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Guerra en Siria

Siria, una herida abierta en la conciencia de la humanidad

  • El 80% de sus habitantes vive bajo el umbral de la pobreza
  • La gran mayoría de los menores sirios refugiados no quiere volver a su país

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Un combatiente de las Fuerzas Democráticas Sirias hace guardia en una azotea de Raqa
Un combatiente de las Fuerzas Democráticas Sirias hace guardia en una azotea de Raqa

“Es tu turno, doctor”. Estas palabras escritas en la pared de un colegio en la ciudad de Dera fueron, para muchos en Siria, el inicio de todo. Las pintaron unos adolescentes alentados por los acontecimientos en Túnez y Egipto, al calor de la que se vino en llamar Primavera Árabe.

Tras las caídas de Zine El Abidine Ben Ali y de Hosni Mubarak, ese “doctor” al que se refería el grafiti era Bachar Al Asad, oftalmólogo de profesión, al que la repentina muerte de su hermano llevó al poder en esa República hereditaria instaurada por su padre Hafez.

Pocos se atrevían en Siria a desafiar el culto al presidente, a criticar su figura en público, temerosos de caer en la red de espionaje tejida en el país, con denunciantes en cada esquina, en cada edificio y el riesgo de detención y tortura. Es, precisamente, lo que les sucedió a esos chicos.

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Una veintena fueron arrestados por las fuerzas de seguridad y sometidos a todo tipo de vejaciones durante semanas. Pero esta vez, sus familias y vecinos decidieron no callar. Acudieron a protestar frente a la comisaría, pidiendo que les devolvieran a sus hijos que, finalmente, fueron liberados. Algunos regresaron a sus casas con los dedos rotos o las uñas arrancadas. Para entonces, la maquinaria de represión del Estado ya estaba en marcha y de su brutalidad da fe un hecho que conmocionó al mundo.

Hamza al-Khateeb participaba junto a su familia en una de esas manifestaciones en Dera cuando fue detenido. Era el 29 de abril y Hamza tenía 13 años. Casi un mes después, el 24 de mayo, su cuerpo fue entregado a sus padres horriblemente mutilado. Presentaba heridas de bala, múltiples fracturas, golpes y quemaduras por todo el cuerpo y la amputación de los genitales. Ahí se acabó la esperanza de quienes habían confiado en las promesas reformistas y modernizadoras de Bachar Al Asad como respuesta a sus reivindicaciones pacíficas. Cada manifestación era respondida por sus aparatos de seguridad con fuego real, cada funeral por un manifestante muerto se convertía en una nueva protesta.

La única “solución” ha sido militar

Diez años después, el mantra tantas veces repetido en la última década, “no hay una solución militar a la guerra de Siria”, no puede estar más vacío de contenido. Porque la realidad sobre el terreno es que, hasta ahora, la única “solución” ha sido militar. Lo fue cuando Assad decidió en 2011 reprimir duramente las manifestaciones. Lo fue cuando parte de esa oposición optó por coger las armas. Lo fue cuando Irán y Rusia acudieron en ayuda de Damasco. Lo fue cuando los grupos terroristas fueron controlando terreno y Estados Unidos, al frente de una Coalición Internacional, intervino. Lo fue cuando Turquía invadió los cantones kurdos. Lo es, a día de hoy, con un régimen que juró "recuperar cada palmo de tierra" y que se ha ido imponiendo militarmente. “Asad o quemamos el país” fue el lema de sus seguidores.

Naciones Unidas dejó de contabilizar víctimas mortales en Siria en 2014. Entonces la cifra superaba las 300.000. Estimaciones posteriores la sitúan por encima de las 500.000. Año tras año, el país ha aparecido a la cabeza de las crisis humanitarias de la actualidad y de las listas de mayor número de personas refugiadas.

Una Comisión Independiente de Investigación ha documentado posibles crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos por las múltiples partes en conflicto. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas ha comprobado ataques químicos, con los dedos apuntando a Damasco. Sistemáticamente, las fuerzas progubernamentales han violado las Convenciones de Ginebra atacando hospitales, escuelas, mercados, núcleos urbanos. Nada de todo eso ha servido para obligar a parar la guerra.

El Consejo de Seguridad de la ONU se ha mostrado, una vez más, estéril. Los sucesivos vetos de Rusia han frenado cualquier resolución. El proceso de negociación política auspiciado por Naciones Unidas en Ginebra ha sido un fracaso, reducido ahora a un Comité para la reforma de la Constitución. Y Rusia, Turquía e Irán han tomado los mandos.

La Guerra Mundial del siglo XXI

Siria es la “Guerra Mundial del siglo XXI”, con múltiples guerras dentro de una misma guerra, una herida abierta en la conciencia de la humanidad. En casi ninguna otra las atrocidades y abusos han sido tan ampliamente documentados. Y, sin embargo, de nada ha servido. Diez años después, casi la mitad de su población se ha visto obligada a desplazarse, dentro de sus fronteras o cruzándolas.

No fue hasta 2015 que Europa abrió los ojos, para después cerrarlos y sellar sus puertas. Los países vecinos (Turquía, Líbano y Jordania) siguen acogiendo a la inmensa mayoría de los que huyeron. Junto a ellos, intelectuales, periodistas, disidentes, activistas, que se han visto obligados a un exilio forzado.

Según una encuesta realizada por la ONG Save The Children, el 86% de los menores sirios refugiados no quiere ir a su país. Tampoco muchos adultos que temen represalias por parte del régimen o que, simplemente, no tienen un lugar al que regresar. Barrios enteros han sido borrados de la faz de la tierra.

Cinco continentes - Raqa, las heridas de la guerra - Escuchar ahora

Por ejemplo, Amnistía Internacional calificó a Raqa como “la ciudad más destruida en tiempos modernos”. Allí donde ISIS estableció la capital de su autoproclamado Califato y de donde fue expulsado por la artillería y bombardeos de la Coalición Internacional, en apoyo de las fuerzas kurdas que lucharon sobre el terreno contra el grupo terrorista. En una ofensiva final que, según la Organización de Derechos Humanos, mató a más de 1.600 civiles en 5 meses.

El hambre como un arma de guerra

Naciones Unidas acusó al régimen sirio de usar el hambre como un arma de guerra en asedios considerados medievales. Menores morían de inanición por falta de alimentos y de acceso a una atención médica adecuada. Quienes vivían en el interior de esas localidades sitiadas describían imágenes que parecían del pasado. Personas durmiendo en sótanos abarrotados, calentándose con un poco de madera, sin apenas comida, aterrorizadas por los ataques aéreos. Cuevas convertidas en hospitales o escuelas, a la luz de las velas.

Los asedios se fueron levantando tras unos llamados "acuerdos de reconciliación", que fueron de rendición. Y muchos de sus habitantes, trasladados a la provincia de Idlib, en el norte del país, último bastión alzado en Siria.

Pero también allí, los grupos terroristas fueron ganando terreno y opositores y activistas, perdiéndolo. Quienes habían sido perseguidos por las fuerzas gubernamentales lo eran ahora por las terroristas. Quienes se habían desplazado de otras ofensivas, volvían a hacerlo huyendo de los bombardeos sirios y rusos que, a principios de 2020, provocaron el mayor éxodo forzado de población desde el inicio de la guerra. Más de 900.000 personas, el 80 % mujeres y menores. Muchas de ellas siguen, a día de hoy, viviendo en tiendas de campaña, en campos para personas desplazadas a lo largo de la frontera con Turquía, que permanece cerrada.

Alrededor de 100.000 personas detenidas o desaparecidas

Otra herida sin cerrar es la de las personas detenidas o desaparecidas en Siria. Alrededor de 100.000, según algunas estimaciones, más del 90% a manos de las fuerzas progubernamentales. Algunos han podido reconocer a los suyos gracias a unas fotos. Así supieron que habían sido torturados hasta la muerte. Mirando las miles de imágenes que sacó del país un desertor que bajo el seudónimo de César dio a conocer al mundo la maquinaria de terror de las cárceles de Bachar Al Asad. Cuerpos golpeados, algunos esqueléticos, marcados con un número.

En 2018, las autoridades sirias comenzaron a entregar certificados de defunción en los que aparece como principal causa de fallecimiento un ataque al corazón. Las familias aún esperan poder recuperar los restos de sus seres queridos. Por eso algunas, superando el miedo a las represalias, se han unido para reclamar verdad, justicia y reparación. Y están acudiendo a tribunales nacionales en terceros países. En Alemania se ha emitido la primera condena por crímenes contra la humanidad contra un antiguo agente de los servicios secretos sirios.

Antonio Guterres, secretario general de la ONU, ha dicho en este triste aniversario que “Siria sigue siendo una pesadilla en la que su pueblo ha sido víctima de los mayores crímenes cometidos en el mundo en este siglo”. A día de hoy, el 80% de sus habitantes vive bajo el umbral de la pobreza. Una suma de crisis, económica, sanitaria y de violencia, está deteriorando aún más su situación. Y el país corre el riesgo de perder a una generación entera de jóvenes sin esperanza ni futuro.