La atípica toma de posesión de Joe Biden, doblemente condicionada por la herencia de Trump y la pandemia
- Sigue en directo la ceremonia de investidura del 46º presidente de los Estados Unidos
Joe Biden se despedía este martes de Delaware, el estado en el que reside desde niño y por el que fue senador muchos años, recordando como en 2008 esperaba en la estación de tren de Wilmington, donde se encuentra su casa, "a que me recogiera un hombre negro" para realizar juntos el trayecto hasta Washington. Iban a ser el presidente, el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos, Barack Obama, y el vicepresidente, el propio Biden.
"Ahora -decía Biden- mi familia y yo vamos a regresar a Washington para reunirnos con una mujer negra, y descendiente sudasiática" para jurar el cargo como presidente y vicepresidenta. Kámala Harris también hace historia, como Obama en su día, al ser la primera mujer que ocupará la vicepresidencia de Estados Unidos y además, como se la considera aquí, mujer de "color".
Todo parece perfecto. Si no fuera porque entre aquel viaje de hace 12 años y el de hace unas horas, son muchas las cosas que han cambiado, y no necesariamente para bien, en Estados Unidos. Y así lo demuestra el hecho de que Biden quería repetir el viaje en tren desde Wilmington a Washington, como hacía también siendo senador. Pero el Servicio Secreto ha considerado que los riesgos a su seguridad lo desaconsejaba.
Y Biden tenía que hacer el trayecto de apenas 200 kilómetros en avión. Tras el asalto al Capitolio del 6 de enero por los seguidores de Donald Trump y las falsas denuncias de robo electoral por parte de éste, el riesgo se ha disparado para el nuevo presidente, al que buena parte de las bases republicanas no otorga legitimidad.
Una atípica toma de posesión
Y a diferencia de lo que ocurrió hace 12 años, aunque Biden también, y como tradicionalmente se hace, jurará el cargo en la escalinata de la cara oeste del Capitolio, lo hará en unas circunstancias completamente distintas. No habrá decenas de miles de personas frente a esa escalinata, en el National Mall. Apenas un millar de invitados. Y el escenario circundante se parecerá más a una zona bélica, con miles de efectivos de la Guardia Nacional en uniforme de tarea y portando armas de guerra, todo rodeado de barreras de hormigón, altas verjas y concertinas, que a un lugar de celebración de la democracia.
Lo que ha cambiado entre esos dos momentos con un intervalo de 12 años tiene que ver con un país que se ha ido polarizando de una manera desmedida. Una polarización que ya se venía gestando pero que ha sido exacerbada por el sucesor de Obama y antecesor de Biden, el hombre que ha ejercido la presidencia entre ambos, Donald J. Trump. Con un discurso populista y ultranacionalista, recurriendo a la demagogia, a los datos falsos o manipulados, y apelando al patrioterismo más primario, Trump ha logrado amalgamar a todo un sector de estadounidenses que se sentían abandonado por las élites políticas, por el llamado establishment.
Es cierto que había factores objetivos que eran percibidos como un abandono: la globalización, la deslocalización, el cambio de ciclo económico y social, habían llevado a muchas familias estadounidenses vinculadas a la industria y al medio rural a ver cómo su mundo se resquebrajaba. La crisis financiera de 2008 dio la puntilla a esa pérdida del medio tradicional de vida de millones de ciudadanos blancos, trabajadores de clase media y de agricultores. La administración Obama logró encauzar con el tiempo la salida de la crisis, pero en el camino quedaron cicatrices que no se borraron y todavía duelen.
Obama cometió errores, sin saber prestar atención a las señales que emanaban de ese descontento creciente. Pero no solo fue responsabilidad suya como algunos quieren hacer creer. Aún más profunda fue la brecha que se abrió por lo que simbolizaba la llegada a la Casa Blanca del primer presidente negro. Obama era de alguna manera el representante de la diversidad étnica, social y religiosa, del mundo urbano y de cierta intelectualidad.
La herencia que deja Trump
Frente a él y a esos sectores se sublevaron quienes consideraban a Estados Unidos un país de valores tradicionales vinculados a los primeros peregrinos, anglosajones blancos, cristianos y apegados al mundo rural. Con todas las excepciones y todos los matices que se quiera, esa es la realidad de una sociedad polarizada a día de hoy. Y la Pandemia no ha hecho sino agudizarlas aún más.
Esos son los Estados Unidos cuya presidencia asume Joe Biden y parecen más desunidos que nunca, o al menos desde el final de la guerra civil. Una polarización que se intuye difícil de superar a corto plazo, y habrá que ver qué ocurre a medio y a largo plazo. Por más que Biden apele continuamente a cerrar las heridas y a poner fin a la división, abriendo un nuevo ciclo de unidad, no le va a resultar fácil que ese discurso cale en buena parte de los seguidores de Trump.
El país está profundamente fracturado y los últimos meses de Trump en la presidencia han contribuido enormemente a ello. En ese escenario, a medio plazo incluso se abre la posibilidad de un 'trumpismo' sin Trump que mantendrá a Estados Unidos sumido en la polarización.
Pero el factor de división no solo viene por parte de esos sectores republicanos que perciben como un terremoto su pérdida de privilegios y referentes. También los sectores marginados durante décadas o siglos, sobre todo la población negra, ha dicho basta y tras las movilizaciones contra el racismo de los últimos meses, colocando en primera fila reivindicativa al movimiento Black Lives Matter, no están dispuestos a retroceder y volver a la marginación o a la condición de ciudadanos de segunda fila que en la práctica tiene asignada. Algo que también empieza a calar en el mundo latino, aunque aún con menos fuerza que entre los afroamericanos.
La pandemia que azota Estados unidos
Biden tiene que lograr el difícil equilibrio de impedir que los sectores republicanos se radicalicen aún más, al tiempo que conseguir que las promesas de justicia socioeconómica y combate contra el racismo se materialicen de manera perceptible por quienes padecen las oprobiosas desigualdades en la primera potencia económica mundial que es incapaz de garantizar un mínimo de bienestar a millones de sus ciudadanos.
Y lo tiene que hacer combatiendo otras dos crisis, además de la política: la sanitaria, con una pandemia desatada que ha convertido a Estados Unidos en el país más afectado con diferencia del mundo, gracias también en gran medida a la pésima gestión de la administración Trump; y la crisis económica derivada de la propia pandemia.
Son retos complicados y Biden tiene que darles respuesta en un plazo de tiempo no demasiado largo. Si logra encauzar las crisis sanitaria y económica, a medio plazo quizás la polarización política pueda reconducirse o al menos no siga agrandándose. Aunque esto no esté garantizado. Pero, desde luego, si el nuevo presidente no es capaz de sacar a Estados Unidos en un tiempo razonable del marasmo que Trump ha dejado tras de sí, la presidencia de Biden puede convertirse en un infierno que haga saltar las costuras, ahora sí definitivamente, del sistema democrático estadounidense.