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Elecciones alemanas

Los retos del nuevo canciller: la reconversión industrial, la transición ecológica o la falta de vivienda

  • El ganador asume sobre sus hombros la herencia de la canciller, en lo bueno y en lo malo

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Varias personas caminan frente al Parlamento alemán
Fachada del Parlamento alemán

La mitad de los alemanes creen que los años dorados de su país han quedado atrás. En esto, son más pesimistas que sus vecinos. Un estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) muestra que, tras 16 años con Angela Merkel como canciller, uno de cada tres europeos considera a este país como un socio fiable, capaz de defender los derechos humanos y los intereses económicos de todos.

Pero en Alemania, la generación que nació con un país reunificado ha crecido a la sombra de la canciller y no conoce otra cosa. Quizás por eso, son las elecciones más animadas e imprevisibles en décadas. Quién gane tendrá que llevar la herencia de la canciller a hombros en lo bueno y en lo malo.

La reconversión industrial verde

Hay una variable casi independiente del resultado de las elecciones: los Verdes estarán en el gobierno porque son indispensables en cualquier coalición factible y suponen un cambio histórico e inevitable. Por contra, Merkel, la canciller de las crisis, no ha sido la canciller de las reformas. La fundamental, la laboral, la heredó de su antecesor y ha podido disfrutar de sus réditos.

Pero las inundaciones del pasado mes de julio pusieron a Alemania frente a su espejo. Si el cambio climático ha aumentado la probabilidad de catástrofes como ésta, ¿cómo es posible que una canciller que es física y fue ministra de Medio Ambiente no haya hecho mucho más en 16 años para luchar contra el calentamiento global?

Alemania apunta al cambio climático como causa de las peores inundaciones en décadas

De hecho, el cambio climático es la principal preocupación de los alemanes con diferencia, por delante de las pensiones o la vivienda, y será el primer reto del nuevo canciller: llevar a la locomotora europea a la neutralidad climática en 2045. Puede incluso que antes, por el más que probable papel de los Verdes como socio de coalición.

Una tarea imponente que supone toda una reconversión industrial y exige adaptar una economía netamente exportadora y especializada, de modo que mantenga su empuje, la factura se divida de forma socialmente justa y que sea neutral en las emisiones sin perder competitividad.

No vale el enfoque emocional. Si se cortaran de cuajo las emisiones de CO2, la economía alemana volvería a principios del siglo XX. La pandemia ha dado un aperitivo de lo que supone esa vía, con cielos limpios y vuelta de los animales salvajes a la ciudad, pero a cambio de cerrar la producción, la vida social y mandar a millones a casa, por lo que tendrá que ser paulatino.

Una transición ecológica cáotica y cara

Merkel ya ha puesto los primeros travesaños de la escalera, aunque la mayor parte de ellos se pusieron una década antes, con el cierre de las centrales térmicas del Este que quemaban lignito. Aún así, cuando se convirtió en canciller en 2005, el porcentaje de renovables era del 10 %, frente al 40 % del mix eléctrico actual. Ahora, hay que recortar lo mismo pero en una sola década y un poco más todavía en la siguiente.

Y eso sin contar con la energía nuclear: la última central debería cerrar a finales del año que viene, una decisió que Merkel tomó tras el desastre de Fukushima. Para el carbón habrá que esperar más de una década, hasta 2038, y que amortiguar el impacto del cierre, una reconversión familiar para España y que afectará a los Länder del Este, donde las diferencias con el Oeste persisten.

Habrá muchos más costes. Caótica y cara es la seña de identidad de la transición verde en Alemania por las subvenciones a la nuclear y el carbón, amén del servicio a la primera industria alemana, el automóvil, un lobby que ha retrasado durante años la transición.

El propio Tribunal Constitucional tuvo que llamar al orden al Gobierno y el Bundestag el pasado mes de abril. Les ha exigido leyes que concreten los objetivos de lucha contra el cambio climático para evitar que las generaciones futuras lleven todo el peso del ajuste, y como se ha hecho más bien poco, ahora toca correr.

La energía se ha encarecido más del 15 % en el último año y casi la mitad obedece al impuesto al CO2 de 25 euros por tonelada,que deberá subir en el futuro aún más: como mínimo, 75 euros. El efecto, como en España, es que la factura de la luz, calentar la casa y llenar el depósito de gasolina se han disparado. Los candidatos abogan por devolver parte del coste a los ciudadanos, en términos generales, porque ninguno ha concretado los detalles en la campaña.

La falta de innovación pone en jaque a la primera economía

Y habrá que innovar. Una palabra que es una especie de talismán entre los políticos. y de Merkel, que rara vez omite la palabra digitalización en sus discursos. Pero si en otros campos el progreso ha sido a paso de caracol, en este lo que ha habido es puro estancamiento. La pandemia ha expuesto las vergüenzas del déficit cero y el freno constitucional a la deuda. Ha habido alumnos que tenían que esperar a las dos de la madrugada para bajarse los deberes de internet y profesores sin formación en nuevas tecnologías que daban videoclases que se colgaban cada dos por tres.

Alemania innovó en el pasado en mecánica, química y física. Fueron punteros y los inventos del siglo XIX y XX permitieron que el país ascendiera a primera división, pero ya no es así.

Pesa una regulación que cierra las puertas a los nuevos emprendedores, ya sean de Uber, Glovo, o farmacias online. Y pesa vivir de los réditos del pasado: el escándalo de la manipulación de los diésel, que le ha costado más de 30 mil millones de euros al mayor fabricante, Volkswagen, solo es la cara más visible de este estancamiento. Mientras la principal industria de este país se dedicaba a falsear las emisiones, otros países invertían en el coche y las baterías eléctricas.

Lo mismo ocurre con las infraestructuras,en las que la falta de inversión durante años ha dejado carreteras y puentes obsoletos, aunque se han corregido los puntos más peligrosos durante esta legislatura.

Un paraíso laboral con fronteras

Son factores determinantes para el crecimiento y el empleo. Con un paro inferior al 6 % -incluso entre los jóvenes apenas ha rebasado esta cifra en la pandemia-, Alemania es objeto de envidia, pero no siempre fue así. A principios de siglo, el país era el enfermo de Europa.

Cuando Merkel cogió las riendas, el desempleo rondaba el 12 %. El mérito de bajarlo a la mitad no es suyo, sino de la reforma laboral del canciller socialdemócrata Gerhard Schröder. Y dado que Alemania sufre una escasez crónica de trabajadores cualificados, el avance se debe también a la inmigración. Solo la oleada de 2015 ha pagado ya la mitad de lo que ha costado integrarles.

Pero el pleno empleo oculta las debilidades. Ocho millones de alemanes tienen minijobs, que con 450 euros al mes apenas dan para subsistir y cuatro de cada cinco pensiones son inferiores a 1.500 euros. En un país donde el salario medio son 4.000 euros mensuales brutos, el retiro depende de la continuidad en el trabajo y muchos han ido a saltos. El resultado es que casi una de cada cinco personas en edad de jubilación -entre 65 y 69 años- tienen que seguir trabajando.

La estabilidad de las pensiones es otra asignatura pendiente. A pesar de que la edad de jubilación será de 67 años en 2031, las costuras del sistema se resienten. En el país donde nació Marx sigue habiendo clases, como en la sanidad, donde en la privada las colas son mucho más cortas y en la pública hay que esperar meses para ser intervenido.

El futuro también depende de quién sea canciller. Con Scholz, el salario mínimo subirá de 9,60 a 12 euros y habrá una pensión básica para todos. Con Laschet, ni siquiera en coalición con los Verdes se llegará a tanto, puesto que la prioridad de los conservadores es volver al equilibrio presupuestario y limitar al máximo la emisión de deuda.

A cambio, y a diferencia de sus rivales, quieren bajar los impuestos. Los socialdemócratas, solo a las pymes para subírselos a los más ricos. Los Verdes subir el tipo máximo al 48 % y modificar el freno a la deuda para permitir la inversión, algo por lo que apuestan incluso los liberales.

Un país con los cofres llenos

El Schwarze Nullel déficit cero en las cuentas públicas, ha sido una de las banderas de Merkel a costa de la inversión. Esa es la única parte del manual keynesiano que ha olvidado Alemania.

A diferencia de otros muchos, el país, y no solo el gobierno, ahorra en tiempos de bonanza. Es tradición ir con los hijos para abrirles su primera libreta de ahorros. Pero ahora la inflación, que ya ronda el 4 %, se come los depósitos.

Aún así siguen ahorrando y cuando vienen mal dadas, como en la pandemia, se gastan un billón de euros para pagar los ERTEs alemanes (el Kurzarbeit) y las pérdidas a la hostelería, para dar un balón de oxígeno a cualquiera que lo necesitara o para bajar tres puntos el IVA durante un semestre e impulsar el consumo.

Los efectos se notan y el lastre que conllevan tardará años en desaparecer, aunque la deuda pública apenas rebase el 70 % de su PIB. La ventaja es que el país tiene impuestos altos. El tipo máximo del IRPF es del 45 % y Merkel subió el IVA tres puntos, hasta el 19 %, y las empresas tienen uno de los tipos efectivos más altos del planeta: el impuesto es en realidad doble, con un componente federal y otro regional, y ronda el 30 %.

Mucha burocracia y poca vivienda

La burocracia es un rasgo alemán: todo tiene que tener un papel debidamente firmado y compulsado. Lo grave es que se siga aplicando como hace siglo y medio, y durante la pandemia se han puesto de manifiesto sus carencias.

Las ayudas aprobadas en noviembre se ingresaban cinco meses después y los formularios para pedirlas eran excesivamente complicados. También lo son las instrucciones para votar por correo. Además, hay muchos ministerios donde todavía funciona el fax y pocas cosas en la administración están plenamente digitalizadas.

La carestía de vivienda es doble. No se construyen las suficientes y las que hay, son cada vez más caras. Como norma, los precios de los alquileres se han duplicado en un década. Berlín, donde gobierna una coalición rojiverde, intentó congelarlos, pero el Tribunal Constitucional se lo tumbó por carecer de competencias para ello. Por eso, el ejemplo berlinés sigue valiendo de molde para aplicarlo a nivel federal.

Las medidas adoptadas por la Gran Coalición -limitar los alquileres en función de los precios del mercado- no han conseguido frenar la escalada y tanto Verdes como socialdemócratas quieren impulsar una moratoria en todo el país, de modo que las rentas no suban más que el IPC.

Europa, al final

Es la cuestión que menos interesa a los alemanes estas elecciones, pero toda la clase política alemana lo tiene claro: Alemania solo va bien cuando Europa va bien. Sin embargo, hay diferencias más que significativas entre los tres candidatos.

Los conservadores no quieren ni oir hablar de una unión fiscal europea y el fondo de Reconstrucción, el Next Generation, no se va a repetir con ellos. En cambio, los socialdemócratas apuestan por seguir en el camino de una unión más perfecta. No en balde, su candidato Scholz ha jugado un papel esencial en la aprobación del fondo, con la colaboración destacada de la vicepresidenta española Nadia Calviño. La propuesta de partida fue suya y los Verdes la comparten plenamente.

También hay un amplio acuerdo en reforzar la defensa común. El desastre de la evacuación de Kabul ha puesto de manifiesto la necesidad de que Europa se dote de mayor autonomía frente a Estados Unidos, lo que exige aumentar el presupuesto de Defensa. Alemania todavía no ha llegado al 2 % que exigían Donald Trump, Barack Obama y Joe Biden, pero está en ello y ya hay presupuestados 50 mil millones.

Harán falta más. Los desafíos permanentes de vecinos como Rusia y Turquía, junto con la independencia relativa de Estados Unidos, exigirán aumentar la dotación, aunque no es solo una cuestión de dinero. La apuesta numantina de Merkel por el gaseoducto Nord Stream 2, ya completado, ha provocado el rechazo de varios socios, especialmente en el Este, que temen que Moscú use el gas como arma de guerra híbrida.

El siguiente canciller se verá obligado a ser más incisivo, pero el punto crucial es la relación con China, el principal socio comercial de Alemania. El nuevo gobierno tendrá que hacer malabares para mantener sus intereses económicos y compatibilizarlos con los intereses europeos, que no siempre coinciden.