El suspense del duelo Trump-Biden supera al Kennedy-Nixon de 1960, pero queda lejos del Bush-Gore en 2000
- La proclamación del vencedor ha tardado cuatro días desde la jornada electoral, aunque Trump no ha aceptado su derrota
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El suspense en torno al resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, en las que cuatro días después de la jornada electoral Joe Biden ha sido proclamado vencedor frente a Donald Trump, ha quedado finalmente lejos de superar los 36 días que se tardó en dilucidar el vencedor de las elecciones de 2000, el precedente más inmediato de una votación ajustada y que terminó decantándose por George W. Bush ante Al Gore, aunque ha superado la incertidumbre que rodeó los comicios de 1960, en los que John Fitzgerald Kennedy acabó por derrotar a Richard Nixon.
La lentitud en el recuento no es excepcional este año, puesto que los estados suelen tardar varios días en escrutar los millones de votos depositados por los estadounidenses, aunque sí tiene algunas características inusuales: en primer lugar, el abultado volumen de votos anticipados y por correo -hasta 101 millones de ciudadanos votaron por adelantado, según el recuento de la Universidad de Florida-, que ralentiza notablemente el conteo, y en segundo lugar, lo ajustado del resultado, una circunstancia que se ha dado en pocas ocasiones en la historia reciente del país.
Una de ellas fue la de hace cuatro años, cuando Donald Trump se impuso a Hillary Clinton pese a perder el voto electoral y tras ganar en tres estados decisivos, Pensilvania, Michigan y Wisconsin, por menos de un punto de diferencia. Si la candidata demócrata hubiera ganado en esos tres estados, que al fin y al cabo eran feudos de larga tradición demócrata, se hubiera llevado las elecciones.
La escasa diferencia en esas tres circunscripciones pudo ser una de las razones que hicieron que Clinton retrasase más de lo habitual el tradicional discurso de aceptación de la derrota, que se demoró hasta las 2:35 de la madrugada, hora de Washington. "Sé lo decepcionados que estáis porque yo también lo estoy, al igual que decenas de millones de estadounidenses que pusieron sus esperanzas y sueños en este esfuerzo. Esto es doloroso y lo será durante mucho tiempo", admitía la candidata, tan sorprendida como el resto, aunque consiguió sobreponerse y cumplir con la cortesía electoral: "Todavía creo en Estados Unidos y siempre creeré. Y si tu también lo haces, debemos aceptar este resultado y mirar hacia el futuro".
La victoria de Kennedy frente a Nixon
Porque la aceptación de la derrota es uno de los aspectos esenciales de la alternancia democrática en el poder, incluso cuando existen sospechas de irregularidades en el proceso, precisamente para salvaguardar el propio proceso. Así lo hicieron Richard Nixon y, con alguna reticencia, Al Gore, en sus respectivas derrotas.
El caso de Nixon es significativo, porque había indicios de fraude favorable a Kennedy hasta en una decena de estados y especialmente en Texas -el estado del entonces senador y candidato a vicepresidente, Lyndon B. Johnson-, donde Kennedy ganó por apenas 46.000 votos.
También en Illinois, donde la actuación del alcalde de Chicago, Richard Daley, aún suscita controversia. Kennedy ganó el estado por menos de 9.000 votos, sobre un total de 4,7 millones, y, en el conjunto del país, ganó el voto popular por poco menos de 113.000 votos, sobre un total de casi 69 millones, el margen más ajustado desde 1900.
Si Nixon hubiera ganado esos dos estados, habría sido presidente y varios de sus compañeros de partido le impelieron a presentar recursos. Y aunque el Comité Nacional Republicano presentó varias demandas por fraude electoral, luego abandonadas, el candidato republicano prefirió no forzar una crisis constitucional y concedió la victoria a su rival al día siguiente de las elecciones, aunque en aquel momento no existía aún la cortesía de la llamada telefónica y el discurso de aceptación de la derrota.
La batalla de Florida en 2000
Mucho más agrio fue el enfrentamiento entre George W. Bush y Al Gore en 2000, donde todo partió de la confusión inicial desatada por las televisiones nacionales, que habitualmente asignan cada estado a uno de los candidatos en función de las proyecciones de voto, sin esperar al lento recuento oficial: primero declararon ganador a Gore, luego a Bush -su rival llegó a llamarle para concederle la victoria, aunque luego se retractó- y, finalmente, acabaron por admitir que el margen era tan estrecho que no se podía conceder la victoria a ninguno de ellos. Una experiencia que explica la prudencia de este año.
En los días siguientes se detectaron varias irregularidades, como la anulación de miles de votos en Palm Beach, un condado con una significativa población afroamericana, por tener los votantes antecedentes penales; muchos de ellos eran negros. Gore solicitó un recuento en cuatro condados de tendencia demócrata y desató una batalla judicial que se centró en las papeletas mariposa, que debían perforarse para emitir el voto, aunque no funcionaban correctamente.
El 26 de noviembre, Florida -donde gobernaba el hermano del candidato republicano, Jeb Bush- proclama la victoria de Bush por 537 votos, pero Gore recurre pidiendo que se cuenten todos los votos. El Tribunal Supremo del estado le da la razón y ordena escrutar manualmente 45.000 votos pendientes por los errores de las papeletas mariposa.
Sin embargo, Bush apeló ante el Tribunal Supremo federal, que por primera vez intervino en unas elecciones presidenciales y el 12 de diciembre detuvo el recuento ante la falta de tiempo para efectuar el recuento manual en plazo para reunir al Colegio Electoral. Y Gore, que había ganado el voto popular por medio millón de votos, aceptó su derrota: "He hablado con George W. Bush y le he felicitado por convertirse en el 43 presidente de Estados Unidos. Y le he prometido que no le volvería a llamar esta vez", explicó, a pesar de dejar claro que no compartía la decisión judicial. Un reconocimiento a regañadientes, aunque mucho más de lo que, por lo que parece, obtendrá Joe Biden de Donald Trump.