Euskadi sin ETA: el proceso de cicatrización social y la "cultura del silencio"
- La fractura que provocó el terrorismo en la sociedad vasca sigue siendo visible diez años después de que cesara la violencia
- El pasaje más negro de la historia del País Vasco sigue siendo un tema "tabú" entre familias y grupos de amigos
No todas las heridas tardan lo mismo en curar ni todas las pieles cicatrizan de igual modo. Lo que sí es común dentro de este proceso de sanación física es que, una vez cerrado el corte, permanezca para siempre una marca en el punto exacto desde el que un día emanaba el dolor.
Esto, que resulta una obviedad en el ámbito sanitario, es extensible al plano sociológico y sirve para explicar de manera metafórica el estado en el que se encuentran muchas de las personas que padecieron en primera persona el terror de ETA diez años después de que la organización terrorista anunciara el "cese definitivo de su actividad armada". Otras, en cambio, sienten aún la herida muy abierta, lo que contribuye a que, de forma global, Euskadi siga en vías de curación.
En cualquier caso, lo que dejan claro expertos, víctimas y testigos del más de medio siglo de miedo, amenazas, extorsiones y asesinatos es que el pasado deja una huella indeleble.
“El dolor habrá menguado en este tiempo, incluso en las personas que de una forma u otra hayan sufrido los embates de ETA. Sí que poco a poco se va diluyendo, pero en el fondo siempre está ahí. Lo mío, en comparación con lo que vivieron otras personas, fue poca cosa. Tuve amenazas continuas, pero no me mataron a ningún familiar, que eso es mucho más duro. Lo que queda en estos casos son las cicatrices, y esas no se borran”, explica el sociólogo e investigador Francisco Javier Elzo en una conversación con RTVE.es.
La sociedad vasca, aún fracturada
Por sus publicaciones sobre la juventud vasca cercana a ETA, Elzo recibió amenazas durante más de una década y tuvo que vivir cinco años con un escolta permanente. Aquella época marcó su vida y la de sus familiares, pero no dudó en seguir relatando "la página más negra" de la historia del País Vasco, la tierra en la que él nació y desde la que ha presenciado también los cambios que ha sufrido desde 2011 una sociedad que, admite, "continúa estando fracturada".
"El daño que ha hecho ETA a la sociedad vasca es terrorífico. En primer lugar por las víctimas, pero también por todo lo que ha supuesto para la sociedad vasca. Ha sido muy duro y lo sigue siendo", recalca el sociólogo, a quien, lo que más le preocupa a día de hoy es que "con el final de la violencia armada de ETA no ha acabado ETA", ya que "sigue, y con fuerza, en el mundo de la izquierda abertzale".
“La memoria de lo que ha sucedido es fundamental para poder construir un futuro“
El catedrático entiende que la declaración leída por EH Bildu y Sortu este lunes, en la que lamentan el dolor de las víctimas de ETA, es un paso "positivo", pero sigue siendo "insuficiente": “Ya basta de juegos malabares con las palabras. Tienen que decir que la acción terrorista de ETA es condenable y que ellos, el mundo de Herri Batasuna y similares, tuvieron un comportamiento indefendible, hasta los últimos años (...) Lo que quieren es borrón y cuenta nueva, olvidarse de lo que ha pasado, pero yo digo siempre que la memoria de lo que ha sucedido es fundamental para poder construir un futuro”.
Convivencia, reparación, reconciliación… propósitos que siguen presentes
Ese era, precisamente, el objetivo al que debía encaminarse Euskadi tras el fin de ETA, construir un futuro de paz. Afirmar que esa fase ha llegado depende de la interpretación del concepto: si se traduce la paz como la ausencia de violencia, el País Vasco ya llevaría una década en ese punto, pero si esa palabra se entiende como una armonía entre personas o como un estado individual de calma y reposo, la perspectiva puede cambiar.
“No hay dos víctimas iguales. Hay algunas que no lo han superado todavía y que tardarán mucho en hacerlo (...) Que todas las víctimas respiraron el 20 de octubre de 2011 y en mayo de 2018 (cuando ETA anunció su disolución), por supuesto, porque cada nuevo atentado era una nueva victimización, pero queda camino por recorrer y, en la medida en que la víctima se sienta menos reconocida social e institucionalmente y sienta que las políticas públicas no responden a lo que necesita, su superación del dolor será más difícil", sostiene Izaskun Sáez de la Fuente, doctora en Sociología y Ciencia Política, y profesora de Ética en la Universidad de Deusto.
Lo que también prueba que el proceso de reconstrucción social no ha culminado es el hecho de que se sigan escuchando en los discursos públicos palabras como reparación, convivencia o reconciliación, conceptos que, además, no a todos suenan igual.
“Son palabras que hasta nos provocan cierto hartazgo. ¿Cómo que convivir? ¿Con quién tenemos que convivir? Si hay un problema de convivencia, los responsables son los mismos que siguen justificando y provocando. Yo no me tengo que reconciliar jamás con el asesino de mi hermano”, dice Consuelo Ordóñez, hermana del concejal del PP de San Sebastián y parlamentario vasco Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA el 23 de enero de 1995, y presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE).
Elzo, que en unos meses cumplirá 80 años, entiende que "reconciliacion no quiere decir en absoluto aceptar el daño que se ha cometido, sino reconocerlo e ir hacia adelante", aunque es consciente de las discrepancias que suscita este término. En el análisis que hace sobre los factores que explican la lentitud para alcanzar esa nueva etapa en Euskadi alude también, en segundo plano, al dolor que late en el entorno de los victimarios.
"Aunque esto pueda parecer una provocación, hay una herida también por parte de los propios asesinos, de los propios terroristas y de sus familiares, porque hay gente que lleva muchos años en la cárcel (...) El dolor de un familiar es el dolor de un familiar, haya hecho lo que haya hecho el hijo. Uno habla así y ya te dicen lo de la equidistancia, pero no se trata de justificarlo en absoluto. Evidentemente, siento mayor sintonía con las personas que tienen dolor porque les han matado, herido o secuestrado a un familiar que por los familiares de quienes han cometido actos terroristas, pero las dos realidades están ahí", señala el investigador, también autor del libro Tras la losa de ETA.
Sáez de la Fuente rehúye de la palabra reconciliación y habla de la necesidad de "reconstruir la convivencia". En este sentido, sostiene que a las víctimas "no se les puede pedir más" en el proceso: "Son los victimarios los que se tienen que arrepentir del daño injustamente causado". Después precisa: "El verdugo tiene la obligación de pedir perdón a su víctima, pero la víctima no tiene por qué perdonar. Otra cosa es que haya víctimas especialmente generosas que hayan decidido perdonar o, como dice Maixabel Lasa, dar una segunda oportunidad. Pero eso no significa que el pasado se borre, ahí queda una cicatriz".
La “sal” sobre las heridas que siguen abiertas
Lo que resulta irrebatible es que cada damnificado ha vivido una evolución distinta en los últimos años y que quienes no han logrado recomponerse sienten que algunas situaciones del presente echan un puñado de "sal" sobre sus heridas.
"Que una parte de esa sociedad vasca siga exaltando a los terroristas" o que quienes "gestionaron el terror" defiendan ahora desde las instituciones "el mismo proyecto político" son algunos de los ejemplos que expone Ordóñez. También ella menciona los más de 370 casos que siguen sin resolver, la “demagogia política" que utiliza el dolor de las víctimas "para ganar rédito" o los homenajes y ‘ongi etorris’ (bienvenidas) a etarras que se celebran.
Sobre esto último, Sáez de la Fuente opina que "una sociedad democrática que quiera mirar de frente a las víctimas no puede permitir" que se realicen en lugares públicos.
En los primeros seis meses de 2021, el Observatorio de la radicalización de COVITE documentó un total de 64 actos de apoyo a ETA y de ese total, que incluye, entre otros, manifestaciones, pintadas y episodios de acoso, solo contabilizaron hasta julio nueve homenajes, el número más bajo de los últimos cuatro años. Ordóñez lo vincula con el efecto de la presión social, que ha llevado a que la izquierda abertzale realice los 'ongi etorri' en privado o en la clandestinidad.
Por otro lado, lo que también le resulta hiriente a esta víctima del terrorismo es ver cómo sigue actuando "la clase política" desde el cese de ETA y cómo se ha ocultado, dice, la verdad sobre el final de esta organización terrorista.
“Quien ha pagado el precio de esta paz que disfrutamos todos hoy somos las víctimas“
“Nos hace mucho daño que se busque un rédito político en nuestra causa, y esto es seña de identidad del PP. Ha sido muy duro para mí especialmente como hermana de un concejal de ese partido, pero lo más doloroso para nosotros es que este país no conoce la verdad. Todo el mundo ha comprado que a ETA se le ha derrotado con el Estado de derecho y es una injusticia para las víctimas (...) Hubo una negociación que inició el PSOE de Zapatero y materializó el PP de Rajoy. Es dolorosa esa mentira oficial. Quien ha pagado el precio de esta paz que disfrutamos todos hoy, con la impunidad, somos las víctimas", recalca Ordóñez, que continúa "exiliada" del País Vasco.
La brecha generacional respecto a las vivencias y recuerdos
La valoración que hacen los dos sociólogos consultados sobre el proceso que han vivido los habitantes del País Vasco en estos diez años sin bombas ni balas deja claro que hay que distinguir entre quienes fueron víctimas directas del terror y quienes únicamente —y no es poco— tuvieron que convivir a diario con el miedo por residir en el epicentro del conflicto.
La segunda percepción se aprecia con claridad en el relato de tres miembros de una misma familia alavesa: Ana, Unai y Egoitz; la abuela, el hijo y el nieto. Sus recuerdos revelan que existe una especie de brecha generacional respecto a la memoria de aquella época oscura debido a un factor tan relevante como la edad. A la primera de los tres, el último atentado de ETA en España (2009) la pilló con 58 años, cuando su hijo tenía 38 y su nieto sólo 11.
“Fueron muchos años viviendo con la incertidumbre sobre si iban a poner una bomba. En el colegio de mi hijo incluso había padres que de algún modo colaboraban con ETA. Era el día a día“, recuerda Ana. También para su hijo Unai la violencia fue durante mucho tiempo algo cotidiano. Cuando tenía "unos ocho o diez años" presenció desde la parada del autobús cómo dos etarras pasaron delante de él en un coche, tras haber matado a una víctima "a punta de pistola" en un bar de la zona.
"Otro día, cuando estaba jugando a las cartas con mis padres y mis abuelos, retumbaron las ventanas. Nos asomamos y vimos toda la humareda. Habían puesto un coche bomba y mataron a un montón de policías nacionales. Y luego tuve amigos de la infancia que manipulaban artefactos de cócteles molotov para tirar en manifestaciones; a uno de ellos le estalló y creo que perdió algún dedo de la mano", relata Unai.
Los recuerdos de su hijo Egoitz, que tiene ahora 21 años, son más pasivos y, sobre todo, menos impactantes: "Solo me acuerdo de los últimos años, de verlo en las noticias cuando era pequeño, pero poco más. Yo en la calle no he visto nada nunca, como mucho alguna pegatina por ahí".
Una "cultura del silencio" heredada por los jóvenes
Los tres han hablado con RTVE.es por separado y de cada conversación se puede concluir también que aún persisten los silencios en torno al conflicto vivido en el pasado reciente.
"Incluso en las propias familias o entre amigos hay ideas diferentes y es mejor no hablar de esto. Aquí en la zona en la que vivimos hay muchos simpatizantes de ellos, con ideas muy radicales, y no tocamos esos temas nunca. Cada uno con su vida. Hay mucho tabú todavía. A mí, por ejemplo me dan igual las banderas, pero no se me ocurriría nunca poner una bandera española en mi balcón", dice Ana.
En la generación más joven de las tres, la de Egoitz, también hay silencio, aunque su raíz parece ser distinta. Él no cree que sea un tema "tabú" ni siente la necesidad de callarse las opiniones, pero lo cierto es que en su grupo de amigos "no se habla" sobre ETA: "Se trata como algo que ya no está".
“Pasar página sin haber leído el libro tiene muchos riesgos“
El Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto impulsó entre octubre de 2019 y junio de 2020 una comunidad de aprendizaje con personas de entre 17 y 25 años con diferentes perfiles ideológicos y procedentes de distintos entornos familiares, sociales y políticos. El objetivo era explorar y confrontar las preguntas y reflexiones que se hacen los jóvenes respecto a la violencia de motivación política vivida en Euskadi.
Esta "experiencia piloto" confirmó que los jóvenes tienen un conocimiento "muy escaso" sobre el conflicto en el País Vasco —aunque sí disponen de fragmentos de memoria individual y colectiva, ideas, relatos y simbología— y evidenció que el silencio predomina en la mayoría de las familias y "cuadrillas" de los participantes. En palabras de Sáez de la Fuente, que forma parte de la iniciativa, los jóvenes "han heredado la cultura del silencio y del tabú".
"En las familias de los amigos o amigas de mis hijos tampoco se habla. Antes porque habia miedo y ahora porque se ha ido y mejor no hablar del pasado, pero hay una labor por hacer, hay una responsabilidad en las familias que no podemos orillar y es que, con independencia de que tengamos víctimas o victimarios en nuestro seno, si verdaderamente somos conscientes de lo que supone cultivar una ciudadanía crítica tenemos que implicarnos en esto", subraya la investigadora, convencida de que "pasar página sin haber leído el libro tiene muchos riesgos".