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Guerra en Siria

Siria, la guerra donde surgió el Estado Islámico y en la que se baten las potencias extranjeras

  • El largo conflicto deja más de medio millón de muertos, cinco millones y medio de refugiados y una casi imposible reconciliación
  • La guerra dio origen al monstruo del Estado Islámico y provocó una crisis migratoria que puso en jaque a Europa

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Alepo, una de las ciudades más afectadas por los combates, en una imagen de 2016
Alepo, una de las ciudades más afectadas por los combates, en una imagen de 2016

Diez años después, ya no se escucha aquello de “a Bachar al Asad, pero ese era el mantra que, entre 2011 y 2015, se repetía sin cesar. De hecho, era una máxima casi incontestable en casi todos los análisis de los más prestigiosos think tanks, en los corrillos de los periodistas y por supuesto, en sus artículos. Pero diez años después, Bachar al Asad no ha caído, sigue donde estaba.

Visto desde fuera, puede parecer que esa guerra siria ha cambiado pocas cosas, pero no es así. Los muertos superan el medio millón; los refugiados los cinco millones y medio según la ONU; el país está devastado y la reconciliación parece imposible. La realidad política, económica y demográfica no solo de Siria, también de Oriente Próximo y de Europa, ya no es la misma.

El viejo continente pasó por una crisis migratoria que hizo tambalearse sus propios principios fundacionales, basados en la solidaridad y el humanismo. Europa tuvo que elegir entre acoger y proteger los derechos de los que huían de la guerra o mirar hacia otro lado. Al final escogió el camino fácil, un más que cuestionable acuerdo con Turquía para que guardara la puerta de atrás de la Unión.

Crímenes de guerra y 10 millones de personas desplazadas de sus hogares

Pero si el drama de los refugiados fue terrible, lo que se ha vivido dentro de Siria es aún peor. Además de los muertos y heridos, Médicos Sin Fronteras calcula que alrededor de 10 millones de personas, la mitad de la población del país antes del conflicto, han huido de sus hogares por culpa de la guerra. Un conflicto en el que, según la ONU, ambas partes han cometido crímenes de guerra, si bien la organización responsabiliza en mayor medida al gobierno, porque la obligación de proteger a sus ciudadanos es suya.

Entre esas violaciones está el uso de armas químicas, los bombardeos masivos, las torturas y ejecuciones y el asedio de barrios enteros con decenas miles de personas en su interior, como Ghouta o Muadamiya, donde sus habitantes tuvieron que sobrevivir meses sin alimentos, electricidad o agua corriente.

El Estado Islámico, hijo de esta guerra

El otro monstruo que creó esta guerra fue el grupo terrorista Estado Islámico, que llegó a imponer un Califato sobre gran parte de Siria e Iraq. Su control sobre los yacimientos petrolíferos de esa zona le proporcionó ingentes recursos económicos con los que armarse, mantenerse y expandirse. A través de Internet, los yihadistas se mostraron capaces de reclutar adeptos y realizar ataques en las principales ciudades occidentales.

Fue necesario un gran esfuerzo de las potencias locales e internacionales para derrotarlo sobre el terreno, pero los servicios de inteligencia advierten de que aún tiene presencia en algunas zonas remotas de Iraq y Siria, células durmientes y muchos apoyos entre la población suní. Además, el ISIS –las siglas en inglés de la organización – logró importantes alianzas con otras formaciones armadas de África y el sudeste asiático para implantarse en esas zonas.

En términos militares, ahora, el presidente Al Asad domina la mayor parte del territorio. Los rebeldes sólo tienen control efectivo sobre la provincia de Idlib, en el norte y presencia en algunas zonas del sur y el este, pero la intervención extranjera en Siria no tiene precedentes. Estados Unidos, que de momento respalda a sus aliados kurdos, está allí y hace unas semanas, las milicias proiraníes fueron el blanco elegido para el primer ataque de la era Biden.

La guerra con más potencias extranjeras involucradas

Turquía ocupa el norte y financia grupos rebeldes afines; Rusia, Irán, y la guerrilla chií de Hezbolá tienen desplegadas legiones de asesores, tropas e incluso mercenarios, sin contar los grupos afines locales a los que arman y apoyan. El eje chií Damasco-Teherán-Beirut es una realidad sobre el terreno que proyecta su sombra sobre Iraq –donde los chiíes son mayoritarios – e inquieta a Arabia Saudí, empantanada en una guerra sin fin en Yemen en la que tiene mucho que ver Irán.

Pero si hay alguien a quien le preocupa especialmente lo que sucede en Siria es a Israel, que ve como en su frontera norte campan a sus anchas las fuerzas proiraníes y Hezbolá, sus principales enemigos. Unos están respaldados por Teherán, que ha reactivado su programa nuclear, considerado por los israelíes como la principal amenaza para la supervivencia de su Estado; los otros los expulsaron del sur del Líbano y han sido la única fuerza militar a la que el Tsahal, el poderoso ejército hebreo, no ha podido derrotar.

Si exceptuamos las coaliciones, ningún otro conflicto en la zona había provocado de forma explícita la intervención de tantas potencias extrajeras en un mismo escenario y al mismo tiempo. En definitiva, diez años después, hay más fichas en el tablero que cuando comenzó la partida.