De La Palma a Ribadelago: el drama de perderlo todo
- El 9 de enero de 1959 la vida de los vecinos de Ribadelago, Zamora, cambió para siempre
- El pueblo prácticamente desapareció a causa de la rotura de una presa mal construida
En La Palma, más de un millar de viviendas han sido arrasadas por la lava. Muchas familias lo han perdido todo y están ahora ante el golpe más difícil, empezar de cero una nueva vida. Un drama que conocen bien en Ribadelago viejo, el pueblo de Zamora que prácticamente desapareció en 1959 a causa de la rotura de una presa mal construida.
Ocho millones de metros cúbicos de agua sorprendieron de noche a sus 500 habitantes. Murieron 144 personas, apenas aparecieron los cuerpos de 28. No fue una catástrofe natural, se debió a una mala construcción. Hubo responsables y fueron condenados, pero las víctimas sienten que no se hizo justicia con ellas.
Parte de las indemnizaciones nunca llegaron, algunos se quedaron sin vivienda en el pueblo nuevo que Franco mandó construir a 500 metros de la zona inundada. Sesenta y dos años después, Ribadelago viejo sigue vivo. Algunos de sus vecinos volvieron y reconstruyeron sus casas sobre las ruinas que habían quedado en pie, pero el recuerdo de aquella noche sigue siendo demasiado doloroso para sus vecinos.
Ribadelago, 29 de septiembre de 2021
Llegamos a Ribadelago viejo el mismo día que la lava de Cumbre Vieja llega al mar. Por el camino, las coladas han arrasado más de 800 viviendas y todavía serán muchas más porque el volcán sigue muy activo y las cifras aumentan con los días.
En este pequeño rincón de Zamora, en pleno parque natural del Lago de Sanabria, la actualidad del volcán acapara la atención de sus vecinos. Conocen bien lo que significa perderlo todo, aunque lo suyo no fue una catástrofe natural a causa del exceso de lluvias, como el régimen de Franco quiso dar a entender, sino una presa mal construida.
La noche del 9 de enero de 1959 la presa de Vega de Tera se abrió y dejó caer desde las montañas ocho millones de metros cúbicos de agua que en apenas quince minutos se llevaron por delante las viviendas de sus 550 habitantes. A muchos les sorprendió durmiendo y quedaron atrapados bajo los escombros.
Una presa mal construida, el origen de todo
Siete supervivientes de aquella tragedia nos esperan sentados en las puertas de sus casas, levantadas de las ruinas. Todos recuerdan exactamente dónde estaban en aquel momento y aún lloran al recordarlo. Consiguieron ponerse a salvo en las zonas altas del pueblo. SE quedaron sin casa, sin barrio, sin pueblo, un golpe psicológico demasiado grande que aún arrastran.
“No es lo mismo (que en La Palma). Aquí se perdieron personas, allí de momento no se ha perdido ninguna”, recalca César Fernández, vecino de Ribadelago viejo. ¿Cuántos familiares perdiste? Nueve. Nunca aparecieron. “Esto no se supera nunca”, dice. Y hace un largo silencio después que cuesta romper.
César perdió a sus abuelos, tíos y primos. Sus padres sobrevivieron. Vivían en el barrio más afectado por la catástrofe. “Solo nos quedaron las vacas”. A su lado, Angelita, se echa a llorar. “Lo pasé muy mal, es que no puedo ni recordarlo”. Y empieza a numerar los tíos, primos y demás familiares allegados que se fueron con el agua.
“"Esto no se supera nunca"“
Han pasado 62 años y se nota que el dolor sigue muy presente entre los vecinos. Todos dicen lo mismo. “Esto no se olvida. Igual un día no te acuerdas, pero llega la noche y recuerdas todo”. A Mercedes todavía le vienen las imágenes a la cabeza. Todo lo que pasó, cómo salvó a su madre. “Eso no se supera nunca en la vida”.
Por qué vienen aquí ahora, pregunta Mercedes Puente, si de nosotros no se acuerda nadie. Hemos venido para saber lo que significa perderlo todo. Cómo se repone alguien de un golpe tan duro. “Pues cada uno como puede”. “Yo tenía 14 añitos. El pueblo se quedó de luto, no había ambiente ninguno”.
La noche en la que se perdió la ilusión
Qué perdieron aquella noche, preguntamos a Agustín. “Perdimos mucho, familia allegada y creo que la ilusión. Yo menos porque era un crío, pero la gente perdió la ilusión. Se perdió la alegría. Creo que resurgimos con el 50 aniversario”.
Agustín Puente es el presidente de la Asociación Hijos de Ribadelago, a la que pertenecen unas 130 personas. Tenía siete años cuando se rompió la presa. Nos enseña hasta donde llegó el agua, hasta ese balcón donde su madre lo cogió en brazos. Toda la casa se ha reconstruido.
“Se perdió la alegría. Creo que resurgimos con el 50 aniversario“
Durante mucho tiempo, hasta 50 años después de aquella tragedia, esa noche fue un tabú en el pueblo. Era tan doloroso que costaba demasiado hablar de ello. Los vecinos vivieron con el dolor por dentro, cada cual a su manera.
En 2009, celebraron el acto de recuerdo de esa fecha señalada, el 50 aniversario. “Aunque nos dé mucha tristeza, el resurgir del pueblo llegó ahí”, cuenta Agustín. Hubo gente que no quiso venir”. Esa fecha parece que les obligó y les animó al mismo tiempo a hablar del tema.
Volver al lugar, un buen síntoma de recuperación
Isabel Piñel es psicóloga de emergencias en el colegio de psicólogos de Castilla y León. “Lo mejor es poder volver al sitio. Si eres capaz de volver aunque sea de manera puntual significa que tienes mucho más resuelto ese dolor, esa crisis”. Para ella volver al lugar donde se sufrió tanto es significativo en el proceso “Puedes quedarte ahí anclado y seguir con ese dolor tan intenso de esos dos primeros días y eso es lo que tenemos que tratar de evitar. ¿Cómo?, ayudándoles a hablar de lo que les ha sucedido, de cómo se sienten”.
Los psicólogos de emergencias se instauraron en 1996, a partir de la tragedia de Biescas. Fue un punto de inflexión, cuenta Isabel, a partir de entonces ese ámbito de la psicología se profesionalizó para intervenir en esos momentos con una carga emocional tan alta.
“Hemos avanzado mucho, se han creado equipos profesionales de intervención. Si hubiera una situación así, nos activarían”. Los supervivientes de Ribadelago estuvieron completamente solos. Durante y después de la catástrofe con una sensación enorme de injusticia y abandono en muchos aspectos que todavía permanece.
La importancia de los psicólogos de emergencia
Con el 50 aniversario lo que pasó no solo dejó de ser tabú en Ribadelago viejo, pasó a ocupar un espacio central. Una plaza homenaje con los nombres de todas las víctimas y una escultura. La imagen de una mujer con su hijo en brazos. Alfredo Puente nos lleva hasta ese monumento, levantado en la zona cero de la catástrofe.
Al cruzar el puente, el coche de correos pasa por delante y se detiene para entregarles la correspondencia a él y a su mujer, Eloina. “Yo hacía eso, pero a pie”, cuenta ella. Hija de cartero, dice que fue de las primeras carteras de España, pero tuvo que dejarlo. El día de la catástrofe había ido a recoger el correo y el día después lo tuvo que repartir igualmente. Abandonó el puesto cuando tuvieron que emigrar. La mayoría a País Vasco, ellos a Madrid. Entonces Alfredo y Eloina eran novios. Se casaron meses después de la tragedia.
Eloina nos lleva hasta el lugar donde encontraron el cuerpo de su madre. El de su padre lo recuperaron cerca del lago. Sus dos hermanos nunca aparecieron. Siempre se ha preguntado dónde estarán. “Una vez subí al barco que va por el lago. Dije que jamás iría, me parecía que mis hermanos me estaban llamando. No puedo, no puedo dejar de pensar dónde están. Igual los estamos pisando y no sabemos”.
Ribadelago nuevo, una difícil adaptación
A unos 500 metros de Ribadelago viejo está Ribadelago nuevo que primero se llamó Ribadelago de Franco. El dictador lo mandó construir para realojar a los vecinos, pero lo hizo con unas características muy diferentes a las que estaban acostumbrados.
Un pueblo tipo andaluz en plena montaña de Zamora, en una zona donde nunca daba el sol. Les construyeron casas blancas, con patios interiores. No tuvieron en cuenta su forma de vida tradicional que dependía de la ganadería y por eso guardaban a los animales en cuadras instaladas en la parte de abajo de las viviendas. Fue difícil adaptarse.
“Eché en falta que no dieran a todos los vecinos una casa“
Algunos no solicitaron vivienda o la solicitaron, pero se quedaron sin ella. Parte de las indemnizaciones se perdieron por el camino. Sufrieron muchas irregularidades. “Pero no vale la pena hablar de ello”, dice Mercedes. “Nos sentimos tristes porque hemos tenido que hacer nuestra vida en otro sitio”. “Eché en falta que no dieran a todos los vecinos una casa, ayudarles a montar un plan de vida, a buscar trabajo”.
Para Adolfo, su marido, “pusieron el pueblo en el peor sitio y no hicieron un pueblo para toda la gente. Y encima hicieron pagar cuando dijeron que donaban ese pueblo y luego no fue así. La juventud nos marchamos todos porque no había vida”. Sin hogar, sin trabajo, sin futuro, la mayoría emigró como ellos al País Vasco.
Un Museo de la memoria, la última deuda pendiente
Suena el Nodo en la imagen de archivo y cuenta que 120 cadáveres siguen perdidos. Las imágenes en blanco y negro hacen más dura todavía la catástrofe. Esas imágenes dieron la vuelta al mundo. La mayoría madres con sus hijos en brazos. Como la de Agustín, asomada al balcón.
Esa imagen es hoy el símbolo de aquella tragedia que asoló el pueblo. Eloina y Alfredo nos llevan de ahí al campanario, donde acaba nuestro recorrido por Ribadelago viejo. Subimos las escaleras hasta las campanas y las hacen sonar igual que sonaron aquella noche. Mientras nos cuentan que gracias a eso, muchos habitantes pudieron salvarse porque supieron que este punto, uno de los más altos del pueblo era seguro.
Abajo las calles están casi vacías, salpicadas en muchos rincones por lápidas y placas conmemorativas que recuerdan donde perdieron la vida sus vecinos. Es otro pueblo más del interior que se vacía. Con las huellas de la catástrofe presentes en todas sus calles. Los supervivientes son historia viva del pueblo. Ya no esperan nada de las administraciones, salvo un Museo de la memoria. Es la última de las promesas que les hicieron, la última deuda que tienen pendiente.