José Antonio Marina: "Debemos introducir el aprendizaje de la empatía en la escuela primaria"
- El ensayista y filósofo publica Biografía de la inhumanidad, un análisis de los colapsos éticos de la historia
“Es un libro terrible por lo que cuenta, pero optimista en las conclusiones”. José Antonio Marina (Toledo, 1939) presenta así su Biografía de la inhumanidad (Editorial Ariel), donde investiga las causas de los “colapsos éticos” o “procesos descivilizadores” que jalonan la historia del sapiens: guerras, atrocidades, exterminios o violencia sexual.
No es un catálogo del horror. El filósofo parte de la sabiduría interdisciplinar (psicología, sociología, antropología o pedagogía, a la que ahora suma la historia) para tratar de ligar la neurología con la ética: entender y proponer respuestas.
PREGUNTA.: ¿Qué es la inhumanidad?
RESPUESTA.: Nuestra especie tiene unos orígenes muy humildes, descendemos de los primates, pero hemos experimentado un proceso evolutivo que nos ha configurado como humanos, que es una especie con características propias, no solo de inteligencia, sino de manera de comportamiento. Toda esta evolución, que ha sido un proceso de autodomesticación, ha ido configurando nuestras características afectivas, nuestros sistemas de organización social y también nuestras capacidades intelectuales.
La compasión es una de las características, a mi juicio, más relevante de la evolución. Somos seres compasivos y todas las culturas han intentado fomentar la compasión para controlar la agresividad. Nuestros antepasados de Atapuerca ya cuidaban de enfermos. Es una propiedad que nos ha distinguido desde el principio.
Y la inhumanidad es cuando se pierden todas esas características que hemos cuidado durante milenios. La primera de ellas es la compasión. Nos comportamos ‘inhumanamente’, cruelmente con otras personas, deshumanizamos al contrario. Y todo eso está en origen de comportamientos verdaderamente atroces. Cuando se pierde la compasión, antes o después, se acaba en comportamientos crueles con otras personas.
“"Los pensamientos tribales, como son en parte los nacionalismos, llevan dentro de sí el embrión de la agresividad"“
P: La compasión ha sido clave para formar el grupo, la sociedad. Pero el grupo ha tenido consecuencias funestas: el egoísmo del grupo es la fuerza más destructiva.
R.: Claro. Somos seres magníficos, pero peligrosos. En la evolución de la humanidad hemos visto que necesitábamos fomentar la inclusión de las personas en el grupo, porque el grupo aseguraba la supervivencia de las personas. Del grupo se pasó las ciudades, naciones o imperios, y la presencia del líder del grupo fue demasiado opresiva y la evolución humana intentó separase, conseguir la autonomía del grupo. Hay una lucha que es una maravillosa historia de la humanidad. A partir del siglo XVIII, el gran avance fue el reconocimiento de derechos universales de las personas, con independencia del grupo. Incluso puedo enfrentarme al grupo, a la nación a la tribu o al estado, precisamente porque tengo derechos individuales. De vez en cuando emerge algo, que está en el fondo de todos, que es el pensamiento tribal: mi tribu contra todas las tribus. Cuando emerge el pensamiento tribal empiezo a no reconocer los derechos de las otras personas porque necesito afirmar mi pertenencia al grupo enfrentándome a alguien. Eso está a lo largo de la historia en el origen de casi todos los enfrentamientos. Por eso hay que tener presente que cuando insistimos mucho en pensamiento tribal, y los nacionalismos son en parte pensamientos tribales. Esos sentimientos llevan dentro de sí, el embrión y otras veces la manifestación, de la agresividad. Se quitan los frenos de la agresividad humana.
“La compasión es la que abre la frontera hacia el otro; la justicia como sistema normativo viene después“
P.: ¿El auge del sentimiento nacionalista por todo el mundo es el gran peligro ahora?
R.: La experiencia que tenemos es que en el siglo XX fueron grandes peligros. Algo habremos aprendido de la lección. Para limitar nuestra agresividad, que siempre está latente, las sociedades han construido tres grandes barreras. Una es afectiva: fomentar los sentimientos de compasión, generosidad, cooperación. En segundo lugar, una barrera de sistemas morales y jurídicos. Y la tercera, como no confiamos mucho en la buena voluntad de la gente, hemos creado instituciones que defienden esos sistemas morales y jurídicos y protejan los sentimientos humanitarios. El tobogán que nos lleva al horror va desmontando estos diques de contención. El más fácil de derribar es el afectivo porque es muy fácil construir al enemigo y ya no tener que frenar la agresividad contra él. En el siglo XX el sentimiento afectivo nacionalista rompió los otros diques. Hubo una especia de desconexión moral. Si los judíos no son personas, no tengo obligación moral respecto a ellos. Y por último se desmontan las dotaciones institucionales que pasan a fomentar esa agresividad. Ahora, incluso en casos muy extremo de nacionalismo, nos movemos solo en el terreno. Pero conviene saberlo para tomar precauciones.
P.: ¿Crees que la pandemia ha reducido nuestro círculo de compasión? ¿Qué solo nos preocupa nuestro país o incluso región? La campaña de vacunación solo avanza en el primer mundo.
R.: Es un tema muy curioso. La pandemia es una experiencia común y, sobre todo al comienzo, nos decíamos: ¿qué vamos a aprender de la pandemia? Lo que nos ha puesto de manifiesto es que de una experiencia no se aprende nada. Para aprender de la experiencia hay que decidir aprender de la experiencia, si no, todos los que tenemos 80 años seríamos sabios y podemos ser imbéciles completos. Y, sí, deberíamos aprender varias cosas de la pandemia. Primero, la precariedad de nuestra situación: somos muy vulnerables. No solo biológicamente, sino económicamente, políticamente. La conciencia de la vulnerabilidad nos debe llevar a establecer sistemas de seguridad y prevención. Y tienen que ser universales porque la pandemia ha demostrado que ningún problema es estrictamente nacional o estatal. Al mismo tiempo, hay que resolverlo sobre el terreno y cada terreno tiene peculiaridades. Tenemos medios para asegurar la resolución de problemas, que es lo que nos ha dado esta nueva confianza en la ciencia.
“"De la experiencia de la pandemia no se aprende nada si no decidimos aprender"“
P.: Una corriente intelectual ‘optimista’ no deja de señalar que vivimos en un mundo cada vez menos violento.
R.: En todas las dimensiones que se pueden medir ha habido un progreso: esperanza de vida, mortalidad infantil, niveles de escolarización, desaparición legal de la esclavitud, mejores niveles de nutrición. Y, como dice Steven Pinker, ha disminuido la violencia. En el siglo XX ha muerto más gente que en ningún siglo en términos absolutos, pero no en términos porcentuales. Eso es un argumento a medias, pero sí es verdad que hemos progresado, también en el respeto de los derechos. Pero a pesar de este progreso tenemos colapsos terribles, en los que emerge la atrocidad. Cuando vas quitando los diques de defensa, te metes en una cuesta abajo y ya no hay quien te pare, tienes que llegar hasta el final. Y ese es el horror.
Hemos desprestigiado la compasión. Decimos: no quiero compasión, quiero justicia. La compasión es la que abre la frontera hacia el otro; la justicia como sistema normativo viene después. Haber desprestigiado la compasión oponiéndola a la justicia es un disparate antropológico. Si veo a un inmigrante que se está ahogando no puedo apelar a la justica porque no está protegido por los derechos de aquí. Hay que apelar a la compasión porque se está muriendo.
“Al igual que hay una hiperactividad cognitiva empieza a ver una falta de atención afectiva. “
P.: Hace dos días murió en Canarias una niña de dos años
R.: El proceso de deshumanización viene ahí por otra parte: el formato de las noticias. En la televisión son emocionalmente potentes y, por otro lado, efímeras. La pantalla desrrealiza. Los sentimientos suscitados por la pantalla suelen ser simulacros de sentimientos, como el miedo de las películas. Como la fotografía del niño inmigrante muerto en la playa hace unos años: nos conmueve mucho y se olvida rápido. Como Cronos devoraba a sus hijos, la siguiente noticia devora a la anterior. Lo que sí fomenta es una especie de simulacro de sentimientos que está creando problemas en las generaciones que están demasiado pendientes de la pantalla. Empiezan a no distinguir lo real de lo virtual y, por tanto, los sentimientos reales de los virtuales. Y esto lo estamos empezando a tomar en serio, porque están produciendo un tipo de mentalidad muy peculiar. Al igual que hay una hiperactividad cognitiva empieza a haber una falta de atención afectiva.
P.: ¿Cómo se puede prevenir la agresividad?
R.: Nacemos porque hemos sido seleccionados por la evolución para tener compasión. Todos los niños manifiestan la compasión a los dos años y medio. Y unos meses después intentan ayudar a quien lo pasa mal. La compasión es prácticamente innata. Estamos comprobando que, lo largo del proceso educativo, sobre todo en la escuela primaria, se va perdiendo la compasión. Y por eso debemos introducir su aprendizaje especialmente a esa edad. No somos agresivos con quien tenemos empatía, pero si no alguien no me importa, lo machaco. Muchos comportamientos de bullying son una falta completa de compasión hacia la víctima. Eso es terrible.
P.: ¿Qué puede hacer la escuela?
R: Lo que hay que hacer es no bloquearla. Hay que tener cuidado con los sentimientos competitivos, cómo se presenta a un niño respecto a otro, insistir en experiencias de compasión. A ser posible, deberíamos eliminar la cantidad de violencia en televisión como en videojuegos. Cuando llegan a los 10 años pueden haber visualizado en pantalla más de mil crímenes: no es que eso tenga una influencia total, pero en un esquema en el que lo que se valora es la dureza, la virilidad.