"Tiempo ordinario", una colección de miradas al esplendor de los días corrientes
- Eduardo Laporte publica una nueva entrega del proyecto Diario a ninguna parte que condensa los años que van de 2017 a 2020
Referido al tiempo, el adjetivo “ordinario” puede significar “normal”, “común” o “estándar”, pero no necesariamente “insignificante”, “banal” o “anodino”. Es la mirada de quien lo vive el factor que permite capturar el esplendor de los días corrientes, extraerle el jugo a la cotidianidad y hacer significantes las fechas que no figuran en rojo en el calendario.
Eduardo Laporte (Pamplona, 1979) tiene tablas en esto, pero él no se queda solo en la vivencia, sino que además opta por sacarle brillo literario a su día a día, al “yo” y a sus circunstancias.
Ya lo hizo en Diarios (2015-2016), publicado en Pamiela, en 2018, y lo vuelve a demostrar en Tiempo ordinario, la nueva entrega del proyecto del Diario a ninguna parte, que ahora lanza bajo el sello de la editorial madrileña papeles mínimos.
Chispazos literarios sobre lo cotidiano
El título del libro se le ocurrió al escritor en una iglesia y hace referencia a las 34 semanas del año que se sitúan fuera de las celebraciones cristianas de mayor fulgor, como explica en una conversación con RTVE.es: “Cuando se lo escuché al sacerdote me pareció interesante encontrar que ellos lo interpretan como que Dios también está en el tiempo ordinario. La fiesta se puede dar cualquier día del año, y no hay días que sean más valiosos que otros”.
Pero también hay un juego de palabras en el título del diario, porque además de rendir homenaje a la belleza de los días normales apunta a lo “ordinario” de un tiempo que coincide con la legislatura de Donald Trump, cuya figura “simboliza como nadie”, según el autor, esta época de “dejadez moral, estética, ética…”.
Las referencias a la actualidad informativa, sin embargo, son escasas y tampoco aparecen fechas antes ni después de cada entrada. Sí hay algunas alusiones (mínimas) a la pandemia, cuyas consecuencias, precisamente, equipararon durante meses los días extraordinarios con los ordinarios.
“Valoro cada vez más el tiempo ordinario. Un periodo de felicidad tranquila, mesetaria, en el que aflora el silencio y por tanto la vida”, dice una de las entradas publicadas en el libro.
Los textos, breves y directos, aspiran a ser un “refugio” frente a la saturación informativa y se alejan, en forma y en fondo, del modelo más clásico de diario.
“En el diario me gusta que haya como una cosa más difusa, más dispersa y más poética, aunque se pueda intuir el tiempo del que estás hablando. Pero no veo relevante poner la fecha porque no es un diario al uso. Es un conjunto de miradas más que una colección de días”, explica Laporte, que también colabora con distintos suplementos culturales, como periodista y crítico literario.
Las ideas, reflexiones, citas y aforismos que deja en sus páginas son chispazos literarios que se leen con enorme fluidez y que están emparentados de algún modo con las redes sociales: “Si es tu guerra no tienes miedo”, “¿Qué escribimos en los diarios? Ni lo más relevante ni lo más novelesco. Jirones de algo quizá valioso”, escribe Laporte en el diario.
La labor de seleccionar las anotaciones y pulir el 'yo'
La diferencia fundamental entre lo uno y lo otro —entre unas ideas que se puedan publicar en redes y las píldoras que pueblan Tiempo ordinario— es que las segundas reposan en un terreno mucho más calmado y apacible —el papel— e invitan a la pausa y la relectura.
Es la observación, ese saber mirar, el ejercicio más valioso que parece hacer aquí el autor, al que también se le puede celebrar el mérito de tener una prosa cristalina y saber seleccionar con acierto las vivencias y ocurrencias que merecen ser leídas por segundas personas.
“Creo que ese es el esfuerzo del escritor, ir a como a esa gota que cae de la estalactita y que genera un residuo fósil. Creo que hay que hacer ese esfuerzo de selección, intentar que lo que realmente publiques sea algo que has cribado mucho. Yo tenía el doble de anotaciones, pero con el tiempo ves que envejecen, que ya no te interesan como en su momento cuando lo escribiste. Por eso es bueno no publicar rápido”, comenta Laporte.
Esa perspectiva del tiempo le ofrece también la posibilidad de ver con mayor claridad “el ‘yo’" que quiere mostrar: "el yo con el que te sientes identificado, con el que te sientes más tú”.
Pero, además de seleccionar los arrebatos líricos y pulir su persona literaria, Laporte se esfuerza siempre, dice, por estructurar sus diarios, por darles un “envoltorio” que impida que solo sean un “cajón de sastre”.
“"A veces la gente dice, ¿para qué escribes un diario si no has ido a la guerra ni eres presidente de Estados Unidos?"“
El resultado, lo que se hila entre las páginas de “Tiempo ordinario”, es un conjunto de recuerdos íntimos que, como en todo cuaderno de notas público, pasan a ser compartidos y preservan la memoria de relaciones amorosas que no cuajaron, viajes pasados, ideas que brotaron a la mente o conversaciones con amigos.
“A veces la gente dice, ¿para qué escribes un diario si no has ido a la guerra ni eres presidente de Estados Unidos?. No entienden que a veces lo importante no son los hitos biográficos sino la mirada que puedes transmitir. A lo mejor las memorias de Barack Obama obviamente son más interesantes que las mías, pero no tienen ese aliento poético. Y, al final, el diario lo que trabaja es una mirada y lo que le motiva también al que lo escribe es imponer esa mirada, amablemente, pero con cierta decisión”, defiende Laporte, quien reivindica en varias ocasiones esa literatura en primera persona a la que busca contribuir con sus diarios.
Considera que el diario "está renaciendo" como género
Él empezó a introducirse en ese género, cuenta, leyendo a autores como Andrés Trapiello, Miguel Sánchez-Ostiz o Josep Pla, pero también siente admiración por la obra de otros escritores como César Gónzalez Ruano y José Carlos Llop.
“Creo que está renaciendo el género. Antes era una cosa un poco marginal, pero parece que hay un interés en la literatura del ‘yo’ y del diario porque tiene algo de adictivo; no tiene ese compromiso de sumergirse en una novela, y es una entrada directa al universo de una persona, de alguien que abre, o por lo menos eso propongo yo, su alma a los demás, y de una manera gratuita, sin cobrar entrada”, bromea Laporte, a quien los dietarios de intimidad también le permiten descubrirse a sí mismo.
“Un buen diario tiene que mostrar también las flaquezas de uno“
Respecto a esto último, precisa que lo que le devuelve el espejo de la escritura no siempre es positivo. En sus escritos también da cuenta de sus debilidades.
“Un buen diario tiene que mostrar también las flaquezas de uno porque si no sería un poco ridículo (…) El diario permite generar otra modulación y creo que eso el lector lo agradece porque vivimos en un discurso y una sociedad de triunfadores que han ganado todos los premios de LinkedIn, pero luego la vida mancha, y el diario se ocupa también de mostrar estas manchas, con lo cual es también terapéutico para el lector porque se siente menos solo al ver que también la gente es vulnerable”, asegura el navarro.