El amor, la mejor medicina contra la vejez y la enfermedad
- Hernán Migoya publica el libro Y si quieren saber de nuestro pasado
- Narra la convivencia con su madre, enferma de cáncer, y su padre, que sufre alzhéimer
Hernán Migoya (Ponferrada 1971) es un popular escritor (Todas putas) y guionista de cómics (Trilogía Pepe Carvalho, Nuevas Hazañas Bélicas) que pasó ocho años de su vida en Perú hasta que el año pasado, en plena pandemia, decidió regresar a España para cuidar de sus padres, afectados por el cáncer (ella) y el alzhéimer (él). Una historia de amor contra la adversidad que ha decidido compartir en el libro-diario Y si quieren saber de nuestro pasado (Editorial DQ).
Lo primero que le preguntamos es por qué ha querido compartir con los lectores esa experiencia tan íntima: “Digamos que la reinmersión de un señor de 50 años, como yo, en el hogar parental, ha sido un poco traumática. Verme en este caos continuo de enfermedades, achaques, desgracias inesperadas… Y, al mismo tiempo, esta especie de recuperación del rol de hijo pequeño me desconcertó mucho”.
“Una persona como yo –añade el autor-, que he acabado prácticamente solo y que realmente nunca he apostado por criar a una familia propia… me he visto de nuevo inmerso en ese rol de hijo pequeño, pero cuidando de mis padres, lo que genera muchas contradicciones por dentro, muchas inquietudes, mucho marasmo. Y sentarme a escribir sobre ello me resultaba terapéutico y me servía para desahogarme”.
“Probablemente –añade-, es el libro que he escrito más para mí. Pero pienso que a algún lector le puede resultar interesante la batalla del día a día de la época de la decadencia. Es un libro muy sencillo y directo, y quiero pensar en él como si fuera un "libro de compañía": a mí me hizo compañía mientras lo escribí en esta dura situación, y mi único deseo es que también haga compañía a toda persona que esté viviendo una experiencia similar o equivalente”.
Una gran historia de amor conyugal y entre un hijo y sus padres
Migoya es muy modesto porque el libro es, sobre todo, una gran historia de amor, entre esos dos padres enfermos (Tina y Marce) y también la de Hernán con ellos. “A veces no sé si eso es amor o inevitabilidad –confiesa-. Porque jamás pensé dejarlos solos en este trance y me imagino que cualquier hijo que haya tenido una infancia mínimamente feliz con sus padres tampoco lo haría”.
“Por eso -continúa Migoya-, confieso en el libro que tiene más peso mi presencia que mi utilidad práctica, porque soy el hijo inútil que es incapaz de arreglar nada en casa y ni siquiera tengo carnet de conducir para llevar a mi madre al hospital para sus revisiones semanales. A veces soy como un pasmarote presenciando cómo mi madre salva siempre la situación con los desastres que crea mi padre. Casi siempre mi presencia es testimonial pero sirve para que mi madre se quede tranquila, por si pasa algo realmente grave; como pasó hace un mes, cuando mi madre tuvo un ataque brutal de migraña que la dejó absolutamente descompuesta en el sofá. Incluso llegó a perder la memoria durante un día. Ahí, por suerte, sí supe reaccionar con eficacia, pese a que temí que aquello fuera irremediable. Pero con el nuevo tratamiento lleva un mes mucho mejor”.
“Y por eso podemos decir que el libro es una historia de amor y también lealtad a su esfuerzo por ofrecerme una educación, a cómo se desvivieron por darme oportunidades de estudio y por respetar mi vocación creativa –añade-. Siempre me acuerdo de que, cuando tenía 20 años y ya trabajaba en El Víbora, la editorial La Cúpula me dio una acreditación para irme a la Comic Con de San Diego, en agosto del 92. Yo aproveché para recorrer todo estados Unidos, con una mochila, durante un mes. Desde Nueva York a California y todo el sur. En ese tiempo llamé dos veces a mi casa, porque todavía no había móviles. Y siempre pienso que qué suerte tuve de que mis padres jamás me dijeron “no puedes hacer esto o no puedes hacer lo otro”. También pienso en lo que debió sufrir mi madre todo ese mes, teniendo a un hijo perdido en Estados Unidos”.
“Eso me hace darme cuenta de la suerte que yo he tenido y de la libertad que siempre he gozado para hacer lo que me diera la gana -añade-. Y también para darme cuenta del papel que ha tenido mi madre de sufridora, sin que nunca lo expresara. Anécdotas como esas, que a lo mejor parecen una tontería, para mí son muy importantes. Y me marcan un poco la idea de que hay que estar un poquito al pie del cañón ahora, en estos momentos”.
“Cuando comparto en redes estos pensamientos o pasajes del libro –concluye- mucha gente que ha perdido a sus padres me dice: “aprovecha, aprovecha, aprovecha, aprovecha, porque no te das cuenta ahora, pero lo que estás viviendo son momentos impagables”. Estoy intentando procesar y darme cuenta de eso, de que son momentos realmente impagables que, afortunadamente, puedo seguir compartiendo con ellos”.
Una historia dura pero llena de sentido del humor
A pesar de ser una historia dura, Y si quieren saber de nuestro pasado, está escrita con un gran sentido de la ironía. “Yo tengo un problema, y es que no sé suavizar las cosas cuando las escribo –confiesa Migoya-. Y en ese sentido me doy cuenta de que es un libro muy duro también para mí mismo. Por eso necesito el sentido del humor, que está presente en casi todas mis obras”.
“Y en este libro ese sentido del humor era más necesario que nunca porque la dosis de realidad es muy heavy –añade-. El abanico de emociones pasa por la dureza de la vida y la ternura que a veces propicia esa dureza, porque una no existe sin la otra. Y esa convivencia de año y medio con mis padres ha propiciado una serie de elementos bonitos que también quería que estuvieran. Por eso el sentido del humor, no solo el negro, sino de distintos tipos, es fundamental en este libro”.
Hay un momento en el libro en el que Migoya confiesa que también empezó a escribir esa especie de diario por el miedo a heredar los males de tus padres. “La verdad es que soy un poco paranoico. Según mis cálculos, debería de haber muerto hace unos 10 años (ríe). Siempre pensé que moriría a los 40, como casi todos mis ídolos. Y claro, entre el alzhéimer, el cáncer, yo tengo el colon hecho mierda…Y es que, realmente, la vida es tan corta que nunca es suficientemente larga. Por eso no hay nada que más me ponga ansioso a mí, que irme sin haber escrito un nuevo libro”.
“Por eso, al final siempre tengo la necesidad de escribir -asegura-. Pero incluso con un tema como éste, que es muy dado a un modelo de libro de autoayuda, por ejemplo. Creo que no me he apegado a eso. Aparte de que detesto el modelo de los libros de autoayuda y bromeo incluso cuando hago dedicatorias de este libro: “He intentado un libro de autoayuda, pero me ha salido un libro de autodestrucción”.
“Por eso siempre supedito el agradar a los lectores con estar satisfecho con lo que escribo. Incluso en un tema tan fuerte como este, lo que me interesa es que el libro sea una pasada estética y literariamente, Un libro tiene que ser bueno independientemente del tema que trate. Este libro es muy modesto, porque es prácticamente un diario, pero he disfrutado haciéndolo y he intentado que, dentro de su modestia, pueda verse que es un libro hecho con sinceridad, honestidad y espero que con cierta gracia”.
“Mi madre solo se siente feliz siendo activa”
Preguntamos a Hernán cómo están sus padres, comenzando por Tina, su madre, que está enferma de cáncer: “Está muy mal, pero le han cambiado tratamiento hace mes y medio, y parece estar mejor que con los anteriores. Parece que tiene un poquito más de energía. Pero no veas lo difícil que es intentar convencerla de que delegue la limpieza de la casa o el cuidado de mi padre”
“Porque la mayoría de las veces es ella quien ducha a mi padre -continúa-, que es casi dependiente al cien por cien, lo único que sabe hacer es caminar y a veces le da por caminar solo por la casa. Mi madre es una de esas personas que sólo se siente realizada si está al mando de la casa”.
“Solo se siente feliz estando todo el rato activa –añade-. Incluso cuando está sentada, y supuestamente relajada, no se siente a gusto porque piensa que ya no tiene la fuerza de antes para hacer las cosas. Llega un momento en que te das cuenta de que lo único que le hace sentirse bien es estar activa todo el rato”.
“En la sonrisa de mi padre veo muchas cosas”
Cuando le preguntamos qué tal está su padre, Marce, que sufre alzhéimer y varios tipos de demencia, Migoya confiesa que: “está en la luna a nivel mental”.
Pero Migoya también nos comenta que en su sonrisa ve: “Muchas cosas. Últimamente veo mucho cariño en su sonrisa, porque creo que ya no sabe cómo nos llamamos y a veces lo veo escrutando mi propia mirada, como intentando averiguar quién soy. Pero no me crea tanta desazón porque sonríe todo el rato. Te das cuenta de que le hace bien vernos”.
“Cuando me mira sonríe mucho y sabe que soy parte de él, que soy algo suyo –añade Migoya-. Eso sigue siendo la principal recompensa. En ese sentido el alzhéimer que él padece no es tan duro como yo creí, porque le ha dado por sonreír y ser amable, obediente, encantador… Prácticamente no dice nada y yo tengo que sacarle alguna palabra empezando refranes o versos de canciones y él los acaba. Me estremezco pensando que una enfermedad como esta, prácticamente borre lo que conocemos como personalidad o incluso como el alma de una persona. Pero me consuela seguir viendo que es mi padre y que el sigue reconociendo a su pareja y a sus hijos. Él es feliz cuando nos acercamos, sonríe como un niño. Para mí eso sigue siendo lo fundamental. El día que eso se pierda, eso sí será aterrador… Pero, de momento, para nosotros esa sonrisa es una respuesta suficiente”.
El pasado y el presente en dos fotografías
El libro incluye dos fotografías: en la portada vemos a sus padres de jóvenes. Y en la contraportada a los mismos en la actualidad. “La primera foto es de sus primeros meses de noviazgo en Buenos Aires. A mi madre la envió mi abuela allí, con 15 años, al cuidado de unos tíos, básicamente porque aquí pasaban mucha hambre y no tenía dinero para alimentarla”.
“En Buenos Aires –continúa-, mi madre creció como una princesa de los quince a los diecinueve, con estos tíos que no tenían hijos y le dieron muchísimo cariño. Porque en aquella época esa ciudad era muchísimo más sofisticada que Madrid o Barcelona".
“Y a los 19 conoció a mi padre, otro emigrante leonés que llegó al restaurante del tío de mi madre como camarero –añade-. Y ahí se enamoraron. En esa foto son dos jóvenes con todo el futuro por delante, algo que es muy bonito para mí. Me hubiera gustado que se hubieran quedado en Argentina, porque seguro que siendo argentino tendría más autoestima de la que tengo. Pero la vida les llevó por otros derroteros. Aunque si se hubieran quedado nos habría tocado la dictadura de Videla. Pero ahí se inició en los años 60 la historia de amor entre ellos”.
“Y la foto de la contraportada es el comienzo del fin del ciclo, por así decirlo -añade Migoya-. Es el presente. En Cataluña nos ha ido muy bien, sobre todo teniendo en cuenta que ellos siempre fueron dos personas muy humildes y nada ambiciosas, la mayor ambición de mi madre ha sido tener un piso soleado, y mi padre ni lo sé... La imagen de atrás es una de las fotos más bonitas que he tenido la oportunidad de tomar estos meses, de ellos dos compartiendo una mirada, yo creo que muy cómplice. Una mirada de devoción por parte de mi madre y una mirada, a su manera no consciente, por parte de mi padre, de gratitud. Sabedor de que está en buenas manos. Creo que refleja muy bien lo que es el alma del libro”.
“Acabarás solito”
En el libro también adivinamos una especie de melancolía porque Hernán Migoya parece preguntarse quién lo cuidará a él cuando sea mayor, ya que no tiene pareja ni hijos. “Esa es una buena lectura -confiesa-. Antes incluso de que yo me diera cuenta de ese tema, ya sobrevolaba en el libro. A mí me hacía mucha gracia cuando me instalé en Perú hace 8 años, justo después de divorciarme, cuando alguien me preguntaba si tenía hijos y yo decía que no tenía hijos ni quería tenerlos. Porque me respondían, con una expresión de pena, diciéndome: “¡Oh!, acabarás solito”.
“También me dijeron otra cosa muy bonita: “Eres unito”, o sea, “eres uno”, pero con diminutivo cariñoso. Y lo cierto es que ese unito empieza a preocuparse, a los 50, al pensar en que esa va a ser mi realidad, que me voy a quedar unito de por vida. Antes pensaba que en el mundo moderno no necesitas pareja ni hijos para sobrevivir, pero la crisis pandémica nos ha demostrado que al final somos sujetos de la historia y arrastrados por la coyuntura. Nuestra generación, en concreto, creo que pensábamos que nuestras vidas no dependían de las circunstancias mundiales e históricas, porque siempre hemos hecho lo que nos ha dado la gana, pero la pandemia nos ha trastocado todo eso. Ha sido como un golpe al orgullo y a la petulancia del ser humano y nos demuestra nuestra insignificancia”
“En mi caso -añade Migoya-, tanto la pandemia como la situación de mis padres, me ha hecho ver más claramente que he optado por un futuro de soledad. Y que esa soledad probablemente sea cada vez mayor. Por eso he pensado, que para los 10 o 20 años que me queden, voy a hacer lo que siempre he querido: leer todo lo que no he podido leer hasta ahora. Y por eso he dejado de ver películas. Ya no veo audiovisual y solo me dedico a leer. Ese es mi pasatiempo primordial cuando tengo un poquito de tiempo libreo. Esa va a ser mi compañía durante el resto de mi vida. Aunque igual tengo que buscar otra porque tampoco sé si uno puede ser autosuficiente en lo emocional eternamente”.
Confiesa que ha renunciado al sexo
Además de hablar sobre su relación con sus padres y con la enfermedad, Hernán también confiesa cosas que no solemos encontrarnos en un libro, como su renuncia al sexo. “Lo hago por una especie de sinceridad extrema que siempre he tenido escribiendo. Y porque creía que también había que añadir las sombras. Que igual que tengo la desfachatez de hablar sobre la enfermedad de mis padres y de sus intimidades, también tenía que hablar de mis cosas. Que no todo es ese hijo idílico que regresa al hogar porque sus padres están enfermos”.
“Y pensé que hablar de esas cosas tan personales, que todos conocemos pero de las que casi no hablamos, añadía una pincelada de realidad y de sensibilidad al libro -continúa-. La vida sexual es algo que afecta a todas las personas y, de repente, verte envuelto en una especie de retiro monacal, como cuando eres adolescente… Esto ha sido como haberte metido a cura y creo que merece la pena contarlo porque para una persona de 50 años no es normal que se vea interrumpido ese ámbito. Y creo que esa renuncia al sexo también le da una pincelada de humor al libro”.
“La gente piensa en ese tipo que pasa diez meses de abstinencia sexual completa, incluso sin masturbarse -añade-. Creo que es gracioso, más allá de otra consideración. Porque mucha gente se preguntará qué hago viviendo con 50 años en casa de mis padres cuando otra persona, a mi edad, ya está casada o tiene hijos. Y encima en abstinencia total” (ríe).
Un libro que nos recuerda la importancia de cuidar de nuestros mayores, a los que debemos casi todo. Y que, con esta pandemia, nos necesitan más que nunca.