El silencio regresa a La Palma después de casi tres meses de erupción
- Los palmeros todavía se resisten a creer que sea el final del proceso eruptivo, porque no se fían del volcán
Por primera vez en mucho tiempo, se vuelve a escuchar el canto de los pájaros en el Valle de Aridane. Después de casi tres meses de erupción, el volcán ha dejado de escupir fuego y ceniza, y también ha enmudecido, llenándolo todo de un silencio que cuesta asimilar. Las constantes vitales de la erupción se han desplomado, y de Cumbre Vieja ya solo salen gases, que emanan de su superficie como el estertor de un moribundo, aunque los palmeros todavía se resisten a creerlo. "Este no es un volcán del que te puedas fiar", repiten una y otra vez.
"Se hace muy extraño estar sin el sonido de fondo, sin ese olor tan desagradable, sin estar pensando en si va a temblar el suelo...", expresa Paula, una vecina de El Paso que trabaja en la oficina de turismo de esta localidad. "Esta paz es algo inquietante, porque se trata de un cambio muy brusco. Aunque no nos habíamos acostumbrado, habíamos aprendido a vivir con el volcán", asegura.
Ese volcán que aún no tiene nombre es ahora una montaña humeante, que se encuentra en una "fase muy baja" y de "agotamiento", en palabras de los técnicos del Plan de Emergencias Volcánicas (Pevolca), quienes tampoco descartan un repunte, por lo que han dado un plazo de diez días antes de certificar su defunción. En el recuerdo de la isla está la erupción del San Juan, en 1949, que se tomó una pausa de cuatro días antes de resucitar en El Duraznero, por una nueva boca que descargó hacia la vertiente oriental de la isla.
"En mi opinión, debemos ser bastante precavidos y prudentes, sobre todo para no crear falsas esperanzas. Creo que ahora hay que esperar esos diez días y que esos valores se mantengan, y entonces ya podremos afirmar que la erupción ha finalizado", manifiesta a RTVE.es Claudia Rodríguez, investigadora del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan).
Según explican desde el Pevolca, aún queda lava circulando por los tubos volcánicos y también por la superficie, pero en áreas cada vez más puntuales y alejadas del cono principal. La señal de tremor, que está relacionada con el movimiento subterráneo del magma, ha desaparecido por completo; al igual que la deformación del terreno. Además, la concentración de dióxido de azufre en el penacho, que es otro de los grandes indicadores del estado de salud del proceso eruptivo, se encuentra por primera vez en valores extremadamente bajos.
"Aún no nos lo creemos"
La vida de La Palma se prepara para retomarlo justo donde lo dejó antes de que el suelo se abriese en el paraje de Cabeza de Vaca, cerca de El Paso. El estruendo del volcán ha marcado el ritmo del valle desde entonces, y ahora su ausencia ha devuelto a sus habitantes ese silencio que ya casi habían olvidado, y también los pequeños sonidos que se ocultaban debajo de tanto ruido. "Este silencio se hace muy raro. Estamos un poco todos que no nos lo creemos, aunque todavía está la ceniza en el aire, así que es como si el volcán estuviera ahí", asegura Airam, un camarero de El Paso, mientras recoge los vasos de la mesa de una terraza y limpia su superficie metálica con una bayeta.
"Espero que el volcán haya llegado al final, que haya terminado, pero aún no me lo creo... No tengo palabras para definir lo que han sido estos tres meses, todo el mundo por aquí lo ha pasado mal. Conozco cientos de personas que han perdido la casa o el trabajo, que están desalojados… Y no hay esperanza de que eso se vaya a recuperar totalmente", prosigue, antes de regresar al interior del bar.
Casi en el límite de la zona de exclusión provocada por el volcán, en el lugar conocido como El Calvario, entre Tacande y El Paso, Viviana regenta un pequeño comercio de ultramarinos, especializado en productos alemanes. Sus principales clientes siempre han sido los ciudadanos de este país que tienen en La Palma una segunda vivienda y acostumbran a pasar allí los meses más fríos del año. Pero muchos de ellos vivían en poblaciones que han sido arrasadas por la lava, como Las Manchas, El Paraíso o Tacande de Arriba; por lo que la tienda ha perdido más de la mitad de su negocio, según los cálculos de la dueña.
"Parece que sí, que el volcán está callado, pero yo no estoy segura de que vaya a acabar por fin, y prefiero no decir nada hasta que lo confirme el Pevolca", declara esta italiana con resignación, aunque reconoce que "lo que sí que es verdad es que la gente ahora está un poco más tranquila, y tiene un poquito más de esperanza de que esto termine". "Una vez que confirmen el final de la erupción, intentaremos empezar de nuevo, retomar la vida de antes, aunque será difícil", admite.
En el Valle de Aridane, la mañana es soleada, y el cielo aparece cubierto por un azul deslumbrante. El penacho oscuro que ha ensombrecido la atmósfera durante casi tres meses se mantiene, pero ahora apenas es perceptible. Por primera vez en mucho tiempo, sus habitantes han comenzado a soñar con el final de la erupción, aunque prefieren no verbalizarlo, como para no volver a despertar a este volcán maldito que ha demostrado ya muchas veces que no se puede confiar en él. De momento, el canto de los pájaros ha sustituido a su rugido furioso, y también ha regresado el silencio, como un anticipo de esa vida que se prepara para continuar justo donde lo dejó cuando se abrió el suelo una tarde de domingo de septiembre.