Wole Soyinka: "El poder no tolera la libertad"
- El premio Nobel de Literatura nigeriano presenta Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra
El premio Nobel de Literatura de 1986 para Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934) supuso varios hitos: fue el primer subsaharariano y el primer negro en obtenerlo. Esencialmente autor teatral, poeta, ensayista y activista político infatigable, publica ahora, con 87 años, su tercera novela: Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra, publicitada como ‘su primera obra de ficción en 50 años’, si bien para eso hay que obviar sus obras teatrales.
“No soy un novelista, no es mi modo de expresión, pero me di cuenta de que necesitaba recurrir a este medio de expresión. Como dicen en Hollywood: es una manera de transmitir mis obsesiones. La narrativa es un medio, aunque los hay mejores en mi opinión”, explica durante un encuentro con periodistas en Madrid.
¿Y cuáles son esas obsesiones? Resumiendo, el poder y sus abusos. “Los temas que describen en esta novela me han seguido preocupando mientras escribía poesía y ensayo. Las contradicciones de la sociedad y el deterioro del humanismo han adquirido mucha dimensión”.
Todo esto se decanta en una sátira enorme. Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra se sirve de la estructura de una novela negra, ambientada en una Nigeria, inventada donde una organización trafica con miembros humanos robados en un hospital. Un médico denuncia todo a un importante líder y se desatan los mecanismos del poder para preservar sus secretos. Todo revestido con la fantasía e ironía que han dado tanta fama al Soyinka.
¿Qué es el poder? “El poder contrasta totalmente con la autoridad. Es un fenómeno totalmente arbitrario en el sentido de que es cruel, antidemocrático y antihumano. Muchas personas con poder acaban alieanados. La autoridad, en cambio, puede ir de la mano de la libertad, pero el poder no tolera la libertad”.
El Nobel, un arma de doble filo
La biografía de Soyinka contiene muchos patrones con el galardonado de 2021, el tanzano Abdulrazak Gurnah. Ambos recibieron formación universitaria en Reino Unido, escriben en inglés, pero sus obras están profundamente enraizadas en África.
“Me hizo muy feliz que el Nobel volviese al continente, que ha estado muy poco representado. Creo que los lectores occidentales, representados por la Academia sueca, están educándose en la riqueza de la producción artística del continente africano, y no me refiero solo a la literatura”, puntualiza.
Y espera que no se trate tampoco de cuestión de repartir juego geográfico. “Quiero ser claro: no creo en el sistema de cuotas, ni representaciones regionales en cuanto a producción o calidad. Me parecería horrible que la Academia dijese: ‘ahora toca a alguien de África’. Ellos tienen la obligación de ser una institución valiente y sorprender al mundo. Tienen que educar universalmente en ese sentido”.
Su relación con el Nobel es ambivalente. “Una de las crueldades del Nobel es la pérdida de anonimato. Pero, sobre todo, es un arma de doble filo. No existe un ser humano en el mundo que no valore recibir un premio: es un reconocimiento al individuo y a la producción artística. Pero, al mismo tiempo, es una carga inmensa. Por un lado, es un elemento de protección, pero incluso esa protección crea recelos a ojos del poder porque es un modo de escaparse a su control y eso representa un riesgo a su existencia”.
La huida de Nigeria
Soyinka ha experimentado su teoría. Durante la dictadura de Sani Abacha (1993-1999) tuvo que escapar de Nigeria en una motocicleta a través de un bosque para evitar ser asesinado por el régimen, tal y como le sucedió a su amigo Ken Saro-Wiwa, activista ecologista ejecutado en 1995.
“He estudiado mucho el régimen de Abacha: asesino a Ken Saro-Wiwa precisamente para desafiar a la comunidad internacional. Ser alguien reconocido contribuyó a su asesinato. Toda esa presión occidental, africana, e incluso de Nelson Madela, ejerció una presión psicológica en el dictador”, analiza para describir las condiciones de su huida del país. “Cada dictador es distinto, pero a este le hubiese encantado irse a la tumba con el asesinato de un Nobel de Literatura en su currículum”.
¿Qué pueden encontrar las nuevas generaciones en la obra de Soyinka? “Con suerte, examinar con más cuidado el poder que se adquiere en términos de democratización de la información, conducta e ideas. Y aprender a encontrar un equilibrio entre lo que llamo la ‘cultura de internet’ y la literatura. Espero que se den cuenta de que no todo el mundo se basa en las redes sociales y que hay una alternativa en la cultura eterna de la literatura y el arte. Y a desarrollar la ironía”, concluye.