Miraelrío, la historia de la última colonización del siglo XX
- La política de colonización del franquismo movilizó a 60.000 familias
- Con la extensión del regadío se levantaron más de 300 nuevos pueblos 1939 y 1970
- Miraelrío, tiene hoy menos de 200 habitantes que viven sobre todo del olivar
En 1939, recién terminada la Guerra Civil, se pone en marcha el Instituto Nacional de Colonización (INC). Con una industria y una agricultura arrasadas después del conflicto que originó el golpe de estado de 1936, la dictadura franquista apuesta por una reforma social y económica del mundo rural extendiendo los cultivos de regadío. Un proyecto que no era nuevo. El regeneracionismo de finales del siglo XIX y la reforma agraria de la II República –Ley de Obras de Puesta en Riego, 1932, y el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933- ya lo habían iniciado.
El franquismo ve en ella una forma de acabar con la necesidad de productos básicos y, de paso, con el casi permanente conflicto social en el campo español. Entre 1939 y 1971, el propósito del INC será "ampliar la superficie de terreno cultivable mediante la creación de regadíos en amplias zonas improductivas del territorio y los de fijar, asentar y controlar la población campesina en territorios despoblados con el fin de evitar el éxodo rural, para la consecución de propósitos de producción agrícola autosuficiente", según cuentan en su libro "Habitar el agua" los arquitectos Ana Amado y Andrés Patiño.
Esa política dará lugar al mayor movimiento inmigratorio del siglo XX en nuestro país. Sesenta mil familias cambian, voluntariamente o forzadas por su situación, su lugar de residencia para habitar los 300 nuevos poblados de colonización durante tres décadas.
Miraelrío o los últimos poblados de colonización
Miraelrío está situado en el municipio de Vilches, en Jaén, que es el de mayor costa interior de España gracias a sus tres embalses: La Fernandina, Guadalén y Giribaile. Está asentado sobre un antiguo cortijo que llevó el mismo nombre. Su construcción se inició en 1964, pocos años antes de la desaparición del INC, y se prolongó hasta 1967. Poco a poco sus casas se fueron llenando con vecinos de otros pueblos cercanos. Algunos de aquellos primeros colonos todavía se reúnen en centros cívicos del pueblo como la escuela de adultos. Casi todas son mujeres. Entre ellas está María Franco, la decana de Miraelrío, que aún recuerda cómo estaba la casa que le entregaron. "¡Una casa con muchos agujeros y mucha mugre y mucha zanja!", exclama. "Digo la verdad -dice girándose a las vecinas que le acompañan-. Y sin luz y sin luz", insiste.
“Una casa con muchos agujeros y mucha mugre“
Ana Vico, otra de las primeras colonas, nos cuenta que se encontraba trabajando en los Pirineos en una fábrica de algodón, cuando sus padres le avisaron de que debía volver a Jaén si quería ocupar la nueva vivienda. "Mis padres estaban en Campillo del Río, que es otro pueblo del Instituto. Y entonces me llamaron, que si no nos veníamos, la parcela se la daban a otros", explica.
Otra de las primeras colonas, María Vallejo, recuerda aquella llegada al pueblo. "A nosotros nos dieron la casa y nos dijeron que si queríamos la vaca, que nos la trajésemos… y nosotros nos trajimos la vaca”. En esos tiempos, la propaganda del NODO proclamaba las excelencias de los nuevos pueblos de colonización: "A cada colono se le entrega una yunta de trabajo, una yegua, una vaca de leche y los aperos de labranza necesarios".
“No se les regalaba todo esto. Lo pagaban bien duro con su trabajo durante aproximadamente cuarenta años“
Además, la casa y la parcela correspondientes. Claro que no todo era tan fácil. Ana Amado lo recuerda: "No se les regalaba todo esto. Lo pagaban bien duro con su trabajo durante aproximadamente cuarenta años". Y es que la parte que no se contaba es que todos esos bienes se pagaban con una hipoteca. El INC decía a los agricultores lo que tenían que plantar y cuándo recogían la cosecha, según fuera, tomaba la parte que correspondía al pago de la hipoteca. Lo mismo ocurría con las crías de los animales. Efectivamente, nada se regalaba.
Un pueblo circular rodeado de olivares
Lo primero que llama la atención de Miraelrío es su forma de círculo casi cerrado. Las casas forman una especie de muralla que mira al campo mientras que el interior del pueblo queda vacío excepto en lo que podría ser casi una diagonal donde se sitúan los servicios, la iglesia, la escuela, el consultorio médico.
"Miraelrío es un proyecto y un pueblo diseñado y construido por José Luis Fernández del Amo, que fue el hombre clave del Instituto Nacional de Colonización", dice Andrés Patiño, coautor de "Habitar el agua". Y añade: "Es la figura más significativa y sus pueblos son los más reconocidos también como arquitectura y urbanismo". Miraelrío es el último poblado diseñado por Fernández del Amo para el INC, que trabajó en el Instituto entre 1947 y 1967.
Su hijo Rafael describe su arquitectura en un artículo escrito para "Habitar el agua": "La razón de la necesidad le condujo al racionalismo de una arquitectura funcional, en la que su concepción se fundamenta rigurosamente en que los espacios y su orden se supeditan al cumplimiento de una función". En este caso, la arquitectura puesta al servicio del agricultor. El mejor ejemplo quizá sea Vegaviana, en Cáceres, junto con Miraelrío.
“Una distribución urbanística muy singular“
"El sintagma básico de Miraelrío es el vacío del centro del pueblo y el perímetro de viviendas que es lo que organiza el pueblo de colonización. Una distribución urbanística muy singular", nos explica Patiño. "Unas células hexagonales de casas pareadas que comparten tanto la propia vivienda como los espacios adjetivos a ellas, como las cochiqueras, los establos de ganado, el granero… que están en el perímetro de la parcela de la vivienda y que forman los conjuntos que a su vez delimitan el perímetro del pueblo", añade.
La vida en el campo en los años 60
Muchas de las casas del pueblo conservan su distribución original, aunque hoy las dependencias tengan otros destinos. Andrés Miñarro Segura conserva con sus hermanos la que heredaron de sus padres, que llegaron como colonos. "Nosotros vinimos aquí hace unos 50 años en la década de los 70". Con él hacemos un recorrido por las diferentes estancias. "Ésta sería la fachada principal de la casa, de la parte trasera", cuenta Miñarro.
Se trata de una valla alta con un portón para la entrada en su momento de carros y ahora de tractores y otros vehículos. Una zona que da hacia el interior del pueblo y que va rodeando la calle en círculo. El diseño de Miraelrío se hizo siguiéndo la doctrina higienista de la época que procuraba separar la zona por la que circulaba el ganado de la que frecuentaban las personas. Por ello, se hicieron dos calles como anillos circulares: una por la parte posterior de las casas que daba al centro urbano y otro por la anterior, la entrada de los vecinos, que daba al campo.
“Las casas medían sobre los quinientos metros cuadrados“
"Estos -sigue contándonos Andrés mientras nos muestra un amplio espacio medio cubierto-, eran los patios para meter maquinaria. El almacén para meter paja o algodón de las cosechas, las cuadras, la zahúrda, el gallinero, otro patio… Aquí la verdad es que por espacio no era, las casas estas medían sobre los quinientos metros cuadrados", detalla Andrés, quien nos guía por el interior de la casa, la cocina, la despensa, el salón, las habitaciones… "Bueno y esta sería la parte principal de la casa que da al campo, que ahora son olivos y antes eran huertas", añade mientras salimos por la puerta principal, que da directamente a la calzada que forma el anillo exterior y un paso más allá al olivar que se extiende durante kilómetros.
El olivar fuente de riqueza y el agua fuente de vida
Manuel Momblán es otro de los vecinos que llegó al poblado en los primeros tiempos para trabajar el campo. Si hoy Miraelrío es como una isla blanca en medio del verde del olivar, entonces el panorama era muy diferente. "Aparte de unas pocas olivas que había, se sembraban algodones, se sembraba remolacha, se sembraba maíz…", reucerda.
“Vinieron unos años de sequía y es cuando empezamos a plantar olivas, porque es lo que sale un poco más rentable“
"Entonces vinieron unos años de sequía y es cuando empezamos a plantar olivas, porque ¡hombre, es lo que sale un poco más rentable! Tiene menos trabajo… en fin. El olivar que hay aquí es de regadío y además agua tenemos suficiente ahora mismo. Es una finca muy buena”, añade.
Con Manuel paseamos por el olivar que él sigue cuidando con la ayuda de sus hijos, como Manoli Monblán que ahora es la alcaldesa pedánea del pueblo. Ella ha sido una ayuda imprescindible en el reportaje que hemos grabado para la sección ‘En clave rural’ de Agrosfera. Su empeño es convertir la parte vacía del pueblo en un gran espacio verde ecológico. Y se nota en el cuidado de los espacios, su arboleda, su merendero donde hacen las fiestas del pueblo y su parque infantil
En su compañía y la de Manuel seguimos el paseo por el olivar que se asoma desde la meseta que ocupa el pueblo hasta el valle próximo por el que discurren y se unen el Guadalimar y el Guadalén, dos caminos de agua que recorren las tierras cercanas. El agua hace posible que estos olivos sean un cincuenta o un sesenta por ciento más productivos. Por eso en el poblado hay tres almazaras.
Enfrente vemos el aliviadero de una de las tres presas del municipio, la de Giribaile, la más próxima al pueblo, una de las causas de la transformación de este paisaje, con las de Guadalén y La Fernandina. "La zona gracias a los pantanos tiene mucha vida", asegura Narciso Serrano Escobar, presidente de la Comunidad de Regantes de Miraelrío.
“Sin el agua no hay vida“
"Siempre se ha dicho que sin el agua no hay vida. El agua da vida, desarrollo, la gente puede vivir perfectamente", nos dice mientras observamos el pantano, ahora a un 35 por ciento de su capacidad, mientras en sus orillas un pastor vigila su rebaño de ovejas que pasta plácidamente.
Alejandro, de aprendiz de panadero a empresario con 16 años
Gracias a Manoli Momblán conocemos a algunos de los habitantes del pueblo. Ella misma ha sido cantante, tiene un bar con terraza en Vilches con estupendas vistas a la ermita de la Virgen del Castillo y trabajó con Alejandro Parra Fernández en la panadería de Miraelrío, uno de los pocos negocios al margen de la aceituna que hay en el lugar.
Alejandro es también de los primeros pobladores. Llegó a los cuatro años con su familia y nos relata su historia. Su padre, aparte de trabajar en el campo iba cada día a buscar el correo a la estación de Linares-Baeza. Y de paso traía el pan al pueblo. Aquello atrajo al niño Alejandro tanto que pronto empezó a trabajar como aprendiz en aquella panadería. Y fue tan buen alumno que a los 16 años puso la suya propia. Con el tiempo vendría a instalarse en su pueblo, donde le encontramos hoy. Hablamos mientras anda para acá y para allá mezclando harina, huevos, lecitina y mantequilla para hacer masa de cruasanes.
"Nos dedicamos a hacer pan casero. Hacemos de todo tipo y la gente lo que nos encarga es este tipo de panes grandes, hogazas de sierra. Es lo que vendemos y lo que viene la gente a buscar", nos cuenta, todo entusiasmo, mientras señala una hogaza dorada y de masa ligera enorme como la rueda de una bicicleta pequeña. "Pero también hacemos pastelería. Hacemos bollería artesana y hacemos pastelería fina", detalla. Hay que decir que sus palmeras, que hace con su mujer, de chocolate o azúcar, también gigantes, son excelentes.
Y hablando del pueblo: "Hay muy poquita gente. Antes nos veíamos mucho. Ahora nos vemos sólo de vez en cuando. Bueno, aquí nos vemos porque tienen que venir a comprar el pan… pero si no viniesen, pues no sé habría tres, cuatro, cinco días que no vería una persona".
Comer el ‘Asador Chumi’ y dormir el hotel rural ‘La Zarzuela’
Comer en Miraelrío no es problema. El ‘Asador Chumi’ tiene fama en toda la provincia. Centro de reunión para los vecinos, bueno para tomar un menú diario para viajeros o trabajadores de la zona y excelente, por sus asados, para comer a la carta. En la puerta luce un cartel de los asadores de Castilla y León y eso es una tarjeta de identidad. Antonio Jesús Martínez Gascón al frente de dos hornos de leña en pleno comedor nos dice cómo hacer el asado en pocas palabras.
“El cordero es muy sencillo. Solamente lleva agua y sal… y al horno“
"El cordero es muy sencillo. Solamente lleva agua y sal… y al horno", asegura Martínez y con una pala como las de panadero envía la bandeja de barro al fondo junto a las brasas. Tal cual.
Y mientras el cordero se va dorando, Antonio prepara una ensalada de perdiz. "Echamos unos brotes verdes en el plato, unos tomates cherry, unas habitas y ponemos la perdiz escabechada en el centro. Terminamos poniéndole por encima un escabeche de naranja y un poquito de cebolla morada encurtida", detalla. Y de postre, una falsa ostra de queso con chocolate y helado… No se puede pedir más.
Si la comida está a mano, para dormir hay que desplazarse hasta Vilches, porque Miraelrío carece de momento de casas rurales. En la capital del municipio se encuentra, entre otros, el hotel rural ‘La Zarzuela’. Cayetano Lorite Martínez, su propietario, nos lo describe. "Son catorce habitaciones dobles y luego, aparte, tenemos también dos apartamentos para alojar a familias completas, por ejemplo". Y lo que más les gusta a los clientes: "Aquí estamos rodeados de naturaleza. Entonces a la gente le gusta la tranquilidad y venir y estar en un sitio así". Y, por supuesto, el trato familiar que reciben en La Zarzuela, que se complementa con su cafetería y unos amplios salones.
El complejo arqueológico de Giribaile
En el entorno de Miraelrío tiene especial valor el complejo arqueológico de Giribaile, los restos de una ciudad íbera que se conservan en una meseta elevada sobre el pantano del mismo nombre y rodeada por tres ríos: el Guadalén, el Guadalimar y el Guarrizas. Se puede ascender hasta allí por una vieja escalera labrada en la roca. "Se trata de una ciudad fortificada bastante grande que llegó a albergar 2.500 personas con una muralla de unos 200 metros", nos cuenta María Dolores Ruiz, concejala de Cultura, Turismo y Juventud del Ayuntamiento de Vilches.
Son los restos de la capital oretana de Orissia, incendiada por los romanos en el año 90 a.d.C. Una capa de ceniza queda aún en el suelo como testimonio de la destrucción. En la parte central pueden apreciarse los muros de algunas de las casas excavadas. Y los restos de cerámica se extienden por toda la llanura.
En el borde de la meseta quedan también los restos de dos torres parte de una fortificación levantada por los almohades en 1212. Se construyeron para vigilar la frontera después de la batalla de Las Navas de Tolosa. Se trata de un ‘Hisn’ que servía también de refugio a los habitantes de la zona.
Y completando el conjunto bajo la antigua Orissia se abren varias cuevas posiblemente de origen altomedieval que sirvieron de refugio a ermitaños de la época. En la cara del cerro, aprovechando la roca blanda se excavó una red de cuevas posiblemente para construir una iglesia rupestre.
Conforme aumentó la población de eremitas, aumentó también el número de cuevas hasta las cuatro que se conservan actualmente. En ellas se talló un mobiliario rústico de acuerdo con su uso, el tránsito, el descanso, los oratorios… En una de las cuevas podemos observar dos relieves, un desnudo y un busto, ambos femeninos.
Es el punto final de nuestro recorrido. Si queréis ver las imágenes, las podéis encontrar en la web de Agrosfera.