Mozambique: vacunas en mitad del naufragio
- En la provincia de Cabo Delgado, 500.000 personas han tenido que huír de sus hogares y se exponen a diferentes enfermedades
- Especial El viaje de la vacuna, un recorrido virtual por los cinco continentes
La playa de Paquitequete, en la ciudad de Pemba, amanece cubierta por los restos de un inmenso naufragio. Cientos de personas, en su mayoría mujeres y niños, se encuentran varadas sobre la arena, esperando no saben muy bien a qué. Alrededor de ellas, se amontonan hatillos y bidones de plástico, que contienen las escasas pertenencias que han podido llevarse consigo.
A diferencia de otros naufragios, este no se ha producido en el mar, sino tierra adentro. Según estimaciones del propio Gobierno de Mozambique, en la provincia de Cabo Delgado, situada en el norte del país, casi 500.000 personas -la mitad de ellas, niños- han tenido que dejar sus hogares en medio de una escalada de brutalidad que se prolonga ya durante más de tres años. Los ataques comenzaron en octubre de 2017, y desde entonces la violencia no ha cesado, instigada por Al Shabab, un grupo yihadista local integrado en el Estado Islámico de África Central (ISCA, según sus siglas en inglés).
Las personas que ahora se apiñan sobre la arena han llegado a Pemba en busca de seguridad, porque los grupos armados suelen atacar aldeas dispersas, las más desprotegidas, dejando un reguero de destrucción a su paso. Los asaltantes llevan a cabo una campaña indiscriminada cuyo único objetivo es sembrar el pánico, por lo que no escatiman a la hora de perpetrar los crímenes más brutales, como decapitaciones, desmembramientos, violaciones, secuestros o torturas. Una tempestad de sangre y fuego que ha provocado que cientos de pueblos hayan sido abandonados por completo en esta región de Mozambique.
Sus habitantes han tenido que huir prácticamente con lo puesto, dejando atrás todo cuanto tenían, incluso a los familiares más ancianos o enfermos que no han podido seguirlos. Ahora, muchos permanecen en la playa, a la espera de poder encontrar un lugar mejor, en unas condiciones tan precarias que hasta el agua potable se ha convertido para ellos en un lujo. Sin embargo, prefieren esta situación a vivir escondidos en el bosque. Al menos, aquí no hay serpientes, pueden recibir ayuda humanitaria y están a salvo de las garras de Al Shabab.
Pemba, una ciudad desbordada
Cuando los desplazados llegan por mar, Paquitequete se convierte en el principal lugar de desembarco. Todos los días aparecen barcas abarrotadas cuyos ocupantes buscan acogida en casas de familiares y conocidos, o intentan acceder a alguno de los numerosos campos que se han improvisado en los alrededores de Pemba, una ciudad desbordada por esta incesante marea humana.
Aunque aquí tampoco están libres de amenazas, ya que este escenario representa el caldo de cultivo perfecto para que proliferen todo tipo de enfermedades infecciosas, como el cólera, el sarampión o la polio. Una bomba de relojería epidemiológica que supone el mayor desafío al que se enfrenta la ayuda humanitaria en la zona.
La vacunación sigue siendo el recurso más efectivo para prevenir estos brotes, pero las campañas se han visto muy perjudicadas por la violencia. Y la llegada de la pandemia de COVID-19 ha agravado aún más este problema. “La cobertura de vacunación en el país ha aumentado durante los últimos años, pero debido al coronavirus, y debido también al conflicto armado que existe en Cabo Delgado, se ha producido un descenso en la cobertura”, cuenta José Vallejo, oficial de salud de UNICEF en esta provincia de Mozambique.
A diferencia del resto del país, Cabo Delgado registra una tendencia a la baja en la vacunación infantil. “Cuando a nivel nacional tenemos una cobertura de un 97%, vemos que aquí aún estamos en un 78% debido al conflicto”, explica este sanitario.
1.800 médicos para 30 millones de personas
La situación arranca ya de un contexto de fragilidad extrema. Mozambique registra una de las menores densidades de médicos por habitante del mundo: únicamente 1.800 profesionales para atender a 30 millones de personas. A esta precariedad endémica hay que sumar la destrucción de sus escasas infraestructuras. De un total de 125 unidades sanitarias que ofrecían servicios de salud a la población de Cabo Delgado, 41 de ellas han sido vandalizadas, cuando no directamente quemadas o destruidas, lo que ha degradado aún más la atención sanitaria.
“Alrededor de 550 profesionales de salud que trabajaban en estas unidades han huido de la zona y se han refugiado, igual que la mayoría de la población, en distritos más al sur de la provincia, inclusive en otras provincias”, describe Vallejo.
El deterioro de los servicios más básicos, como el acceso a los medicamentos o a las vacunas, se ha traducido en la pérdida de miles de vidas humanas. Y, cuando se trata de menor número de vacunaciones, los niños son siempre los que se llevan la peor parte. En Mozambique, entre 1990 y 2012 la tasa de mortalidad se redujo un 61% en menores de cinco años, según el informe Committing to Child Survival: A Promise Renewed. Progress Report 2013. La inmunización fue uno de los factores más importantes que contribuyó a este descenso, pero la tendencia se ha visto revertida por la nueva situación sanitaria derivada de la violencia y la pandemia.
La importancia de GAVI
Como sucede en tantos países africanos, la pandemia de COVID-19 se ha convertido para Mozambique en una crisis sanitaria más, que se suma a una lista interminable. Las labores humanitarias han permitido que la situación haya mejorado en las tres últimas décadas, pero el país sigue estando entre aquellos que registran una de las cifras de mortalidad infantil más altas, en consonancia con el resto de África subsahariana, la zona del mundo con la mayor tasa de muertes infantiles. Uno de cada trece niños fallece antes de cumplir cinco años.
Por esta razón es extremadamente importante el trabajo que desarrolla en la zona la Alianza Global para la Vacunación e Inmunización (GAVI), un consorcio internacional integrado por entidades públicas y privadas que tiene como objetivo mejorar el acceso a la inmunización de los niños más vulnerables de todo el mundo. En estos momentos, su reto más inmediato es asegurar el acceso a la vacuna contra la COVID-19 de los países más pobres.
“GAVI es tan importante para Mozambique porque es el principal mecanismo de apoyo técnico y también de financiación para la vacunación y la inmunización de sus niños”, asegura José Vallejo, quien explica que gracias a esta iniciativa internacional se están pudiendo administrar en este país africano vacunas que previenen enfermedades tan poco habituales en países desarrollados como la tuberculosis, la rubeola, el sarampión, el tétanos, la meningitis, la hepatitis, la difteria o la tos convulsiva.
Situación dramática de los desplazados
Algunos de los desplazados que llegan a Pemba lo hacen ya enfermos, y casi todos presentan síntomas de desnutrición, a lo que hay que añadir la angustiosa situación emocional que atraviesan. Muchos de ellos han presenciado cómo decapitaban a sus maridos y padres, o raptaban a sus hijos para convertirlos en soldados, o a sus hijas para esclavizarlas sexualmente. Todos están exhaustos anímica y físicamente, sin excepción.
La población infantil ha sido la gran perjudicada en esa tierra de nadie que ha quedado entre islamistas radicales y las fuerzas de seguridad mozambiqueñas. Y la pandemia ha agravado aún más esta crisis, especialmente para los más vulnerables, pues los servicios rutinarios de inmunización se han suspendido desde marzo de 2020, un escenario desolador que se ha repetido en decenas de países. En todo el mundo, al menos 80 millones de niños menores de un año están en riesgo de enfermar en el futuro por la interrupción de las campañas de vacunación debido a las medidas para frenar la expansión de la COVID-19. Es la denuncia conjunta de GAVI, la OMS y UNICEF.
Las familias rotas y varadas en la playa de Paquitequete son solo una pequeña muestra de un naufragio inagotable, prácticamente invisible para los habitantes de los países más ricos. UNICEF estima que en todo el planeta 36 millones de niños viven desplazados debido a los conflictos, la violencia y los desastres; lo que ha provocado que las enfermedades y la desnutrición infantil estén aumentando de manera muy preocupante. "Cuando una pandemia devastadora coincide con un conflicto, el cambio climático, los desastres o el desplazamiento, las consecuencias para los niños pueden ser catastróficas", alertan desde la agencia de la ONU para la infancia, y hablan ya de una "generación perdida".