Jean-Paul Belmondo por Jean-Paul Belmondo, en cinco películas
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Su nariz quebrada y eterna sonrisa pícara fueron símbolos del cine francés durante décadas. Pese a ilustrar al perfecto actor cinematográfico, eminentemente físico y fotogénico, Jean-Paul Belmondo siempre pensó que su carrera sería solo teatral. “No me gusta hablar de mi método de trabajo. No tengo ninguno. He hecho tres años de conservatorio, me he formado en la Comedia Francesa y he trabajado ocho años en teatro. No me sentía predestinado al cine”, decía en una entrevista con TVE en los años 80.
Su primer protagonista se lo ofreció Claude Chabrol, una de las cimas de Novuelle Vague, y Belmondo quedó para siempre ligado al movimiento que bebió de su vitalidad y buen humor. Decía que sus referentes eran, en Francia, Jean Gabin y Michel Simon. Y, en Estados Unidos, Gary Cooper, Humphrey Bogart y James Garfield. Sumando a todos queda Belmondo: atractivo, duro y divertido.
Famosa fue también su pasión por no utilizar dobles en secuencias realmente arriesgadas. “Me gusta el peligro. De pequeño me gustaba pasear por los tejados y, cuando he tenido dinero, conducir coches rápidos. Me gusta el arte y el deporte y cuando hago cine puedo hacer las dos cosas”, decía.
Al final de la escapada (1959)
La primera película de Jean-Luc Godard cambió la carrera de Jean Paul Belmondo y, de paso, la historia de cine. Fue todo un síntoma de que el 1959 el mundo estaba a punto explotar: una película pequeña y formalmente radical convertida en un éxito absoluto. Y en centro, además de la inolvidable Jean Seberg, estaba Belmondo, su energía y naturalidad, como un ladrón enamorado a la fuga.
“Cuando trabajaba con Godard no hacía prácticamente nada. Me hacía ver el cine más como espectador que como actor. Cuando rodaba con él no tenía la impresión de hacer ni cine ni teatro: paseábamos y no había ni micrófonos. Me daba un papel y me decía: ‘di esto’. Y la cámara estaba escondida en un buzón. Volvía a mi casa y le decía a mi mujer: ‘Tengo la impresión de que está película no se estrenará nunca’. Es una pena que el cine no haya continuado con esta línea”.
La sirena del Missisipi (1969)
Con el otro gran líder de la Nouvelle Vague, François Truffaut, se atrevió con el cine negro puro rodando una adaptación del maestro del género William Irish. Interpretaba a un rico comerciante de la Isla de Reunión que se compromete con una desconocida (Catherine Deneuve) que supondrá su perdición.
“Truffaut y yo esta ba de acuerdo conmigo en que el error no fue hacer la película, sino que el público no aceptaba verme mustio, traicionado por mi mujer y torturado. Fue una obra innovadora, pero en el momento la gente no lo vio así”.
Borsalino (1970)
Junto a la otra gran estrella francesa, Alain Delon, vivió solamente una amistad duradera que les llevó incluso a trabajar juntos como productores. Borsalino es además una de las películas más famosa de ambos, basándose en los gangsters reales Paul Carbone y François Spirito.
“La oposición se ha convertido en un juego, Después de conocernos siempre hemos tenido una buena amistad. Nos han comparado continuamente y nos han venido muy bien. Él encargaba el tipo, guapo, duro y frío, y yo el papel de divertido y simpático. La nuestra era una buena oposición: como un peso pesado con un peso pluma”.
Stavinsky (1974)
Con el director más ecléctico de la Nouvella Vague, Alain Resnais, interpretó a Alexandre Stavisky, el estafador cuyas fechorías causaron un escándalo en Francia y una crisis política.
“Fue una película mal recibida en Cannes. La gente quiso atacarme por hacer un papel diferente, un papel que no era fácil. La gente me reprocha que quiero hacer cosas fáciles, como colgarme de un helicóptero, lo que no es tan fácil. Pero cuando hago cine de calidad, me critican aún más. Es una muy buena película”.
El imperio del león (1989)
Claude Lelouch le brindó el papel de su único premio César: el del empresario y exartista de circo Sam Lion. Sin embargo, Belmondo no acudió a recoger el premio, lo que muchos interpretaron como un rechazo a la propia estatuilla (el padre de Belmondo era escultor).
El actor lo explicó así diez años más tarde: “Las recompensas son para cuando eres joven. No es por amargura, pero creo que cuando era joven me hubiera gustado recibir un premio. Tenemos que premiar a los jóvenes y no a las personas que han hecho toda una carrera".