'Camorra Millennial': los nuevos 'capos' de la mafia napolitana
- En Portada viaja a Nápoles para hablar con los nuevos cachorros de la Camorra
- El negocio de la mafia napolitana sigue creciendo en plena pandemia
- Ya disponible en RTVE.es el documental la 'Camorra Millennial'
Filippo tiene 28 años pero ha pasado más de una década en prisión. Conoce varios penales de Nápoles, incluidos varios correccionales de menores. Sobra decir que su infancia vino marcada por una familia desestructurada, un padre violento y un entorno de pobreza y frustración. Las estrechas callejuelas de los Barrios Españoles fueron su escuela, su parque infantil, su estadio deportivo. Aquel laberinto de adoquines fue también el lugar donde empezó a delinquir. “De niño me dedicaba a robar y llamé la atención de los mayores. Luego me dijeron que entrara en la banda y me propusieron vender droga en las plazas. Y desde entonces me dedico a eso: a vender cocaína marihuana, hachís y crack”, reconoce Filippo.
Gennaro no conoce a Filippo pero se dedica a lo mismo en un clan rival. Su territorio es La Sanitá, cuyas calles transita noche tras noche para que ningún sospechoso se cuele en el barrio. Gennaro también creció a toda velocidad: “Entré en la Camorra cuando tenía 14 o 15 años. A esa edad comencé a fumar porros. Después de los porros, vino la cocaína. Como la cocaína costaba cada vez más dinero, empecé a robar, a cometer delitos. Luego fui a la cárcel y allí conocía a la Camorra”.
Gennaro y Filippo son soldados de una guerra de baja intensidad. La que enfrenta a decenas de bandas de la Camorra por el control de los barrios de Nápoles. Un conflicto urbano que aborda de lleno En Portada en su último estreno: Camorra Millennial.
Una nueva generación de la Camorra
Durante los últimos años, los históricos capos de la mafia napolitana han ido cayendo en desgracia: o los mató el enemigo o se pudren entre rejas en un duro régimen de aislamiento. “Ese vacío -tras el arresto de los viejos capos- se ha ido llenando con chicos, siempre muy jóvenes, que han crecido con el mito criminal de esos sujetos”, afirma el ex fiscal antimafia Catello Maresca. A su espalda, Maresca tiene decenas de investigaciones sobre la Camorra, sobre cómo funciona, cómo se financia y cómo lava el dinero que obtiene con la extorsión o la venta de cocaína. Así que no es de extrañar que este napolitano, magistrado y escritor, viva pegado a su escolta. Sobre todo desde que, en 2011, detuviera a Michele Zagaria, el histórico capo del clan de los Casalesi.
Maresca conoce bien a la Camorra. A la vieja Camorra, y a los nuevos cachorros: “Ellos matan porque ansían el poder, para ejercer hoy el poder. Porque para ellos no hay mañana”.
El lenguaje de la Camorra Millennial
Las nuevas generaciones de la Camorra no tienen códigos. Viven al día, y pasan por encima de quien sea por acceder al poder. Filippo y Gennaro saben que sus vidas serán cortas, pero las quieren vivir al máximo. “Ganas dinero, pero gastas mucho en discotecas, en drogas. Y esta vida no siempre es agradable”, afirma Filippo. Y añade: “Y dormir tranquilo, nunca duermes tranquilo”. Gennaro sabe que no tiene salida, que será casi imposible salir de la Camorra. Y aborda el problema de raíz: “A menudo, los chicos toman el camino equivocado y se meten en la mafia. Porque la Camorra es la única alternativa cuando falta el trabajo. La Camorra es la verdadera plaga de Nápoles”.
No fue fácil contactar con los dos protagonistas del reportaje. Y hubiera sido imposible llegar hasta ellos sin la inestimable ayuda de un grupo de jóvenes periodistas napolitanos. Camorra Millennial siempre estará en deuda con Ciro Cuozzo, Sveva Scalvenzi, Andrea Aversa y Antonio Lamorte. En deuda por todo lo que nos dieron; en deuda por el compromiso cívico que demuestran trabajando en unos barrios donde el Estado sigue ausente, donde mandan jóvenes imberbes ansiosos de poder y diversión. Ellos crecieron en esas calles, allí donde las mejores pizzas del mundo se mezclan con joyas arquitectónicas del siglo XVII. Y conocen de primera mano el abandono que habita cada rincón de Forcella, de los Barrios Españoles o de la Sanitá. Porque en Nápoles, detrás de cada palacio hay un universo de pobreza y frustración.
Una situación agravada con la pandemia
Hay cifras que no necesitan más comentarios. En Nápoles, antes de la pandemia, el abandono escolar rondaba el 40%; el 31% de los jóvenes, ni estudia ni trabaja; siete de cada diez jóvenes no ha ido nunca al teatro ni ha visitado una exposición.
La pandemia ha derribado los escasos cimientos que quedaban en pie. Y la Camorra ha querido aprovechar la devastación social de los barrios más pobres para ganarse a la gente. “La criminalidad es rápida, tiene dinero en efectivo, no tiene burocracia, sabe lo que tiene que hacer, y tiene una increíble necesidad de consenso”, reconoce Luigi de Magistris, el alcalde de Nápoles. Maresca va más allá: “la criminalidad organizada fue a invertir en este sector de los pobres, y lo ha hecho para crear proselitismo, para atar a la causa mafiosa a familias enteras”.
Scampia, una de las zonas más vulnerables
Scampia es uno de esos barrios donde la Camorra busca pescar en río revuelto. Puede que Nápoles sea la ciudad con peor reputación de Italia. De todos sus barrios, Scampia es el más estigmatizado. Y dentro de Scampia, no hay lugar que imponga más respeto que Las Velas.
Ese conjunto de edificios vivió en 2004 una guerra de clanes que dejó más de cien muertos en sus calles. En ese ambiente creció Davide Cerullo. De niño empezó robando en mercados, luego descubrió las drogas, traficó con cocaína y pagó sus delitos en prisión. Hoy enarbola un discurso anticamorra y lo acompaña de gestos que no son banales. Entre los bloques grises de Scampia, Cerullo ha creado una granja de animales y una pequeña biblioteca para los niños. “Sólo la educación puede derrotar a la Camorra”, sostiene mientras deja una frase para la reflexión: “Yo no existía para todo aquello que podía permitirme el ser un niño. Yo cuanto era un niño, soñaba con tener una pistola. Y ahora que soy grande, sueño con volver a ser un niño. Creo que el crimen más grande que se puede cometer, es el de no permitir a un niño el ser un niño. Y hoy, el Estado sabe esto, pero no hace nada por impedirlo. No lo hace”.