"Nadie quiere ser refugiado": el retrato de seis sirios en Europa
- El 80% los habitantes de Siria vive bajo el umbral de la pobreza
- La gran mayoría de los refugiados sirios quiere regresar a su país, si vuelve la paz
Antes de la guerra, la población de Siria era de 22 millones de personas. Hoy, más de la mitad de esa población ha huido de sus casas: hay 6,7 millones de desplazados internos y casi 5,6 millones de refugiados fuera de las fronteras sirias, la gran mayoría en países vecinos. En total, 13 millones de sirios necesitan ayuda humanitaria.
Los corresponsales de RNE, Sara Alonso en Londres, Jordi Barcia en Roma, Gabriel Herrero en Berlín y la redactora del área internacional, Alejandra Martínez en Madrid, han puesto rostro y voz a esas cifras.
Yazan Douedari, una nueva vida en Reino Unido
Hace diez años, Yazan Douedari vivía en Alepo, en el norte de Siria. Estaba terminando su carrera de odontología. 'Estaba planeando mi futuro. Pensaba en quizá completar mi formación fuera, barajaba Reino Unido. "Nunca me imaginé que años después terminaría aquí como refugiado", apunta este hombre a quien las manifestaciones que comenzaron hace una década en su país pidiendo democracia y libertad le resultaron ilusionantes.
Sin pasar mucho tiempo sus expectativas se desmoronaron. Cientos de personas que huían del asedio de Homs, ciudad del centro del país que se convirtió en primer escenario de la guerra, comenzaron a llegar a la ciudad de Alepo, que pronto se convertiría en otro de los grandes focos del conflicto. "Empecé a tener miedo. Yo colaboraba en temas humanitarios con los desplazados internos. El régimen te detenía por eso o por cualquier cosa", asegura.
Por eso, a finales de 2012, puso rumbo a El Cairo para continuar sus estudios. "Pronto me di cuenta de que había tomado una decisión equivocada. No me encontraba bien allí pensando que mi país estaba en guerra y yo estaba continuando con mi vida como si no pasara nada", asegura. Volver a Siria le parecía demasiado peligroso. Por eso decidió instalarse en Turquía, primero en Antioquia y después en Gaziantep.
Durante dos años, trabajó en estas zonas de frontera, con asociaciones humanitarias que operaban en su país. "La verdad es que fue un periodo de mi vida bastante gratificante, creo que hicimos cosas buenas para mucha gente. Sin embargo, yo soy sanitario y quería volver a ese sector", comenta después de recordar con un suspiro de alivio el reencuentro con sus padres cuando, a finales de 2014, dejaron atrás la ciudad de Idlib para instalarse en Turquía como paso intermedio hacia Canadá donde ahora viven también como refugiados.
Yazan vive ahora en Londres a donde llegó en 2015 para cursar un máster en salud pública. Sigue, en cualquier caso, estrechamente vinculado a su país. Durante años ha sido voluntario como traductor, ayudando a recién llegados, muchos en condiciones no tan cómodas como las suyas. Él trabaja como dentista y como investigador en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. El año pasado, en colaboración con la Universidad Nacional de Singapur, fundaron el Syria Research Group (Grupo de investigación para Siria).
El objeto principal de sus estudios es la reconstrucción del sistema sanitario sirio teniendo en cuenta los diferentes contextos según las regiones. Recientemente también han abordado el impacto de la Covid-19 en poblaciones desplazadas que muchas veces no tienen posibilidad de seguir las recomendaciones internacionales para prevenir el coronavirus.
¿Volver a Siria?
"Son diez años así. Es demasiado. Un día ya es demasiado. Son diez años. Y lo peor es que a veces no veo la luz al final del tunel. No hay conversaciones serias para buscar una solución, para que haya una transición política. Las hay pero no son serias" dice con impotencia.
"Nadie quiere ser refugiado. Nadie quiere ser refugiado en Europa. Yo hubiera preferido ser dentista en mi país que dentista refugiado en Reino Unido", afirma tajante. "Me duele mucho decir esto pero Siria ahora mismo es un sitio espantoso para vivir. Y de un lugar en el que no se pueda vivir, la gente se va a seguir yendo. A países vecinos o a Europa", continúa mientras señala que volver es un deseo pero no una posibilidad.
"No en las actuales circunstancias. No voy a volver con un gobierno criminal. Básicamente si vuelvo podrían detenerme o matarme, por ejemplo, por dar esta entrevista. Me encantaría volver si pudiera vivir seguro y sin miedo. Si fuera un país 'normal' claro que volvería" apunta.
"Ahora han pasado diez años ¿Cómo será la situación dentro de otros diez?", se pregunta mientras insiste en lo mucho que hay que abordar. "Es necesario que se rindan cuentas por lo que ha sucedido. Porque si no se hace justicia, si todo sigue como si no hubiera pasado nada, volverá a pasar una y otra vez", insiste este hombre que dice creer más en la gente que en los gobiernos y que está dispuesto a seguir denunciando la situación de su país con la esperanza de que algo, algún día, cambie.
No le resulta fácil mantener la fortaleza. "Miro las fotos y lo veo todo destrozado... los famosos bazares, la mezquita... todo. Y también las familias, claro. Durante mucho tiempo he tratado de preservar los buenos momentos pero la verdad es que están desapareciendo. Ahora lo que me viene a la cabeza es lo negativo. Desde hace un tiempo lo bueno ha quedado enterrado y a la superficie sólo afloran los horrores de lo que hemos vivido", sentencia.
Wedad Salloum, integrada en Alemania pero lejos de su hija
Wedad Salloum vino a Alemania hace casi seis años. No piensa regresar a Siria. Aunque lleve a su país siempre en el corazón. No se siente refugiada: detesta las fronteras. Abandonó Siria en 2012. Primero fueron a Jordania. Y tres años después, volaron a Alemania.
Piensa en su experiencia como un nuevo comienzo. Duro, sin duda. Wedad es licenciada en Literatura y Artes Escénicas. Y todavía no ha podido ejercer como tal en Alemania. Es narradora en una escuela, donde ayuda también a otras familias árabes.
En conjunto, Wedad está satisfecha. Integrada en la sociedad, habla ya bien el alemán, no se siente discriminada por ser mujer y tiene amigos aquí. Echa en falta eso sí a su hija. Se quedó en Jordania para terminar sus estudios de periodismo. Pero la embajada alemana le niega repetidamente el visado.
Ayham y Ola, refugiados con sus dos hijas en Madrid
Ayham y Ola salieron de Siria hace poco más de dos años. Intentaron evitarlo por todos los medios, porque les podía más el amor a los suyos que el miedo a las bombas, pero en 2018 el conflicto llegó a su aldea y no tuvieron alternativa. Cogieron a sus dos hijas, de dos y cuatro años, dos pequeñas mochilas (porque no les permitían más) y se subieron, junto a decenas de familias, a uno de los famosos autobuses verdes que se fletan en Siria para evacuar zonas.
Treinta y seis horas de viaje hacia el norte del país, de pie y sin apenas agua ni comida. Cuando llegaron, estuvieron siete meses viviendo en casas de amigos y reuniendo el dinero que les pedía la mafia para introducirles en Turquía a través de las montañas. "Fue muy duro y peligroso. Teníamos que andar horas bajo la lluvia con las niñas en brazos porque estaban agotadas", cuenta Ayham.
Su idea era asentarse en Turquía, pero no lo consiguieron, por eso, cuando una asociación de periodistas le propuso a Ayham (periodista y profesor) traerlos como refugiados a España, no se lo pensaron. Por una vez, el camino parecía algo más fácil, pero los traumas de la guerra sorprenden cuando menos te lo esperas, dice Ola. "Mi hija mayor no quería subir al avión que nos llevaría a España. Pensaba que todos los aviones mataban y lanzaban bombas, y nos costó mucho tiempo convencerla de que aquel avión era bueno"
Llegaron España y las dificultades siguieron. Tuvieron que convivir un tiempo con varias familias desconocidas y hacerse a un idioma que no se parece en nada al suyo. Pero lo más duro es haber sentido en demasiadas ocasiones que eran rechazados para un trabajo o para el alquiler de un piso por el hecho de ser refugiados. Sin embargo, y pese a las dureza de estos años, que no niegan y que se notan en su narración y en su tono de voz, dicen sentirse felices por ver crecer a sus hijas lejos de la guerra. Eso sí, tienen clarísimo que, si la paz vuelve a Siria, ellos vuelven con ella.
Hassan, dos huidas hastas echar raíces en Sevilla
Hassan decidió huir de Siria cuando aún no había cumplido la mayoría de edad. Llevaba un año viviendo bajo el bombardeo, viendo morir gente en las calles y preguntándose cuándo le tocaría a él. "Sabía que con mis años el régimen me iba a obligar a luchar, pero yo no quería ni morir ni matar. Las guerras son sucias porque mueren los que no tienen la culpa", afirma Hassan. Por eso, cogió lo imprescindible y se fue con un amigo a Líbano.
Allí ganó su primer sueldo (de cámarero) y logró cumplir una de sus metas: matricularse en la facultad de Historia. "Pero cuando llevaba allí casi dos años, mataron a mi hermano mayor y, como mi padre ya había fallecido, sentí que debía hacerme responsable de mi familia". Así que volvió a Siria, cogió a su madre y a sus dos hermanos pequeños, pagaron a la mafia y entraron en Turquía.
Allí trabajó de pintor, como cuando era pequeño, para mantener a los suyos, pero después de la experiencia de Líbano "mis sueños habían crecido" y Turquía no era el lugar para cumplirlos. Se subió a una patera camino de Grecia y, después de dos intentos fallidos en los que casi pierde la vida en el mar, llegaron a Atenas.
Estuvo algunas noches en un campo de refugiados, pero enseguida le dió la vuelta a la situación y se convirtió en voluntario para ayudar a sus compatriotas. Recolectaba comida junto a otros voluntarios y utilizaba su experiencia de chef en Líbano para cocinar diariamente para tres mil personas. Pero Atenas tampoco era su sitio.
Él quería llegar a España, la tierra de su admirado "Antonio Banderas". Y lo consiguió. De primeras no le fue bien, así que se fue a Francia y de allí a Suiza, donde solicitó asilo. Pero, mientras se lo tramitaban, vio claro que tenía que volver a España. "Yo soy mediterráneo, necesitaba el sol y el calor de la gente", dice. En el camino le encarcelaron en Francia, por no tener papeles, y cuando logró salir, se subió en un "blablacar" y acabó en Sevilla.
Volvía a partir de cero, pero donde todos veríamos obstáculos, él veía una oportunidad: "Cuando llegué tenía una montón de ideas, de proyectos... quería explotar". Desde hace dos años y medio tiene papeles, trabaja de conserje de noche en un centro de refugiados y durante el día pasa horas en el gimnasio, que le encanta. Tiene dos gatos, Esparta y Atenas, y cada vez que puede regresa a Grecia para seguir ayudando a los que han tenido menos suerte que él. Le encanta tomar cañas con sus amigos, a los que considera familia, y recuerda a cada persona que le ayudado en el camino. "Aquí me llaman el sirio de mi arma, y a mi me encanta". Ahora quiere perfeccionar su castellano, sacarse el carné de conducir y, a ser posible, convertirse en el Antonio Banderas de Siria. La cosa es no dejar de soñar.
Abdulahad Younes, de los campos de refugiados a Roma
A Italia no han parado de llegar ciudadanos sirios a sus costas, a menudo en embarcaciones precarias y jugándose la vida al cruzar el Mediterráneo. Abdulahad Younes está entre los afortunados que llegó en avión y con el respaldo de una ONG.
Abdu tiene 27 años y vive en un piso compartido en Roma con otros jóvenes sirios. La ONG católica Comunidad de Sant'Egidio les trajo a Italia desde los campos de refugiados del Líbano. Primero les ayudó a regularizar su estancia y a aprender italiano, y ahora les facilita una vivienda y les ayuda a encontrar trabajo.
Los padres de Abdu se quedaron en Siria y su vida sigue sin ser fácil. Hablan casi todos los días. En Roma, Abdu estudia para convalidar el título de dentista que consiguió en Aleppo. En un par de años espera ejercer en una consulta y ganar el dinero suficiente para alquilar su propio apartamento.