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Coronavirus

Navidades en soledad: una triste imposición para unos y una elección responsable para otros

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La pandemia hará que aumenten las situaciones de soledad en esta Navidad.
La pandemia hará que aumenten las situaciones de soledad en esta Navidad.

Hace muchos años que Pilar conoció la soledad, pero ha tenido que ser el final de este trágico 2020 el que la sitúe frente a una realidad que le resulta demasiado dolorosa: "Me he quedado completamente sola. El bicho me ha quitado a la única persona que me quedaba en el mundo", lamenta la anciana, de 75 años, mientras recorre "de ventana a ventana" su pequeño piso ubicado en el centro de Madrid.

Así se pasa la mayor parte del día desde hace poco más de un mes, cuando recibió la noticia de que su hermana había fallecido tras contraer la COVID-19.

Aunque no vivíamos juntas, nos teníamos la una a la otra. Ella vivía en Fuenlabrada y, como estaba pachucha y en silla de ruedas, era yo quien iba visitarla. Estoy totalmente ciega, pero me cogía un taxi con mucho gusto y estaba con ella porque la quería con toda el alma. Era lo único que tenía y ni decirle adiós pude”, cuenta Pilar en una conversación con RTVE.es.

“Son unas Navidades duras y se me vienen las lágrimas enseguida”

Ahora, su principal compañía la representan las voces que escucha por la radio desde primera hora y los libros que lee en braille, aunque, admite, los días se le hacen largos y tiene que hacer grandes esfuerzos para no martirizarse con los recuerdos. Sobre todo, en estos días.

Son unas Navidades duras y se me vienen las lágrimas enseguida porque antes pasábamos las fiestas juntas las dos. También son fechas en las que me acuerdo de cuando estábamos con mis padres, con los tíos, con los primos, y ya no hay nadie. Tenía un primo que también murió el otro día. Me quedan los hijos de algunos familiares, pero no saben ni que existo”, dice Pilar resignada.

A la anciana también la invade la nostalgia cuando piensa en esos vecinos "de toda la vida" con los que formaba “una piña” y que ya no están porque, o bien se han marchado con sus hijos, o bien han fallecido. Por suerte, dice, una vez por semana la visitan dos voluntarios de Solidarios para el desarrollo, una asociación desde la que afirman que este año y en estas fechas "la situación de soledad de muchos mayores será más honda".

Ese es, sin duda, el caso de Pilar, aunque ella, que se ha abierto a contar su sufrimiento para este reportaje, evita habitualmente hablar sobre sus problemas con las pocas personas con las que conversa. Además, posee un gran sentido del humor del que se vale para quitar hierro a sus pesares.

El día de Nochebuena y el de Año Viejo me voy a acostar como todos los días, entre las nueve y las diez de la noche. Me compraré algún 'dulcecito', alguna cosita, y tiraré para adelante”, dice la anciana, que se describe a sí misma como una mujer muy “canija” que siempre ha usado gafas “de culo de vaso” y ahora solo ve “luz y bultos”.

A pesar de ese gran obstáculo, ella no se plantea irse a una residencia y afronta con optimismo este final de año: “Yo espero que en 2021 el COVID se vaya a hacer puñetas. En cuanto digan que hay vacuna pienso llamar a mi médico y decirle: ‘póngame usted la primera en la lista’”, dice riendo.

Navidades solitarias para "proteger" a otros familiares

La soledad impuesta de Pilar en poco se parece a la soledad elegida que se puede atribuir al caso de Andrés, un joven de 32 años que ha decidido pasar todas las fiestas solo por distintas razones. Entre ellas, destaca una: "proteger" a sus padres, quienes padecen diversas patologías y forman parte de la población de riesgo ante el coronavirus.

Incluso, ha convencido a sus dos hermanos para que hagan lo mismo y aplacen las reuniones familiares a un momento en el que no haya tanto riesgo.

No me parecía bien que nos juntásemos, teniendo en cuenta que mi hermano, el pequeño, se monta todos los días en metro, que el mayor está de aquí para allá, y que yo no paro de salir por mi trabajo. Además, teniendo en cuenta que hay toque de queda, que somos solo cinco y que no hay niños, no deja de ser una noche más”, opina Andrés.

Son esos los argumentos de peso que le llevarán a vivir su primera Navidad en solitario, aunque confiesa que, por razones personales, estas fechas le ponen “enormemente triste” y agradece, en cierto modo, no tener que acudir este año a ninguna celebración familiar:

“Tengo asociada la Navidad a mi infancia y a mis abuelos. No es que no me guste, es simplemente que añoro a una serie de personas y sensaciones: cómo cortaba mi abuela las bandejas de turrones, el regalo que nos daba después de cenar en Nochebuena, los villancicos que cantábamos… Todo eso ya no existe y me muero de tristeza. Estos años atrás, hacía el esfuerzo e iba a casa de mis padres porque no tenía una excusa, digamos, como la de este año”.

Cuando el miedo al contagio se suma a un recuerdo triste

Algo parecido relata Nieves, una mujer de 81 años que vive en una residencia de Madrid. El protocolo para las salidas de estos centros fijado por su región le permitiría marcharse unos días para visitar a sus hermanas, pero no lo hará porque se unen dos circunstancias relevantes: lo ve arriesgado por la situación epidemiológica y no siente la necesidad porque tiene la Navidad "muy asociada" a momentos negativos.

“Mis hermanas me insisten, pero yo no me muevo de aquí. Otros años he salido algunos días a comer o a cenar, pero esta vez me quedo aquí. En cuanto empieza a faltar gente, los padres, los hermanos... las fiestas ya empiezan a ser otra cosa. Además, mi marido murió en estas fechas”, revela Nieves.

Ella, además, se siente más segura dentro de la residencia e, incluso, ha reducido los contactos dentro del centro. “Si me tiene que llegar, me llegará, pero yo prefiero tener precauciones. Ni siquiera quiero que entre nadie en mi habitación”.

Personas que viven lejos de su familia y no volverán a casa por Navidad

Otra de las “soledades” que deja la pandemia la describen quienes no viven en el mismo país que sus familiares y este año no pueden o no quieren volver a casa. En el caso de Inés, una joven que vive en Viena y tiene su residencia familiar en Granada, se mezclan ambas causas.

“Por un lado, no voy por lo complicado que es el protocolo. Necesitas hacerte un test y todo es un latazo enorme cuando llegas. Hay poquísimos vuelos, no se pueden comprar billetes de ida y vuelta, y es un riesgo quedarse atrapado en otro país”, dice.

“Pero también es que creo que menos movimientos puede implicar que haya menos contagios, así que también hay una parte de conciencia por los demás”, añade la joven, que por primera vez desde que vive en Austria no se reencontrará con los suyos en estas fechas, algo que, reconoce, le entristece bastante.

A estas cuatro situaciones de soledad, distintas pero conectadas por el mismo contexto pandémico, se sumarán las de cientos de personas que contraigan el coronavirus en estas semanas y tengan que someterse a un aislamiento estricto para no contagiar a otros. Para todos ellos sí que estas Navidades serán tan atípicas, extrañas y peculiares como se dice.