Georgia O'Keeffe, la esencia del arte estadounidense florece en Madrid
- El Museo Thyssen de Madrid inaugura la gran exposición sobre una de las artistas claves del siglo XX
“La mayoría de la gente en la ciudad corre de un lado a otro y no tienen tiempo para mirar una flor. Quiero que la vean, quieran o no”. Semejante elogio de la pausa no es una descripción actual, sino una cita de Georgia O’Keeffe: una de las cimas del arte del siglo XX, cuya obra se despliega en el Museo Thyssen de Madrid en una exposición única por su volumen (90 obras) y excepcionalidad.
Georgia O’Keeffe (1887-1986) es tan genuinamente estadounidense que sus cuadros apenas cuelgan en museos fuera de su país. El Thyssen, con cinco obras en su colección, es la pinacoteca no americana con más cuadros de la artista y por eso tiene sentido que inaugure ahora su gran muestra. “Los museos estadounidenses son especialmente reacios a prestar sus obras y nos ha costado cuatro años poder reunirlo todo”, explica la comisaria de la muestra, Marta Ruiz del Árbol.
A O’Keeffe se le asocia con aspectos que ella despachó sin más interés en su vida. Como mujer artista, exitosa, libre y de celebridad mundial, se le considera un icono del feminismo, aunque ella defendía que era una artista sin género. Y sus primerísimos planos de flores se vincularon con lecturas sexuales que ella siempre rechazó.
“Fue una fundadora de la abstracción en EE.UU., un estandarte del arte moderno que se estaba forjando y una pionera del arte femenino: aunque fuera contra su propio deseo, impresiona que llegase a posicionar su arte a esos niveles y sigue siendo un modelo”, ilustra la comisaria.
La exposición (abierta del 20 de abril al 8 de agosto) recorre todas las etapas de la artista a lo largo de seis décadas: desde sus iniciales experimentos abstractos influidos por Kandisky, hasta sus formas naturales y paisajes tamizados siempre por la síntesis y el color.
Se hace arte al andar
No hay nada más americano que explorar el territorio y caminar fue también el arte de O’Keeffe, especialmente desde la epifanía de su viaje a Nuevo México en 1929. “Para ella era esencial el conocer pausadamente. En sus cartas habla de sumergirse en el atardecer, de que la belleza 'le va a romper', de los cielos infinitos de Texas: Esa idea de exploración de lo indómita, de esa naturaleza que parece que está ahí para ser descubierto. Una amiga decía que era una artista sentía siempre curiosidad de descubrir lo que está al otro lado de la colina", explica Ruiz del Árbol.
Muchas de sus obras son auténticos estudios sobre la sinestesia: la percepción súbita de sensaciones pertenecientes a diferentes sentidos. Cuadros en los que la artista investigaba la relación de forma, paisaje, música, color y la composición.
La joya de la exhibición es Estramonio/Flor blanca No.1, la obra más cara de una artista femenina (subastada por 44,4 millones de dólares el 20 de noviembre de 2014 en Sotheby's). Lejos de ser una artista maldita, el éxito siempre acompañó en vida a la artista apodada ‘madre del modernismo americano', desde su primera exposición hace más de 100 años.
La rara época urbana
Su vida, y en parte su obra, estuvo marcada en buena medida por su matrimonio con el fotógrafo y mecenas Alfred Stieglitz, en cuya galería '291' de Nueva York debutó.
Nacida en una granja de Wisconsin, el grueso de su obra se identifica con paisajes y naturaleza, pero la muestra también recuerda el breve lapso en el que la ciudad fue objeto de su arte. “Aunque, en lugar de la ciudad, los verdaderos protagonistas son los elementos naturales: El sol que se está comiendo el rascacielos, ese contraluz en el que se percibe la influencia de la fotografía, ya fuese por su marido o sus amigos fotógrafos”, defiende la comisaria.
Fue Stieglitz quien empezó a atribuir a los óleos florales, que la pintora realizó sobre todo en las décadas de 1920 a 1950 del siglo pasado, el componente erótico, al acompañarlos de interpretaciones psicoanalíticas que las comparaban con los órganos sexuales femeninos. "Cuando la gente lee símbolos eróticos en mis cuadros, están hablando sobre sus propios asuntos", afirmó O’Keeffe
La epifanía de Nuevo México
Frustrada con este limitado punto de vista, O'Keeffe evolucionó de la abstracción al realismo, para hacer evidente su interés, no por la sexualidad femenina, sino por las maravillas de la naturaleza. En 1929, en un momento de crisis con Stieglitz, se adentra en Nuevo México en un viaje transformador. “Era un momento en el que decía que tenía que encontrar su propio camino o abandonar. Nuevo México le fascina: sus formaciones geológicas, la presencia de culturas nativas, la herencia hispana”.
Era también una época en la que el arte estadounidense buscaba su esencia. O’Keeffe la encuentra en el medio oeste y en cierto nomadismo: aprende a conducir y convierte su coche en un estudio ambulante. Viaja cada verano a Nuevo México y termina instalándose allí.
Pero el impulso viajero no acaba nunca y recorre los cinco continentes, incluido España. En la última sala de la exhibición, se muestran sus obras de madurez, donde se despoja más aún de las formas y la síntesis es más pura: la abstracción y la figuración fueron un camino de ida y vuelta constante, aunque nunca lo interpretó como una dicotomía: siempre defendió que sus cuadros más abstractos fueron los más realistas.