede. A nivel psicológico seguimos en alerta, en alarma, y eso de manera prolongada provoca frustración”, sostiene Capetillo.
Del "todo saldrá bien" al "enfado generalizado"
Esta especialista también apunta que hay otro cambio significativo respecto a la primera ola de COVID-19. Mientras que en los meses de marzo y abril la pandemia despertó un interés por la “unión” y reinaban mensajes del tipo "todo saldrá bien", ahora la experiencia colectiva es más negativa.
“Durante los primeros momentos, la gente decía ‘venga, estamos a todas’, pero después esto ha decaído. Es como cuando en una familia se van acusando unos a los otros porque la cosa va mal dentro de casa”, dice la psicóloga, que afirma que la tensión que se ha vivido en las últimas semanas en el ámbito político también ha avivado la ira y el hartazgo entre los ciudadanos.
"Yo creo que ha habido un cambio de percepción. Al principio todo era tan nuevo y había tanto miedo que, aunque a la gente no le gustaran las medidas, se entendió que eran las que había que tomar. Ahora veo muchas emociones encontradas, sobre todo frustración en quienes creen que no se toman medidas suficientes y que entonces empiezan a buscar culpables. También hay gente que siente que no ha cambiado nada y se hunde más", explica la psicóloga Marisol Uceda, especializada en crisis, catástrofes y emergencias.
También lo ve de este modo el psicólogo clínico Eduardo Paolini, quien advierte de que hay un “enfado generalizado” que está generando un ambiente violento en la sociedad.
““Estamos en un punto crítico porque la gente tiene un nivel de tolerancia, de resistencia, que no es infinito"“
“Estamos en un punto crítico porque la gente tiene un nivel de tolerancia, de resistencia, que no es infinito. Todo esto va pasando factura y yo lo que observo es que hay una cierta misantropía y mucha frustración que, en general, provoca agresión y rabia”, comenta Paolini, que considera que, pese al gran nivel de resiliencia del ser humano, “vamos a tardar en recuperarnos” de las consecuencias psicológicas de lo vivido en este 2020.
“Era previsible que esto ocurriera, porque así es como reacciona la gente culturalmente desde siempre cuando vive situaciones extremas como las que se dieron, por ejemplo, en la Guerra Civil o en la postguerra. Y también el problema es que la gente pensó que esto iba a durar menos, y en cambio se sigue alargando”, señala el psicólogo, que percibe que hay un mayor “egoísmo” ahora que hace unos meses y que espera que no derive en “insolidaridad”.
"Saturación" informativa
Este cambio, según Capetillo, podría deberse a un proceso individual que tiene que ver con el conocimiento: “Antes el virus era un monstruo sobre el que no se sabía nada. Parecía que venía de fuera hacia adentro, que iba a entrar en nuestra casa a hacernos daño. Ahora se le ha puesto cara, lo conocemos más y las personas nos enfrentamos a él de otra forma”.
Sin embargo, ese volumen de información que ahora existe sobre el coronavirus genera otros problemas y uno de ellos es el de la “saturación”, como explica Anna, una joven que vive en Madrid: "El bombardeo constante de noticias puede llegar a generar más angustia que sentido de la responsabilidad. En mi caso, que me considero un animal social desde que tenía uso de razón, la pandemia me está pasando un poco de factura en esta segunda oleada porque además al vivir en una gran ciudad veo que las posibilidades de infección son mayores, y eso acaba calando".
“La información es muy cambiante y la gente ya no sabe a qué hacer caso“
La psicóloga Eva González, especializada en ansiedad, depresión y estrés postraumático, afirma que la sobreinformación es otro de los factores que pueden contribuir al malestar psicológico.
“La información es muy cambiante y la gente ya no sabe a qué hacer caso. Tenemos mucho acceso a noticias, pero a veces no sabemos cuál es veraz y eso nos acaba saturando. Yo recomendaría a la gente, por su salud mental, que se informe solo lo justo, que no estén todo el día pendiente de las noticias”, señala la psicóloga Eva González.
Frustrados por las restricciones y el "control"
Esta misma especialista apunta que en ese “cóctel” de frustraciones hay otro ingrediente de mucho peso que también está perjudicando anímicamente a los españoles.
“Hay gente que está cansada de que controlen su vida“
“El otro día me lo comentaban en consulta. Hay gente que está cansada de que controlen su vida, de que le estén poniendo continuamente cortapisas”, afirma González, que considera que aceptar tantas medidas de forma prolongada y convivir con un horizonte “que sigue siendo incierto” lleva a mucha gente a “desesperarse”.
Por eso, dice, los psicólogos no paran de diagnosticar nuevos casos de depresión, ansiedad o trastornos obsesivo-compulsivos en personas que aún no han llegado a ese proceso de “adaptación”.
Hay quienes no se han recuperado de la primera ola
“A las personas que ya tenían alguna afectación a nivel emocional o psicológico antes de la pandemia no le ha dado tiempo a recuperarse de la primera ola. No están en la frustración como el resto. Yo ahora estoy teniendo un repunte. No sé si es que la gente está que ya no puede más, pero hay quienes dicen que ahora se sienten mucho peor que antes”, revela González, que coincide con el resto de expertos en que España necesitaría hacer “un refuerzo” de la atención psicológica.
“Toda la población, quien más o quien menos se ha visto afectada de alguna manera y tendría que haber un buen plan psicológico de salud. Nunca lo ha habido, pero tendrían que empezar a planteárselo porque esta situación va a dejar secuelas peores a largo plazo”, opina González.
Uceda cree que a la sociedad le está costando mucho "aprender a convivir" con el virus y con las medidas que deben acatarse para prevenir los contagios, y asegura que el conocido como "síndrome de la cabaña", del que tanto se habló en la primera ola, todavía lo sufren muchas personas.
“El único sitio donde me siento del todo a gusto es en mi casa“
Olimpia, una enfermera jubilada de Granada, explica que el único lugar en el que se siente "del todo a gusto" es en su casa porque piensa: "para qué me voy a exponer, si no es necesario".
"Te vas limitando tú misma... Reconozco que sigo teniendo mucho miedo y me pregunto todo el rato si me estaré protegiendo bien. Yo además soy separada, vivo sola, y se hace todo mucho más largo. Tengo cuatro hijos y cuatro nietos, pero los veo poquísimo. Es una situación muy penosa. Hay ratos en los que estoy muy desanimada", cuenta Olimpia.
Su testimonio confirma algo que también apuntan los psicólogos: ahora se perciben verdaderos contrastes entre la actitud de los ciudadanos.
"Hay gente que por miedo sigue autoaislada y que no se relaciona y otra que cree que todo se lo han inventado", dice Uceda, quien considera que esa realidad es un síntoma más de las consecuencias emocionales que tiene para la salud mental el hecho de que una experiencia tan nociva se esté viendo prolongada en el tiempo 'sine díe'.
Un mayor "desgaste" en personas que viven solas, mayores y sanitarios
Los más perjudicados en esta segunda ola siguen siendo las personas que viven solas, especialmente en territorios confinados, así como los mayores, aunque también está siendo muy dura la cotidianeidad para quienes viven alejados de su familia.
“Está pesando mucho a la gente que no tiene el núcleo familiar cerca, como por ejemplo los inmigrantes que tienen a su familia en otros países. Están muy angustiados porque la distancia incrementa la percepción de riesgo y de peligro y además se sienten más vulnerables por no tener una red social estable en España”, apunta Paolini.
Este psicólogo clínico, que ha trabajado durante varias décadas en hospitales públicos de la Comunidad de Madrid, también confirma que el “desgaste” está siendo aún más visible en los profesionales de la sanidad.
“Tengo pacientes que trabajan en hospitales en primera línea y el desgaste es muy grande. Ellos están entrenados para eso y la mayoría tiene vocación. Aguantan porque les gusta el trabajo que hacen, pero lo cierto es que están agotados psicológicamente”, lamenta Paolini.