El abrazo que robó el coronavirus
Después de más de 300 días de restricciones para combatir la pandemia, la falta de contacto social es una de las principales preocupaciones
El cambio radical de los hábitos sociales más arraigados, como el contacto físico, puede provocar tensión y depresión
- “Lo que más me duele es no poder relacionarme con las personas que más quiero”.
- “Se echa de menos un abrazo, estar con la gente, con la familia”.
- “Padezco ansiedad y la mascarilla me asfixia”.
Son algunos testimonios recogidos en la calle, casi un año después del inicio de la pandemia. Por entonces, pocos imaginaban que, en febrero de 2021, seguiríamos sin poder abrazar a nuestros seres queridos. Según una encuesta realizada por el Ayuntamiento de Valencia, el Infobaròmetre d’opinió ciutadana, las restricciones sociales han pasado a ser la primera preocupación de los ciudadanos, por encima incluso del desempleo. Para el 21,2% de los entrevistados, las medidas de distanciamiento interpersonal y la limitación de las relaciones familiares y sociales se ha convertido en el problema que más les afecta.
“La pandemia nos obliga a aislarnos, es desolador“
“Nos está golpeando de manera brutal porque somos seres sociales, y precisamente la transmisión del virus se produce por el contacto con el resto”, asegura Pablo Vidal, profesor de Antropología en la Universidad Católica de Valencia. “Mantenemos la distancia con el otro porque puede contagiarnos, eso atenta profundamente contra nuestra identidad social, no somos islas ni seres individuales y la pandemia nos obliga a aislarnos. Es desolador”.
Ansiedad, enfado y depresión
El miedo y la falta de contacto físico pueden llegar a generar estrés, enfado, frustración e incluso depresión. “Hay ansiedad a la hora de salir a la calle", asegura la psicóloga Ana María Perales. “Evidentemente también hay ansiedad porque alguien se acerque, enfado porque si alguna persona se salta las normas ya que nos influye a todos, y por último depresión, porque hay muchísima gente está más sola, más aislada, no tiene casi contacto”.
“Además somos mediterráneos”, añade el profesor Vidal. “Eso exacerba aún más la necesidad de contacto. Nos encanta tocarnos, abrazarnos, besarnos, estar cerca, compartir… y nos piden que dejemos de hacer esto, de forma radical. Es algo tremendo y profundamente estresante para una sociedad como la nuestra. Ahora todos somos sospechosos y estamos transformando a nuestros amigos en nuestros enemigos".
“La higiene y la mascarilla han venido para quedarse“
En Japón, con 120 millones de habitantes en una porción de tierra muy pequeña, utilizan desde hace tiempo las mascarillas de manera preventiva. "Son medidas de respeto al otro que aquí estamos empezando a tomar. Higiene, la limpieza de manos, la limpieza de espacios públicos… han venido para quedarse".
El síndrome de la cabaña
Mayores y pequeños son, según los expertos, los más afectados. No siempre pueden comprender la ausencia de sus seres queridos. “Las personas mayores lo están pasando muy mal, estamos empezando a ver lo que se llama el síndrome de la cabaña: tienen miedo a salir de casa”, afirma el antropólogo Pablo Vidal. “Vamos a tener niños que durante un tiempo van a tener problemas para relacionarse”, vaticina Ana María Perales. “Luego irán recuperando, pero, como todo en esta vida, siempre hay gente que se queda atrás”.
Las personas mayores necesitan más apoyo de los demás, pero los jóvenes también se resisten a ests cambios, como se puede ver en los movimientos sociales que están desarrollándose en Holanda o Dinamarca. Afirman que están perdiendo su juventud y se manifiestan en contra de las restricciones.
Los expertos concluyen que mantener el contacto social a través de las nuevas tecnologías, recrearse en los pequeños placeres y sobre todo armarse de comprensión, puede ayudar a superar este reto inesperado.