Problemas para hablar, comer u oler tras el COVID: "La rehabilitación es larga, pero las secuelas son reversibles"
Hablar, comer u oler son funciones básicas, sencillas, prácticamente automáticas. Pero algunas personas que habían pasado el coronavirus comenzaron a tener problemas. Las toses crónicas, las disfonías o las pérdidas de olfato han ocupado y preocupado a los otorrinolaringólogos durante este último año y medio, y han repercutido en la calidad de vida de miles de pacientes de COVID persistente en todo el mundo.
Los investigadores trabajan ahora en encontrar las causas y conexiones entre estas secuelas para desarrollar mejores tratamientos. Por el momento, en el COVID persistente las flechas no apuntan a pulmones, laringes o faringes, sino a nuestro sistema nervioso y cerebro.
Superar la COVID, pero no dejar de toser
La joven Verena, de 16 años, contó hace un año en el Telediario cómo una fuerte tos crónica le impedía ir al instituto o llevar una vida normal, seis meses después de haberse contagiado de coronavirus. Sufría COVID persistente, una enfermedad que puede aparecer en más de un 10 % de los infectados, con múltiples síntomas que se extienden entre cuatro y doce semanas desde el inicio de la infección. Con el tiempo, los espasmos que afectaban a la capacidad de ver o tragar de Verena han mejorado, pero la adolescente aún no ha recuperado el olfato y el gusto ni se han disipado los dolores de cabeza.
“García, otorrino: “La tos crónica podría estar explicada por una afectación neurológica”“
“La tos crónica podría estar explicada por una afectación neurológica”, asevera la residente de otorrinolaringología Patricia García Vicente, coautora de un estudio sobre esta secuela en pacientes COVID, cuyos resultados preliminares se han presentado este fin de semana en el 72º Congreso Nacional de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (SEORL-CCC).
El de Verena quizás es un caso extremo, pero en Hospital Puerta de Hierro donde trabaja García también notaron un aumento de las consultas por tos crónica e irritativa y molestias como “carraspera” o “la sensación de tener algo ahí”, que normalmente se asocian a otras enfermedades pulmonares, reflujos, asmas, alergias... “Mucha gente decía que era después del COVID”, cuenta.
Así, tras la segunda ola de la pandemia, decidieron poner en marcha el estudio, buscando una “hipersensibilidad” del nervio vago, que participa en la deglución y en la voz. “Los resultados que tenemos nos dicen que cerca del 70-75 % de los pacientes tiene algún tipo de alteración neurofisiológica”, expone, aunque advierte de que no son las conclusiones definitivas porque la muestra es todavía demasiado pequeña. “Queremos ver si se debe a eso, sobre todo, de cara al tratamiento: para no dar antibióticos a gente que no lo necesita o antitusígenos y broncodilatadores cuando a lo mejor el problema no está en el pulmón”.
La unidad de voz del hospital madrileño trabaja conjuntamente con el servicio de neurofisiología para analizar las pruebas que realizan pinchando en la laringe. “Se hace despierto, en consulta y no es fácil conseguir pacientes para hacer este tipo de estudios. Es algo invasivo y que tiene que estar justificado”, reconoce. Pero ahora están un poco más cerca de saber por qué aparece esta tos, junto a otras secuelas en la garganta.
Un "velo en el pecho" impide hablar, un bloqueo en la garganta dificulta comer
La tos crónica no es la única manifestación de la enfermedad en faringes y laringes. En abril, Ana describió a RTVE.es que el COVID le había dejado “un velo en el interior del pecho” que le impedía hablar con normalidad, además de otros síntomas como la “niebla mental” o la fatiga.
Además de la disfonía, en el ámbito de la laringología se han descrito cambios en el volumen y el tono de la voz, paralizaciones de las cuerdas vocales, así como problemas para tragar de forma segura y eficaz, apunta Marga Durán, logopeda y vocal de la Comisión de Sanidad del Colegio Profesional de Logopedas de la Comunidad de Madrid. “La rehabilitación de este tipo suele ser lenta y larga en la mayoría de los casos”, aunque existen excepciones en las que “la actitud del paciente influye muchísimo”, agrega la logopeda. “Lo satisfactorio es que, después de un tiempo más o menos largo de tratamiento, estas secuelas son reversibles”.
Las disfonías y disfagias pueden ocurrir tras “largos ingresos” en unidad de cuidados intensivos (UCI), pero Durán recuerda que también “hay pacientes que pasaron el COVID con síntomas leves y tienen unas secuelas que persisten en el tiempo”. Los profesionales como ella trabajan en su rehabilitación “junto al fisioterapeuta y el terapeuta ocupacional”, con programas adaptados a cada caso.
No es lo mismo que el "síndrome post UCI"
Porque, como apunta Durán, no todas las manifestaciones después del COVID tienen el mismo origen. Por un lado, están los síntomas crónicos de la enfermedad, conocidos como COVID persistente. Por otro, las secuelas después de haber estado en una unidad de cuidados intensivos (UCI), intubado durante días.
“[A los pacientes en UCI por coronavirus] había que moverlos mucho, lo que provoca un mayor movimiento del tubo dentro de la tráquea”, afirma el otorrino Pablo Parente, con consecuencias como “cicatrices” y la unión de los cartílagos debido a la inflamación. “Tienen un tratamiento generalmente quirúrgico. Hay que hacer intervenciones para mover o quitar ese tipo de lesiones”, precisa.
Los problemas del síndrome post UCI eran ya “conocidos de antes”, pero ahora se han vuelto más frecuentes por el alto número de personas que han pasado por las unidades de críticos por la pandemia. Dichas lesiones han sido más habituales en pacientes hombres y mayores. En cambio, los pacientes de COVID persistente “suelen ser más jóvenes”, siendo “más frecuente en mujeres que en hombres”, prosigue Parente.
La mayor prevalencia de la COVID persistente en mujeres entre 50 y 60 años podría deberse a las "hormonas sexuales" y a unas respuestas inmunológicas más fuertes que las masculinas, según enunció el doctor Isam Alobid, presidente de la Comisión de Rinología, Alergia y Base de Cráneo Anterior de la SEORL-CCC, durante el Congreso de este fin de semana y recoge Efe.
Los afectados, puesto que todavía no se conocen bien las causas de la enfermedad, se ven abocados a recorrer consultas y someterse pruebas, sin encontrar respuestas claras. “Para poder llegar al diagnóstico tenemos que descartar el resto de las causas”, otros problemas que “se parecen” al COVID persistente. Solo entonces, reconoce el otorrinolaringólogo, los médicos pueden determinar que los síntomas son una prolongación de la COVID-19. “Cuando la infección fue grave es más sencillo su diagnóstico, el problema son los pacientes prácticamente asintomáticos que se quedan con pequeñas alternaciones que les influyen mucho en su día a día y les afectan en su calidad de vida”.
La pérdida del olfato por COVID: por qué ocurre y cómo recuperarlo
Otro ejemplo de ello es la pérdida del olfato, uno de los primeros síntomas que se identificó que perduraba cuando la PCR por coronavirus ya era negativa. “La mitad de los pacientes, casi el 60 %, tienen fases iniciales de anosmia”, como se conoce médicamente a este problema, dice el doctor Parente, de la Sociedad Española de Otorrinolaringología. “Hasta el 95 % de ellas desaparecen al cabo de seis meses, pero hablamos de millones de afectados por la enfermedad, un 5 % son muchísimos pacientes”.
Las investigaciones en torno a la pérdida del olfato (y, por ende, del gusto) han hallado que es más grave en personas jóvenes, de menos de 60 años. Además, es una buena señal para la evolución de la infección: la necesidad de ingresar en el hospital cae en pacientes con estos síntomas, según un estudio español con la participación de 15 hospitales y casi mil pacientes. Asimismo, si aparece la dolencia, los menores de 40 años tienen más probabilidades de recuperarse que los más mayores, de acuerdo con otro análisis de Virginia Commonwealth University.
El doctor Parente aclara que la pérdida del olfato ocurre, generalmente por una “inflamación” de las células que rodean al receptor olfatorio. “No hay una lesión directa de la célula que huele, sino de las que están alrededor. Esos casos, la mayoría, remiten y vuelven a la normalidad sin necesidad de tratamiento”. Por contra, si el daño llega a los quimiorreceptores de las neuronas, las perspectivas de recuperación se complican. “Ese tipo de lesiones son más permanentes”.
““El tratamiento que se ha demostrado más eficaz es la rehabilitación olfatoria”“
El especialista recomienda actuar sobre estos síntomas solo si perduran “dos meses después del inicio de la enfermedad”. Aunque los corticoides son habituales para ello, “el tratamiento que se ha demostrado más eficaz es la rehabilitación olfatoria”. Así lo ha demostrado una investigación realizada en el Hospital San Juan de Dios de Córdoba, entre otras. La aromaterapia funciona como una “gimnasia” para entrenar nuestros sentidos, alterados por la COVID-19 u otros motivos, según expuso el director médico del centro cordobés, Enrique Cantillo, a RNE Andalucía.
“La pauta clásica recomienda realizar a diario dos ejercicios de exposición a cuatro odorantes: frutal, mentolado, aromático y floral, durante una duración variable de seis a doce meses”, explica el doctor Isam Alobid, en una nota de prensa. En un estudio realizado sobre estos tratamientos “no invasivos” destacan, además, la existencia de alternativas a la pauta clásica con una mayor variedad de olores y concentraciones para lograr recuperar el olfato. El objetivo es sencillo: ayudar a nuestro cerebro a "recordar" los aromas que nos rodean.