Y cuando desperté un año después, el coronavirus todavía estaba allí
Nunca las pusieron durante el pasado año, pero, ahora, unas vallas metálicas rodean todo el perímetro del edificio en el que vivo en Pekín. En cada una de las improvisadas entradas un vigilante de barrio, a los que aquí se les llama “baoban”, te pide que le muestres el teléfono móvil con la aplicación que confirma que en los últimos 21 días todo es normal en tu estado de salud. Es el “código verde” o rastreador de Inteligencia Artificial que informa sobre por dónde te mueves, el supermercado al que has ido a hacer la compra, o el restaurante donde has ido a comer, y que ha sido clave en todo el país para el control de la epidemia desde que se activaron el pasado mes de marzo.
Debate aparte sobre la privacidad de los datos, lo cierto es que desde el verano apenas lo pedían ya en muchos sitios, e incluso se había relajado el uso de la mascarilla, pero en los últimos veinte días han surgido dos brotes que preocupan, uno en Pekín y otro en la provincia vecina de Hebei.
De ahí que las vallas cierren mi área de residencia, o que hayan confinado a los once millones de habitantes de la ciudad de Shijiazhuang, la capital de Hebei. Según la información oficial, en Pekín ha habido una veintena de positivos y ya está controlado. En la capital de Hebei pasan de 560.
Los dos focos inquietan al igual que hicieron sonar las alarmas los que hubo a lo largo de 2020 en otros puntos del país, incluso cuando se daba por controlada la COVID-19 meses después de la pesadilla de Wuhan, y aunque fuesen pocos los contagiados en esas ciudades. Pero ahora la preocupación es quizá mayor.
Primero porque es en Pekín, o cerca. La capital representa el peso político de China, donde además vive el presidente Xi Jinping, los miembros de su gobierno y el resto del núcleo central del poder.
Segundo por la proximidad al Año Nuevo lunar, la principal fiesta de los chinos. Tercero, porque el brote de Hebei recuerda que así empezó todo hace un año en Wuhan".
Mirando al pasado más reciente
El aniversario pesa en la memoria colectiva junto al temor de que se vuelva a repetir otro invierno igual al pasado, si bien ahora saben qué es y cómo hacerle frente.
“El aniversario pesa en la memoria colectiva junto al temor de que se vuelva a repetir otro invierno igual al pasado“
Si se cumple el año de las primeras muertes en Wuhan, o de que los científicos concluían que la causa de la “misteriosa neumonía” era un nuevo coronavirus; pronto marcaremos el 23 de enero como el aniversario del inicio del confinamiento de Wuhan y de su cierre, junto al de toda la provincia de Hubei, al resto del país para evitar que se propagase más el virus.
Pero en febrero señalaremos, por ejemplo, la apertura de los dos hospitales que se hicieron en nueve días, en marzo el inicio del desconfinamiento progresivo, o en abril la primera vez que hicieron PCR masivos a todos los habitantes de una ciudad de casi doce millones de personas en diez días.
Son las fechas de las batallas frente al coronavirus que en China se subrayan sobre todo en Wuhan porque fue en la primera ciudad del mundo donde hubo el contagio descontrolado, y porque allí se aprendió después cómo cortar de forma rápida, y desde el principio, los conatos de contagio que hubo en otras provincias chinas.
Los últimos brotes demuestran que no se debe bajar la guardia todavía porque el virus no está erradicado. Los controles se han intensificado para los pocos que pueden volver a China desde el extranjero. Las autoridades destacan que el mayor riesgo son los casos importados y las cuarentenas son ya de 21 días y no de 14 como eran el año pasado.
“Los últimos brotes demuestran que no se debe bajar la guardia todavía porque el virus no está erradicado“
Se ha recomendado también a la población que no viajen para Año Nuevo cuando siempre se produce el mayor éxodo del planeta. Solo el año pasado se registraron casi 3.000 millones de desplazamientos. Precisamente una de las críticas a China de su gestión inicial de la crisis es que permitiese estos movimientos en la segunda quincena de enero cuando ya había alertas de que en Wuhan había casos de esta desconocida enfermedad que, como avisó el médico fallecido Li Wenliang, recordaba al SARS de 2003".
Luces y sombras que permanecen
Y es que aunque la segunda gran potencia mundial ha sido sin duda la menos perjudicada del “Annus Horribilis” que nunca olvidaremos, se lleva también unas heridas que todavía no se han cerrado.
A la cuestionada gestión inicial, se suman el silencio y la opacidad que denuncia una parte de la comunidad internacional que, incluso, plantea que su falta de trasparencia ayudó a que la epidemia se convirtiese en pandemia.
En el contraataque, China centra sus esfuerzos en situar el origen del virus fuera de sus fronteras. Una incógnita todavía sin resolver y que investiga en colaboración con la Organización Mundial de la Salud. Sobre el terreno han estado ya 10 expertos chinos que han recogido muestras, por ejemplo, del mercado de mariscos supuesto foco de contagio, o de los animales de la ciudad.
Ahora es el turno de la Comisión internacional. Los científicos de otros países llegan a mediados de este mes de enero para buscar posibles pistas que arrojen luz sobre cómo empezó todo".
La esperanza de la vacuna
Con todo mi gran respeto hacia el Maestro Augusto Monterroso pido disculpas por parafrasear su célebre cuento corto para el título de este artículo. Su mini relato me parece lo más certero para resumir que después de un año, el coronavirus sigue y sigue, y China, aunque esté mejor que el resto del mundo, también tiene su esperanza en las vacunas. No fluye mucha información sobre ellas últimamente. Las autoridades sanitarias esperaron al último día del año para anunciar que daban luz verde a la comercialización de la del laboratorio Sinopharm, una de las cuatro que estaban en la última fase de experimentación.
Con una eficacia de casi el 80%, se había inoculado ya en Emiratos Árabes Unidos, en Argentina y Perú, entre otros países. También aquí, a 4,5 millones de chinos. De hecho desde el pasado mes de junio, Sinopharm y Sinovac, han puesto su vacuna a algunos de los que eran considerados de riesgo por su trabajo, edad, o estado de salud.
“Me la ofreció mi empresa porque viajamos mucho al extranjero. Me puse las dos dosis de vez y me hicieron un seguimiento de un mes por si tenía reacciones adversas. No tuve efectos secundarios”, nos contó el mes pasado una chica desde Xian a la que conseguimos entrevistar después de muchos intentos de que alguien, al menos, nos reconociese a cámara que se había vacunado.
No ha trascendido tampoco de forma pública un calendario de vacunación, aunque los medios oficiales hablan de que ya se la han puesto más de nuev millones, y que el objetivo es vacunar a 50 millones antes del Año Nuevo lunar que este año se celebra el 12 de febrero.
Se acabará así el año de la rata para dar paso al del buey, un animal más pausado, más tranquilo, dicen. Será la noche del 11 al 12 cuando los chinos, una vez más, pidan Fortuna y Salud.