La vida en la España vaciada y el temor a perder el futuro: "Hace tres años que no nace un niño"
- Visitamos Casillas de Flores, un pueblo de Salamanca que, con 191 habitantes, ha perdido el 25% de su población en 20 años
- Sin relevo generacional, el cierre de comercios y la pérdida de servicios hace agonizar un territorio que clama por sobrevivir
Uno se da cuenta de cuándo está entrando en la España vaciada. Las carreteras se hacen más angostas y la cobertura empieza a perderse. Casillas de Flores, casi en la frontera de la provincia de Salamanca con Portugal, es uno de tantos pueblos donde la vida, por momentos, se va haciendo más difícil. Son pequeños goteos que en una gran ciudad pasarían imperceptibles, pero aquí no: un día se jubila la única peluquera que da servicio al pueblo y a otros de alrededor; otro día, uno echa la vista atrás y ve que el colegio rural ha pasado a tener la mitad de alumnos en diez años. Y ese depredador incesable de la despoblación marca un ‘tic tac’ que alerta del riesgo de que pueda desaparecer.
Desde hace varios años, el autobús que conecta con Ciudad Rodrigo (a unos 35 kilómetros), donde todo el mundo va a comprar y a hacer vida, dejó de dar servicio una vez al día para hacerlo solo los martes. Y el peor augurio: en todo 2021, han muerto en Casillas de Flores 11 personas y hace tres años que no nace ningún niño. De hecho, tan solo hay cuatro niños menores de diez años en el pueblo.
“Y no hay previsiones de que vaya a nacer ninguno más pronto”, nos cuenta Carlos Lanchas, ganadero y vecino del lugar, mientras nos enseña su precioso pero cada vez más deshabitado pueblo. Caminamos por las calles donde las casas están construidas de barro y piedra. La mayoría tiene más de 100 años. Pero también la mayoría, un 80% según calculan él y su mujer, Raquel, están abandonadas y eso se refleja en sus fachadas abombadas y sus tejados hundidos.
En 2021 había censadas en Casillas de Flores 191 personas, 61 menos que veinte años antes, con lo que la población ha bajado casi un 25%. Y es la tónica general en los pueblos de la zona. Es otra pandemia, lamentan sus vecinos. Carlos y Raquel nos señalan una calle donde absolutamente todas las casas están abandonadas: la última, fue hace poco cuando su dueña se mudó a una residencia de ancianos. Por eso su fachada es la única que destaca en toda la calle, aún con colores vivos y con el reflejo alegre de su propietaria.
Sorprendentemente, en el último año el pueblo cuenta con siete vecinos más, según el INE. Hay un matrimonio joven que ha llegado hace poco, aunque la mayoría de ellos son los ‘retornados’: gente que nació en el pueblo, se marchó de joven para trabajar y regresa ahora para su jubilación. Llama la atención la cantidad de esos vecinos que provienen de País Vasco y París. “Ten en cuenta que muchos emigraron en los años 60 a Francia, y los que no tenían contrato de trabajo o papeles se quedaban en Irún y otras zonas de Euskadi”, señala el matrimonio que nos hace de guía.
Pero la jubilación no significa mucho en Casillas de Flores, un pueblo cuya actividad principal, como la mayoría de los de la zona, es la ganadería. Incluso aquel que tiene algún comercio en el pueblo (se cuentan con los dedos de una mano) lo complementa con la actividad ganadera: "Con el número de clientes no te da para vivir solo con el negocio", dice Carlos.
No hemos recorrido medio pueblo cuando empiezan a sonar los cencerros y aparece Felipe ‘El Chapas’ de vuelta con sus 20 ovejas. Él lleva unos ocho años en el pueblo, aunque no nació aquí, sino en Alberguería, otro pueblo cercano. “Soy medio de aquí, medio de allí, medio de todas partes”, cuenta tras explicar que su padre es portugués, como la mayoría de sus ovejas, que ha ido trayendo poco a poco. Trabajó la mayor parte del tiempo en Zaragoza y finalmente se instaló en Casillas.
‘El Chapas’ conversa un rato con Carlos, que también regresó hace 15 años de Irún con su mujer y su hijo al pueblo natal de ambos a cambiar un trabajo de ciudad por la vida en el campo, siendo aún joven. Ya en Casillas, tuvieron una niña, ahora adolescente. Carlos nunca se había dedicado a la política, pero sí formaba parte de una plataforma de la España Vaciada y ahora va de número dos en las listas de este partido por Salamanca. “A ver si arreglamos el medio rural… por lo menos, que no nos quiten más”, le dice Felipe al hablar sobre esta cuestión.
"Que no nos quiten más"
“Que no nos quiten más” es una frase que lo resume todo. Si bien no se sabe el ‘quién’ es el que quita, sí está claro el ‘qué’: el futuro. Pongamos un ejemplo: en Casillas solo queda ya una tienda de alimentación, aunque antes había más. No todos los días laborables está abierta, depende de su dueña, que trabaja a su vez en la residencia de ancianos, “que es la principal salida laboral para las mujeres del lugar”, explica Raquel.
De ocho bares que había cuando ella iba al pueblo de joven, a día de hoy solo queda uno, el bar-restaurante de Elías ('Las Peñitas'), que ya va teniendo edad de jubilarse y, con dos hijas que rehúsan continuar con el negocio, teme que no vaya a haber nadie que le suceda al frente del mismo. Que desaparezca un bar en una ciudad como Madrid o Barcelona quizá no sea trascendente más que para los ‘feligreses’ habituales. Pero en Casillas de Flores, supondría poner fin al único lugar de reunión y celebraciones de los vecinos. El único lugar (a excepción de los hogares) donde, en días helados como en el que lo hemos visitado, la gente se puede congregar cerca de la leña a calentarse con un café y a conversar.
Si uno echa la vista por el interior de ‘Las Peñitas’, verá un lugar que todavía rebosa vida. Hay portugueses de paso o de localidades vecinas que vienen de visita. También de otros pueblos cercanos.
La escuela rural, en riesgo de desaparecer ante la pérdida de alumnos
Por la puerta acaba de entrar Ricardo, el director de la escuela. Se trata de un Colegio Rural Agrupado (CRA) que se encuentra en Fuenteguinaldo, a nueve kilómetros de Casillas, y que ofrece educación primaria a otras localidades pequeñas. Ricardo llegó primero allí como profesor hace 15 años. Por entonces, el colegio tenía 80 alumnos y cubría la Educación Primaria y la ESO. Ahora, tiene exactamente la mitad de alumnos y, cuando los niños pasan de sexto de Primaria, se ven obligados a estudiar la Educación Secundaria en Ciudad Rodrigo. Al menos, sí hay un autobús escolar diario que les lleva hasta allí (y que algunos adultos aprovechan, a veces, cuando quedan plazas, para poder ir a la ciudad cuando no sea martes).
Fuenteguinaldo es el pueblo de referencia para otros que están alrededor. Es donde está el centro de salud (que envía el médico a Casillas de Flores tres días a la semana durante, aproximadamente, una hora y media para consulta) o la farmacia más cercana. Pero en 20 años ha pasado de tener 913 habitantes a 674 (un 26% menos) y todos los vecinos saben lo que esto puede suponer: cada vez menos servicios cerca.
La desaparición del colegio es algo que teme, precisamente, Ricardo. “Imagínate que te quedan cinco años para jubilarte y te tienes que ir a trabajar a otro colegio”, le expone Carlos. Y él asiente preocupado: “Hombre, si hemos pasado de 80 alumnos a 40 en 15 años, tú imagínate”.
Los adolescentes ven su futuro fuera del pueblo: "No me queda otra que irme"
Al hacer recuento estos vecinos, les sale que hay unos once menores de edad en todo el pueblo. Dos de ellos, a los que Ricardo dio clase en el pasado, están al fondo del bar, tomándose un refresco. Son Lucía y su primo Nicolás, ambos de 16 años.
Lucía no se siente extraña al vivir en un pueblo como Casillas. “Estoy acostumbrada, aquí nos entretenemos y no es algo que me moleste. Además, en verano viene más gente”. Dice que de su edad (dos años arriba, dos años abajo), solo hay unos cinco chavales y eso hace que, sí o sí, tengan que ser amigos. Pero sí que echa en falta que haya algo más de “ambiente” y que pudiera tener más independencia para quedar con sus amigos de Ciudad Rodrigo, donde estudia, ya que depende de que sus padres la lleven en coche. “Estoy deseando sacarme el carnet”, cuenta.
Nicolás también es feliz viviendo en el pueblo y dice que lo prefiere antes que una gran ciudad. Pero, precisamente por eso, se plantea seriamente su futuro. “Tengo muy claro que quiero ser carpintero, aunque informática también me gusta mucho y me gustaría estudiar las dos cosas”, explica. ¿Dónde? “No me queda otra que irme a Salamanca”. Nicolás sabe y le da “pena” que lo más probable es que, una vez se vaya a Salamanca a estudiar, no vuelva a vivir en Casillas, aunque espera poder trabajar en una ciudad cercana para volver los fines de semana.
Lucía también se irá el año que viene a estudiar a Salamanca: “Quiero hacer algo relacionado con los niños pequeños o de veterinaria”. “No me queda otra que irme de aquí, pero muchas ganas no tengo”, añade, aunque reconoce que el trabajo de veterinaria sí le permitiría, en un futuro, poder trabajar en el pueblo, donde prácticamente todo el mundo tiene ganado.
Pocas opciones más hay. 2020 trajo a España, ligado al coronavirus, el teletrabajo, pero en pueblos como Casillas es inviable, ya que los vecinos calculan que les llegan apenas unos 12 o 14 megas. “Para que te funcione algo bien, necesitas por lo menos 100”, lamenta Carlos. Y es que los problemas de conectividad son otro gigante a resolver para frenar la despoblación y facilitar que en los pueblos se pueda emprender.
Muchas cosas más se podrían decir de Casillas de Flores, un pueblo del que fue embajador hace unos años José Pinto, ya fallecido, tras su paso por grandes concursos de la televisión y del que se enorgullecen y al que recuerdan sus vecinos con cariño.
La vida en los pueblos, son un mundo sencillo aunque muy rico a la vez. Pero estas bastan para reflejar las carencias y los retos a los que se enfrenta esa España que se va desangrando, cada vez más envejecida y despoblada, que va perdiendo servicios básicos y cuyos problemas comenzaron largas décadas atrás. Esa España que ahora que se acercan las elecciones en Castilla y León el próximo 13 de febrero pide a gritos una ayuda que les salve y les baje de un tren del olvido y la decadencia que va cada vez a más velocidad.