La 'probabilidad del meteorito' o por qué no preocupan los efectos adversos de las vacunas a largo plazo
"No es que yo sea antivacunas, es que se saben los efectos que tienen ahora, pero no qué pasará después". M. expone sus razones para no vacunarse Tiene 25 años, ya pasó el COVID y simplemente no está segura del todo, dice. Pero la ciencia ya puede iluminar muchas de sus dudas. Hablamos con especialistas en inmunología, biología celular, microbiología y vacunología para responderlas.
Sabemos cómo funcionan las vacunas
“Ya se han desarrollado más vacunas, de muchos tipos, y con ninguna ha habido efectos a largo plazo”. Matilde Cañelles, inmunóloga e investigadora del CSIC, es rotunda: no hay precedentes. “Los efectos secundarios siempre han aparecido en un plazo de dos meses como máximo después de administrar la vacuna”, resume. El motivo principal es que ninguno de los componentes del medicamento se mantienen demasiado tiempo en nuestro organismo. Desaparecen, dice, “por eso es tan difícil que vaya a haber efectos más allá de lo que se ha visto hasta ahora”.
“Cañelles (CSIC): "Con ninguna vacuna ha habido efectos a largo plazo”“
Tras la inoculación, en las siguientes “cuatro a siete semanas” tiene lugar la “activación del sistema inmunitario”, desarrolla por su parte Rafael Sirera, catedrático de Biología Celular de la Universitat Politècnica de València, sobre un proceso que podemos comparar con un “entrenamiento”. Así, los componentes de la vacuna entran en contacto con nuestras células, lo que permitirá la respuesta inmunitaria si después se encuentran con el virus real. “El periodo de tiempo del entrenamiento es muy corto”, explica el microbiólogo José Ramos Vivas. Por ello, incluso los efectos más graves observados —como miocarditis leves, en casos muy poco frecuentes— nunca se extienden más allá de las dos o tres semanas.
Pasado ese tiempo, la memoria celular queda “como una archivo en una biblioteca”, remata Sirera. “Los efectos a largo plazo son muy poco probables porque son células que se quedan ahí inactivas, a la espera de que tengamos contacto con el virus para activarse”.
El "novedoso" ARN mensajero
Otro miedo común en torno a las vacunas de la COVID-19 tiene que ver con la innovación que suponen las vacunas de ARN mensajero desarrolladas por los laboratorios de Pfizer y Moderna. “Es una tecnología que todavía es nueva aplicada en vacunas, pero la molécula en sí y su principio biológico son muy conocidos, sabemos que no se integra en el ADN, no se replica", expone Ramos Vivas. "Su función es generar unas instrucciones para que las células produzcan la proteína del virus y luego desaparece, literalmente, en pocos minutos u horas”. De hecho —añade Cañelles, del CSIC— el reto ha estado en “conseguir que se exprese la proteína” al inocularnos la molécula. “Por eso se tiene que meter mucha cantidad, porque se degrada rapidísimo”.
Tampoco las vacunas a partir de técnicas más tradicionales, como Janssen y AstraZeneca, podrían causar efectos a largo plazo. “El adenovirus, aunque pueda entrar en la célula, no se puede replicar. Por lo tanto su función termina a las pocas horas o días”, amplía Ramos Vivas.
Otros componentes, reacciones anafilácticas y farmacovigilancia
La última de las desconfianzas hacia las vacunas tiene que ver con sus “ingredientes”. ¿Qué tenemos que temer? “Antiguamente sí se utilizaban metales, se utilizaba mercurio. Pero eso ha pasado a la historia. Ya no tenemos esas toxicidades en las vacunas”, aclara Sirera, de la Politècnica de València, quien recuerda que uno o dos pinchazos del antídoto de la COVID es una cantidad nimia comparada con la de otros fármacos que podemos necesitar a lo largo de nuestra vida.
Por otro lado, puede haber sustancias “alergénicas para algunos individuos como el polietilenglicol”, pero las reacciones anafilácticas reportadas son muy escasas. “Si una persona tiene precedentes de ser alérgica [a otras vacunas], debe tener precaución”, advierte. Es por esto precisamente que, tras pincharnos la dosis, todos debemos permanecer un cuarto de hora en el centro de vacunación: si ocurre una de esas raras y fuertes reacciones alérgicas, estamos cerca de los servicios sanitarios para atajarla. En personas con antecedentes, las autoridades sanitarias recomiendan que se extienda hasta 30 minutos y 45 minutos, según el caso.
“Pero no serían efectos a largo plazo”, precisa Sirera, que recuerda la “exhaustiva” vigilancia farmacológica global que se está llevando a cabo en esta campaña sin precedentes, con más de cinco mil millones de dosis administradas en todo el mundo. En ese sentido, el vocal de la Asociación Española de Vacunología (AEV), Jaime Jesús Pérez, valora que la autorización total —no de emergencia— a la vacuna de Pfizer por parte de la agencia del medicamento estadounidense es prueba de su seguridad a largo plazo, “con seis meses de seguimiento”.
Bulos o "mala ciencia" con consecuencias serias
El temor a enfermedades provocadas por las vacunas viene de largo. “El público debe saber que las vacunas pueden tener efectos adversos a largo plazo”, un artículo de 1999 de J.B. Classen sugirió que si se inmunizaba contra la Haemophilus influenzae tipo b a partir de los dos meses aumentaba el riesgo de diabetes. Rápidamente, numerosos autores (aquí, aquí o aquí) desmintieron esa conclusión, que tergiversaba los datos de una amplia investigación en Finlandia.
De hecho, el estudio finlandés concluía lo contrario: “no” se había encontrado “diferencias estadísticamente significativas” entre niños no vacunados y vacunados, y tampoco influía a partir de qué edad se les había inoculado el medicamento. Más recientemente, en 2015, el metanálisis de una veintena de estudios publicados a lo largo de los años zanjaba igualmente que “no existen pruebas” que asocien las vacunas infantiles con la diabetes. El mismo proceso se repite con la relación de la triple vírica con el autismo: múltiples investigaciones en Europa y Asia confirman que no existe tal riesgo.
“Los efectos de aquel bulo o mala ciencia se sufrieron durante muchos años, porque la gente mantuvo ese miedo. Costó recuperar las tasas de vacunación sobre todo en la población inglesa de niños pequeños”, lamenta el microbiólogo Ramos Vivas.
La enfermedad sí puede tener consecuencias
En cambio, la enfermedad COVID-19 sí sabemos que puede tener consecuencias, al menos, a medio plazo. El llamado COVID persistente o long COVID está detrás de que algunas personas que ya han superado la infección continúen sufriendo síntomas, como fatigas, disfunciones cognitivas, problemas menstruales, gastrointestinales… De hecho, la dificultad está siendo delimitar esta dolencia para la que se han descrito más de 200 síntomas posibles. Según un estudio publicado en The Lancet, el 91 % de los pacientes tardaron más de siete meses en recuperarse.
“Cañelles (CSIC): "Virus que se pensaban inocuos después se ha sabido que podían tener efectos muy nocivos"“
Otra incógnita es cuán frecuente es. Los últimos datos estadísticos del Reino Unido señalan que el 1,5 % de su población ha declarado estar experimentando síntomas que persisten durante más de cuatro semanas desde la primera sospecha de infección por coronavirus y, por el momento, no pueden explicarse por otra razón que no sea long COVID.
“Hay una cosa que sí nos preocupa y es que los seguimos viendo todavía. Hay efectos que pueden aparecer mucho más tarde y de eso sí que hay ejemplos”, avisa la inmunóloga Matilde Cañelles. “Virus que de primeras se pensaba que podían ser medianamente inocuos después se ha sabido que podían tener efectos muy nocivos, que aparecían al cabo de mucho tiempo. De eso sí hay ejemplos, pero de vacunas no”, añade, en referencia a complicaciones como las del herpes zoster o el virus de la mononucleosis.
La vacunación es un bien comunitario
En cualquier caso, la investigadora Cañelles cree que falta énfasis en el objetivo colectivo de la vacunación, en respuesta a quienes prefieren no vacunarse porque no tienen riesgo de COVID grave o ya han pasado la infección. “Tenemos constancia es de que la vacunación de toda la población previene la transmisión del virus”, asevera. “El hecho de no estar vacunado puede afectar a toda la comunidad”. Incluso cuando el antídoto no evita que podamos contagiar a otros.
“Pérez (AEV): “La vacuna protege en un 70 % frente a la infección, si no estás infectado, no puedes trasmitir”“
La vacuna “protege en un 70 % frente a la infección, si tú no estás infectado, no puedes trasmitir”, zanja Jaime Jesús Pérez, de la Asociación Española de Vacunología, aunque la variante Delta puede reducir ligeramente la efectividad de las vacunas según algunos estudios. “Es un bien individual, porque nadie está libre [de la enfermedad grave]. Y es un bien colectivo, porque cuantos más estemos vacunados más controlada está la epidemia”, afirma, asegurando que con la transmisibilidad de Delta este verano “hubiéramos estado encerrados todos en un confinamiento total” si no fuera por las coberturas vacunales.
Con todo, los científicos, que se resisten a utilizar la palabra “imposible”, no creen que sea mínimamente probable la aparición de efectos secundarios a largo plazo de las vacunas, dado su funcionamiento biológico y el comportamiento observado hasta ahora. En palabras de Cañelles: “También nos puede caer un meteorito. Pero cuando ya se ha tenido una experiencia muy larga, normalmente lo que puedes esperar es lo que se ha visto hasta el momento”.