La energía nuclear frente al cambio climático: una opción limpia, pero cara y poco adaptable a las renovables
- Con la eterna problemática de los residuos por resolver, puede ayudar a rebajar las emisiones, pero presenta ineficiencias
La necesidad urgente de reducir las emisiones de gases contaminantes para frenar el calentamiento global ha devuelto a la energía nuclear al centro del debate sobre las alternativas disponibles. Sin embargo, su uso plantea un dilema complejo entre costes y beneficios: se trata de una energía limpia desde el punto de vista del cambio climático, pero es cara, no aporta flexibilidad al suministro eléctrico y, además, genera residuos peligrosos que durarán siglos.
La utilización de la energía atómica para obtener electricidad se ha mantenido estable en lo que llevamos de siglo XXI, a pesar de su impopularidad. Aunque el número total de reactores nucleares apenas ha variado en las dos últimas décadas, la capacidad de generación en el conjunto del planeta ha crecido algo más de un 12 %, hasta rondar los 400 gigavatios, según los datos del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), dependiente de Naciones Unidas.
Es una cantidad relativamente pequeña, en torno al 4 % de la energía mundial, y queda lejos, por ejemplo, de la capacidad de generación de las fuentes renovables, que ya supera ampliamente los 2.500 gigavatios. Su uso en el mundo es muy desigual, ya que hay países que han renunciado a usarla, como Italia, Australia y, a partir de 2022, también Alemania, mientras que otros como Francia y Ucrania obtienen más de la mitad de su electricidad de la fisión.
Su mayor expansión se dio en el último cuarto del siglo pasado, mientras que en el siglo XXI apenas ha crecido. En 2020, solo 32 países tenían reactores activos -entre ellos España, con siete- y el 80 % de la capacidad de generación nuclear se concentraba en apenas ocho: Estados Unidos, Francia, China, Japón, Rusia, Corea del Sur, Canadá y Ucrania. Pero esa tendencia puede cambiar si, con la humanidad enfrentada al enorme desafío del cambio climático, la sociedad la percibe como una vía energética aceptable.
Libre de emisiones de efecto invernadero
Su gran virtud, en ese sentido, es que se trata de una energía que no ensucia la atmósfera: la generación nuclear no emite dióxido de carbono ni otros gases de efecto invernadero, tan solo vapor de agua como consecuencia de los procesos de refrigeración de los reactores. Aunque el vapor de agua también calienta la atmósfera, su presencia en el aire es muy corta al formar parte del ciclo del agua y su acumulación, al contrario de lo que sucede con el CO2, no ha variado significativamente en las últimas décadas.
"Es una fuente de energía que no genera CO2, muy adecuada para el principal problema que tiene la humanidad en este momento, el calentamiento climático", subraya Francisco Calviño, catedrático de Ingeniería Nuclear de la Universidad Politécnica de Cataluña, quien también destaca que "ocupa muy poco espacio para producir una ingente cantidad de energía", al contrario que las renovables.
Sus defensores suelen argumentar, además, que puede servir como fuente de respaldo ante la intermitencia de las renovables, esto es, aportar la energía que se necesita cuando no hay sol que ilumine las placas fotovoltaicas ni viento que impulse los molinos. Este aspecto es el punto débil de las renovables, pendientes aún de que se desarrollen tecnologías que mejoren y abaraten la capacidad de almacenaciento de electricidad, que ahora es muy limitada, para poder adaptar la oferta a la demanda.
Sin embargo, la energía nuclear presenta una carencia grave para realizar esa función, su falta de flexibilidad: con la tecnología actual, las nucleares deben funcionar al máximo de su capacidad y apenas pueden adaptarse a las subidas y bajadas de la demanda. "La energía nuclear vale para dar firmeza al suministro, no respaldo", indica Pedro Linares, catedrático de Organización Industrial de la Universidad Pontificia de Comillas, que señala que no exime de disponer de gas, que sí es flexible para adaptarse a los picos de demanda, o de capacidad de almacenamiento. "Con la tecnología actual, es cierto, aunque Francia, que tiene muchos reactores, es capaz de hacer algo de seguimiento de las curvas de demanda", concede Calviño.
Una energía cara frente a las alternativas
A ese inconveniente se une el alto precio de la energía generada mediante la fisión atómica, en buena parte por el coste que supone construir, mantener y desmantelar las centrales nucleares. "Es una tecnología muy cara, salvo que haya un crecimiento disparatado de la demanda", explica Linares, que subraya que es "mucho más cara que las renovables", aunque advierte que, si se tiene en cuenta el almacenamiento de energía renovable, el coste tiende a igualarse.
Los cálculos del banco de inversiones Lazard, que cada año elabora un análisis sobre el coste comparado de cada megavatio-hora en función de la fuente, corroboran que la nuclear es una energía cara: en 2021, estima una media de 167 dólares por MWh, frente a los 60 dólares del ciclo combinado de gas, los 38 de la eólica y los 36 de la solar fotovoltaica.
Las renovables, además, han reducido enormemente su coste en la última década y, a medida que aumente su penetración, pueden arrinconar definitivamente a la nuclear. Así lo cree Eloy Sanz, especialista en energías renovables de la Universidad Rey Juan Carlos y revisor experto del informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), quien dibuja un escenario a una década en el que las fuentes renovables supondrán el 75 % de la energía producida.
"Empujadas por las renovables, el resto de tecnologías del mix van a bajar de precio y eso afecta más a las que tienen más costes fijos. El gas es muy flexible, las centrales de ciclo combinado pueden reducir su producción a un 30 % o un 40 % y volver a arrancar. Pero las nucleares no pueden parar y arrancar en poco tiempo; van a cerrar porque no van a ser rentables", augura.
La complicada gestión de los residuos
Sin embargo, mientras se alcanza ese escenario, es necesario combinar las distintas fuentes de energía. Sanz admite que "en el corto plazo, es necesaria una energía de respaldo" y que, incluso cuando se alcance el 75 % de producción renovable, será necesaria una elevada capacidad de almacenamiento para soslayar las intermitencias si se quiere prescindir del gas y de la energía nuclear al mismo tiempo.
La disyuntiva, por lo tanto, es si merece la pena construir nuevas centrales nucleares, una decisión especialmente controvertida en Europa, donde la opinión pública parece aún reacia: según la Encuesta Social Europea sobre cambio climático de 2016, el 40 % de los europeos no quiere que se produzca energía nuclear y otro 20 % que se utilice solo a pequeña escala, mientras que apenas un 5 % abogaba por una utilización masiva.
En ese estado de opinión pesan mucho la posibilidad de accidentes, con Chernóbil y Fukushima muy arraigados en el imaginario colectivo, y la complicada gestión de los residuos radioactivos, que deben vigilarse durante siglos. Según la Sociedad Nuclear Española, los elementos de baja y media radioactividad pueden ser desclasificados a los 300 años, mientras que los residuos de alta radioactividad, fundamentalmente el combustible sobrante, mantienen la capacidad de irradiar durante miles de años.
Francisco Calviño señala que se está trabajando en alternativas tecnológicas para reutilizar ese combustible y que, en cualquier caso, "la cantidad de residuos es pequeñísima: lo que genera el consumo de energía de un español en toda su vida equivale a una jarra de cerveza". Sin embargo, es un aspecto que sigue preocupando a muchos ciudadanos, si bien la opinión varía entre los distintos países europeos, como demuestra la división en el seno de la Unión Europea sobre si incluir la nuclear en la taxonomía verde para recibir los fondos extraordinarios por la pandemia.
El mundo, dividido
El principal defensor de esa inclusión es Francia, que ha renovado recientemente su apuesta nuclear, con el anuncio en plena cumbre del clima de su presidente, Emmanuel Macron, de que construirán nuevos reactores. No les ha disuadido ni las dificultades del buque insignia de esa renovación, el tercer reactor de Flamanville, que debía entrar en funcionamiento en 2012 y que ahora se espera para 2022, tras elevar su coste previsto de 3.300 a 19.000 millones de euros.
También abogan por esa vía Finlandia, que construye su quinto reactor nuclear, o República Checa, mientras que Alemania, Italia y España se oponen. Fuera de la Unión Europea, Reino Unido centra el debate en su nueva central, Hinkley Point, que también acumula retrasos y sobrecostes -la última estimación es de entre 26.000 y 27.000 millones de euros-, aunque el precio del megavatio hora ya está fijado en la concesión: 92,5 libras (más de 110 euros) por MWh, un coste que la oficina de control del gasto del Parlamento británico ha calificado de "alto y arriesgado".
Estas dificultades parecen indicar que la apuesta por la energía nuclear sería más adecuada en países donde se esperan aumentos muy significativos de la demanda, lo que se ajusta mejor a su valor como fuente de energía base del sistema. Así, China, que ya tiene 14 reactores en construcción, ha anunciado que construirá hasta 150 más en los próximos 15 años. India, en una situación comparable, tiene seis reactores en construcción.
En España, el debate parece más centrado en plazo de funcionamiento de los siete reactores activos (Almaraz I y II, Ascó I y II, Cofrentes, Vandellós II y Trillo), que en 2020 proporcionaron el 22 % de la electricidad, por lo que la nuclear fue la primera fuente de energía del país. La semana pasada, la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera, aseguraba que "no hay ningún grupo empresarial en España que esté dispuesto" a construir una central nuclear. Dado que está previsto cerrar las existentes entre 2027 y 2035, España deberá suplir esa generación con otras fuentes -las renovables marcaron récord el año pasado, con el 45 %, y el objetivo es alcanzar el 74 % en 2030- y habrá que decidir si respaldar el suministro con gas, que contamina la atmósfera, o con una mayor capacidad de almacenamiento, lo que elevará el coste.