El miedo a la nueva normalidad tras el estado de alarma: "Tengo síndrome de Estocolmo con el toque de queda"
- Los psicólogos alertan de un aumento de los problemas de ansiedad ante el fin de las restricciones
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Tras meses de toques de queda, confinamientos y limitaciones a las reuniones, volver a cierta normalidad no está siendo fácil para muchas personas, aquejadas de un cierto "síndrome de Estocolmo de las restricciones", como lo denomina María. Esta madrileña de 26 años ha recibido con ansiedad la noticia del fin del estado de alarma y, sobre todo, de la desaparición del toque de queda.
"Siento que la desescalada tendría que ser un momento de alegría, de decir 'estoy liberada, voy a poder ver a la gente y hacer un montón de cosas', pero no lo está siendo porque ha sido algo muy repentino y no creo que estemos preparados", señala. El suyo no es un caso aislado, según cuenta a RTVE el psicólogo Luis Gómez, que en su consulta ha tratado muchas situaciones similares, sobre todo durante el verano pasado, al final del primer confinamiento.
Cree que el aumento de casos de ansiedad ante la reapertura se produce no solo por efecto de los últimos meses, sino que hay un "efecto arrastre" tras más de un año de limitación de libertades y de perder "reforzadores que antes nos aportaban bienestar", como los encuentros con amigos. "Eso ha producido un aumento de las dificultades relacionadas con la ansiedad y el bajo estado de ánimo", algo que se ha dado por ejemplo a nivel laboral, primero con la adaptación al teletrabajo y ahora con la difícil vuelta a la oficina.
La clave, según cuenta Gómez, está en la incertidumbre del periodo que comienza ahora. "Si tengo miedo al contagio y a las reuniones, quizá ya me he acostumbrado a crear mi vida y mi rutina con otro tipo de elementos". Pasar entonces de "0 a 100" puede ser difícil de gestionar.
"Me da ansiedad que me empiecen a proponer planes"
Para Irene, también de 26 años, este periodo de estado de alarma ha sido duro. Pasó el coronavirus y tuvo secuelas durante meses, lo que le hizo cambiar su perspectiva sobre el peligro de esta pandemia. "He estado meses viviendo cabreada porque todo el mundo hace lo que le da la gana y lo publican", señala.
Ahora, sin confinamiento perimetral, sus amigos le han empezado a proponer viajes por toda España, algo que vive con agobio. "Tengo esa ansiedad de decir 'cómo hago lo que me apetece sin poner en riesgo a otra gente ni ponerme en riesgo a mí misma'", dice. Cree que "la gente se ha relajado de más" ante la perspectiva del relajamiento de restricciones.
Lo mismo opina María, que ya tuvo la misma sensación tras el confinamiento estricto de la primera ola. "Las restricciones me mantenían sabiendo que la responsabilidad que iba a tener yo iba a tener cierto paralelismo con las que tenía el resto de personas", afirma. Ahora, sin ellas, se ve ante la "incomodidad" de tener que decir que no a los planes que le puedan proponer en su círculo cercano.
Siente que a partir de ahora estará "expuesta" al virus en las "mínimas actividades" que hace en su día a día, como ir al gimnasio o verse en exteriores con sus amigos. "Esas mismas actividades de poco riesgo, si tengo contacto con gente que ha empezado un ‘viva la vida’, sí que serán de riesgo".
"El que ahora podamos no significa que lo tengamos que hacer"
Uno de los aspectos que más dañado se ha visto después de este año es el de nuestra capacidad de socialización. Al estar aislados o solo poder quedar con un grupo reducido de personas, "muchas relaciones se han visto muy deterioradas", especialmente aquellas que no entraban en nuestro núcleo principal de amigos o familiares, explica Gómez.
Al poder volver a reunirnos "surgen dificultades". "¿Cómo va a ser el reencuentro? ¿Cómo recupero la relación?", son las dudas que se nos presentan ante la nueva situación. Con la llegada de nuevas posibilidades de movimiento y de ocio, aparece una dicotomía: "Quiero ir, pero algo me dice que no vaya, me siento incómodo".
Ante ello, "es importante saber poner límites, saber decir que no y saber lo que a mí me apetece en cada momento", aconseja Gómez a los que están en esta situación. "El que ahora podamos no significa que lo tengamos que hacer", resume.
Esa máxima es la que sigue Antonia, murciana de 59 años. Ella, que pasó el coronavirus y acumuló secuelas durante meses que la dejaron "como una anciana", ahora también siente miedo ante la situación que se abre estos días, por lo que planea seguir con su vida cotidiana.
"No voy a comidas, no salgo con mis amigas y solo me junto con mi familia", señala. Cree que el riesgo ahora está en los jóvenes, que son "los que más ganas tienen de salir y los que más se pueden contagiar".
Gómez recomienda que aquellas personas agobiadas ante la nueva situación se lo tomen con calma, "poco a poco, porque si no puede ser un cambio muy brusco y que no se viva desde el bienestar".
La "asignatura pendiente" de la salud mental
Las personas mayores fueron las que más sufrieron las primeras olas de la pandemia no solo por las hospitalizaciones y las muertes, sino por el aislamiento a las que se vieron sometidas. En este periodo perdieron el contacto con los familiares directos, "muchas veces el único que tenían", por lo que ahora es "difícil retomar la actividad que tenían antes", explica Gómez.
Señala que a muchos les está costando salir de casa, incluso a pesar de las buenas cifras de vacunación, y que son necesarias "herramientas" para gestionar mejor la soledad que sufren. Pero el impacto no se queda en los ancianos. En su consulta ha visto un gran aumento en los jóvenes que buscan atención psicológica, lo que se puede deber, opina, a que "la salud mental se está teniendo más en cuenta y va siendo más valorada", perdiendo el estigma que todavía tiene.
Si ahora cada vez más personas acuden a la ayuda profesional es porque "ya partíamos de base de una situación muy descuidada en cuanto a salud mental en la sociedad", cree el terapeuta. "Se le ha prestado muy poca atención y con la llegada de esta situación la atención psicológica se ha visto desbordada a nivel público y privado".
Los niños, los que mejor se han adaptado
Otro colectivo que también ha sufrido el aislamiento durante este año es el de niños y adolescentes. Los más pequeños "han sido los grandes héroes de la pandemia", opina Elisa Cabezas, psicopedagoga en una escuela de Altea, en Alicante. Cree que son quienes mejor se han adaptado a un cambio radical en sus vidas, y que lo seguirán haciendo ante el fin de las restricciones.
En los colegios se ha vivido una gran desigualdad entre quienes podían disponer de medios informáticos y ayuda familiar en los estudios durante el confinamiento, y quienes se quedaron atrás por proceder de entornos más vulnerables. Esas diferencias se empezaron a reducir hacia diciembre, explica, pero no ha ocurrido lo mismo con niños con síndrome de Down o con trastorno del espectro autista (TEA), quienes "llevan mal los cambios" o la alteración de la rutina.
Para ellos, los grupos burbuja y la falta de actividades como las excursiones han "mermado su inclusión y su socialización". En cuanto al resto de niños, Cabezas no cree que vayan a tener problemas de socialización en cuanto se permitan más libertades. "No creo que les cueste volver a la normalidad porque han normalizado esta situación. Mis hijos cuando me quito la mascarilla para darles un beso me dicen 'mamá, no puedes quitártela aquí'", cuenta.
En su familia, lo que peor han llevado los más pequeños es no ver a sus abuelos en siete meses. Este domingo se reencontrarán con ellos y "ya están contando las horas", asegura. "Lo más duro ha sido desligarte de un vínculo tan estrecho, dejar de ver, de besar, de abrazar a los abuelos porque están en otra comunidad", lamenta, pero celebra que, siete meses después, puedan recuperar este resquicio de libertad.