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Coronavirus

Las flores marchitas de la pandemia

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Imagen del domicilio de José Luis Fouce y Pilar Fernández, después del fallecimiento de ambos.
Imagen del domicilio de José Luis Fouce y Pilar Fernández, después del fallecimiento de ambos.

Si se pudiese capturar la pandemia en una única imagen, esta representaría un balcón lleno de flores marchitas. Sería una fotografía de una sencillez abrumadora, brutal y delicada al mismo tiempo; cargada de tristeza, pero también de una profunda humanidad. Como todas las imágenes simbólicas, su mayor valor no estaría en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Y allí, en ese espacio invisible a los ojos, la muerte y la vida se entrelazarían hasta tal punto que resultaría difícil distinguir dónde acaba una y comienza la otra.

Esta es la historia que se esconde en esa fotografía, tomada desde su casa por el periodista José Antonio Bautista en junio del año pasado, y que se convirtió en viral. La de un balcón repleto de flores resecas, y la de quienes un día dejaron de cuidarlas porque salieron de casa enfermos, camino del hospital, y ya no regresaron. La historia de su hijo, que unos meses después también estuvo a punto de morir en las garras del mismo virus. Y la de una pandemia maldita que se llevó por delante sus vidas y la de tantos miles de personas como ellos, llenando el mundo de flores marchitas. Esta es la historia de José Luis Fouce Loro, Pilar Fernández Molina y Guillermo Fouce Fernández.

A sus 71 años, José Luis disfrutaba de esa segunda juventud en la que, si el cuerpo acompaña, puede instalarse la vida después de la jubilación. Era un hombre muy activo, tanto que “a veces incluso resultaba difícil quedar con él”. De convicciones religiosas muy sólidas, estaba involucrado en diversas asociaciones, con las que realizaba todo tipo de actividades. Una de ellas, quizá a la que se consagraba con mayor entusiasmo, era enseñar guitarra clásica a otros jubilados. “Sobre todo era muy buena persona. A mí lo que me ha quedado de él es la proyección de dejar este mundo un poco mejor, de contribuir a dejar las cosas mejor de lo que te las has encontrado”, describe su hijo Guillermo.

Descendiente de emigrantes llegados a Madrid desde una aldea de Orense –de ahí ese apellido tan genuinamente gallego-, José Luis trabajó como funcionario la mayor parte de su vida. Nunca había tenido grandes problemas de salud, salvo un ictus del que había logrado recuperarse completamente.

Pilar también era una persona muy dinámica. A sus días parecían faltarles horas, igual que le ocurría a José Luis. Con 70 años, era voluntaria del Ayuntamiento de Madrid, y también empleaba su tiempo en enseñar a otras mujeres corte y confección, el oficio que había aprendido siendo casi una niña en Santa Cruz de Mudela, el pueblo de Ciudad Real donde nació y se crió. Como su marido, tenía firmes creencias católicas, y tampoco había padecido grandes problemas de salud, salvo que era asmática, una enfermedad crónica pero de fácil tratamiento que ha heredado Guillermo.

“Mi madre era una mujer tremendamente implicada con su realidad, y siempre estaba intentando aportar su granito de arena para mejorarla”, asegura su hijo, quien recuerda que la jardinería era otra de sus grandes pasiones, quizá como una prolongación de ese deseo de hacer del mundo un lugar más hermoso y habitable: “Había muchísimas plantas en su casa que cuidaban con muchísimo cariño, tanto ella como mi padre”.

Los primeros síntomas

A aquellas plantas no les faltó agua ni atenciones hasta comienzos de marzo de 2020, momento en el que la pandemia de coronavirus reventó en España como una gigantesca ampolla de veneno. “Mi padre comienza a tener problemas respiratorios, y tuvimos que convencerle entre mi madre y yo para que acudiese a urgencias, porque él no quería”, revive Guillermo. “Al final, lo hizo y se quedó ingresado. Al día siguiente ya estaba intubado en la UCI, con neumonía bilateral, en una situación bastante grave”, prosigue, sin dejar de sorprenderse, más de un año después, de lo rápido que resultó todo.

“Mi madre se hace las pruebas y da positivo. Se queda en casa aislada y durante una semana pide insistentemente por teléfono que la ingresen. Como hay una situación de desborde, le dicen una y otra vez que espere. Al final, acude ella a urgencias y por fin la ingresan”, continúa.

En ese momento, José Luis y Pilar se encuentran en el mismo hospital, la Fundación Jiménez Díaz. Ella está tres días en planta, pero después empeora y también ingresa en UCI, donde su esposo lleva ya diez días, ahora en coma inducido. Aunque nunca llegan a estar juntos. José Luis está en la UCI original y Pilar en la UCI complementaria que prácticamente se improvisó para reforzar los cuidados intensivos en el peor momento de la pandemia.

Si tuviese que expresar en palabras su estado de ánimo durante aquellas horas tan oscuras, Guillermo se quedaría con dos: “incertidumbre” e “impotencia”. “Yo quería ir a ver a mis padres, aunque fuese a través de un cristal, para hacerme a la idea, y me dijeron que de ninguna manera”, recuerda.

"Un adiós sin abrazos"

Guillermo es alguien que conoce cómo afrontar este tipo de situaciones. Es profesor de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, y también preside la fundación Psicología Sin Fronteras, una parte importante de cuya labor se centra en brindar apoyo durante el proceso de duelo. Su organización ha prestado respaldo psicológico a las víctimas y a sus familiares en momentos tan complicados como los atentados del 11M o el accidente de Spanair. Sin embargo, eso no impide que se le quiebre la voz cuando habla de la muerte de sus padres. “Es un adiós sin abrazos, y es un adiós sin poder verles”, se lamenta, insistiendo en esa extrema frialdad que caracterizó a todo el proceso.

Sin embargo, considera que con el avance de la pandemia la situación ha mejorado en este sentido, y es algo que él pudo experimentar en primera persona cuando ingresó a finales de octubre en la UCI del Hospital de Torrejón, donde estuvo 21 días “más cerca de la muerte que de la vida”. “A mí me permitieron llamar a mi mujer para despedirme antes de entrar en la UCI. Y cuando estaba allí intubado e inconsciente, dejaron que mi mujer viniese, protegida con EPI y por un cristal, para verme”, recuerda con agradecimiento.

Guillermo opina que desde aquella primera ola se ha producido un “proceso de humanización” en el que “la sanidad todavía tiene que avanzar mucho”. “En mi caso, dentro de la dureza, eso facilitó que mis familiares directos pudiesen asimilar algo más de lo que estaba ocurriendo”, mantiene, y lo contrapone a la “angustia e indefensión” experimentados por él y por su hermana cuando sus padres ingresaron en la UCI, sentimientos que se recrudecieron por la distancia y la falta de información.

José Luis, junto con su hijo Guillermo, vistiendo la camiseta del Atlético de Madrid.

José Luis, junto con su hijo Guillermo, vistiendo la camiseta del Atlético de Madrid. G. FOUCE

La muerte de sus padres, con seis días de diferencia, se vio aún más ensombrecida por esa ausencia de humanidad impuesta por la pandemia y las estrictas normas de salud pública que se decretaron para combatirla. Primero falleció José Luis, el 26 de marzo. Al menos, el entierro no se demoró, aunque solo pudiesen asistir tres personas, entre ellas Guillermo. “En ningún momento pude ver a mi padre”, rememora con tristeza.

Pero cuando murió Pilar, el 1 de abril, la situación epidemiológica se había deteriorado hasta tal punto que los depósitos de cadáveres estaban ya completamente desbordados, y los cementerios tampoco daban abasto. Aquellos fueron los días más negros de la pandemia. El cuerpo estuvo casi una semana en el Palacio de Hielo, a la espera de poder ser inhumado. En ese momento se inició otra lucha por parte de la familia: evitar la incineración y poder enterrarlos en el mismo nicho.

“Ellos eran muy católicos y querían enterramiento. Yo no tengo ningún problema en que a mí me incineren, pero nosotros teníamos que respetar su deseo, igual que cuando nos plantearon su incineración y nosotros nos negamos”, afirma Guillermo, quien cuenta que “costó mucho, pero después de pelearlo, conseguimos que ella fuese enterrada junto a él”. “Es algo que no deja de reconfortar, porque de alguna forma estás respetando la voluntad de tus padres”, considera.

Despedida virtual

Cuando su padre falleció, Guillermo decidió publicar en redes sociales una fotografía “en positivo”, en la que ambos aparecían vistiendo la camiseta del equipo de sus desvelos, el Atlético de Madrid. También escribió una carta de despedida, que acompañó a la imagen.

Imagen de Pilar y José Luis que Guillermo publicó en redes sociales cuando falleció su madre.

Imagen de Pilar y José Luis que Guillermo publicó en redes sociales cuando falleció su madre. G. FOUCE

Cuando murió su madre, menos de una semana después, Guillermo repitió el mismo procedimiento, y publicó en redes sociales una foto del matrimonio, “nuevamente en positivo”, y también le escribió una carta a Pilar, a la que esta vez se sumaron sus hijos de 12 y 14 años, quienes así también pudieron decir adiós a sus abuelos. “Se convirtió en algo parecido a un velatorio online, en una especie de sustitutivo de lo que no pudimos hacer, y todos nos despedimos de ellos”, cuenta.

Un año después de aquello, Guillermo aún se sorprende a veces diciéndose a sí mismo que no puede creer que sus padres, los dos, y de pronto, se hayan ido. “Es absolutamente normal que esto aparezca como proceso de defensa”, analiza desde su yo más profesional.

La luz de Pilar y José Luis

La hospitalización durante 45 días, y su descenso a los infiernos de la UCI, donde se enfrentó cara a cara con la muerte, han dado paso a una segunda oportunidad que no está dispuesto a desaprovechar. Aún convaleciente por las duras secuelas de la enfermedad, Guillermo ha decidido que sea la luz de Pilar y José Luis la que ilumine el camino de esa persona diferente que ha resurgido de las cenizas de la pandemia. "Voy a emplear esta nueva vida para recuperar todo aquello que me enseñaron mis padres, como la humildad, la cercanía, el deseo de cambiar la realidad", expone, como una declaración vital.

"Yo soy quien soy por ellos, y si ellos me enseñaron algo en la vida es la humanidad, el intentar dejar las cosas mejor de lo que te las has encontrado", concluye, consciente de que toda la belleza del mundo, y también su amargura, pueden ocultarse en algo tan aparentemente insignificante como una flor.