Pequeños ganaderos contra las 'macrogranjas': "Una cerca nos arruinaría. No dan trabajo, todo está automatizado"
- RTVE.es habla con ganaderos sobre los posibles riesgos de la ganadería intensiva, los efectos en el terreno y el bienestar animal
- Vanesa y Carlos tienen sus vacas al aire libre, mientras que la familia de Rubén tiene una granja intensiva y mecanizada
En plena Sierra de la Demanda, dentro del pequeñísimo pueblo de Alarcia (Burgos), un centenar de vacas pastan libres en un prado verde. Tienen cerca la carretera que divide el pueblo en dos, pero difícilmente los coches las inmutan, pues apenas pasan. La tranquilidad invade todo el espacio y la imagen del campo verde, las montañas y los animales, con su parsimonia habitual mientras comen o duermen la siesta, es absolutamente de paz.
Son las vacas de Javier y Vanesa, un matrimonio de unos 40 años que comparte el negocio de la Ganadería Pinedo-García. Llevan pocos años ejerciendo de ganaderos y antes ni siquiera vivían en la zona, porque tenían trabajos muy distintos en la ciudad. Javier sí había mamado la pasión por la profesión desde niño, puesto que sus padres habían sido ganaderos. Llevó a Vanesa a compartir la misma ilusión y juntos decidieron comprar algunas cabezas y abrir su propia ganadería en el pueblo de sus padres.
En total, calculan que tienen 360 vacas, cuyo fin es el de parir terneros destinados a la producción de carne. Ahora mismo, con tal volumen, dice Vanesa, no podrían tener a todas en sus tierras de Alarcia, por lo que las reparten también entre dos pueblos próximos: Valmala y Villasur. El objetivo es que el ganado se vaya moviendo entre las hectáreas de las que disponen y que el terreno donde pastan se pueda ir regenerando. Además, la alimentación natural se complementa con ensilado de veza, explica a RTVE.es.
Su negocio es lo que se llama ganadería extensiva, que a fin de cuentas, es la forma de ganadería convencional, la que se ha hecho toda la vida en el mundo rural y la que se desarrolla en un entorno natural.
Hay algunos territorios de España y, en concreto, de Castilla y León, donde la ganadería extensiva sigue siendo la actividad dominante. Es el caso, por ejemplo, de los pueblos de la comarca de Campo de Robledo, enmarcados en los alrededores de Ciudad Rodrigo (Salamanca).
Allí ven con cierta expectación como en los últimos días se ha hablado insistentemente de ganadería extensiva e intensiva a raíz de la polémica surgida por las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, en The Guardian, denunciando el impacto ecológico de las denominadas 'macrogranjas' y la peor calidad de su carne, y el tsunami político posterior.
Carlos, ganadero de Casillas de Flores tiene una historia similar a la de Javier y Vanesa y dispone ahora mismo de una granja pequeña con 160 vacas, también de carne. Las mueve entre sus tierras y complementa su alimentación con heno natural. Enseña a RTVE.es algunas de ellas y, mientras nos sumergimos en su día a día laboral, lamenta que la burocracia dificulta en muchas ocasiones la labor de los pequeños ganaderos, como el hecho de que no sea posible en su pueblo concentrar parcelas, como sí ocurre en otros lugares, o que cada vez que quiere que sus vacas pasten tan solo 15 días en un terreno arrendado en un pueblo muy cercano, pero perteneciente a otra administración, tenga que pedir un permiso especial.
Ganadería intensiva no es lo mismo a 'macrogranja'
El de los pequeños ganaderos Carlos, Javier y Vanesa es un sistema distinto al de la ganadería de Rubén y su familia. La cooperativa de sus padres, sus tíos y sus abuelos dispone de una granja en Ampudia (Palencia) con unas 1.000 ovejas, divididas en cinco sectores dentro de una nave. En un principio, cuando el número de cabezas de ganado era menor, se trataba de una fórmula mixta en la que se compaginaba que las ovejas salieran a pastar por las hectáreas familiares con que durmieran en la nave.
Pero ahora pasan más tiempo en el interior. “Va a ir reduciéndose (el tiempo que salen a pastar) porque cada vez cuesta más encontrar un pastor que vaya haciendo estas labores”, afirma Rubén que, a sus 19 años, aparte de colaborar con el negocio ganadero familiar, estudia en Viñalta (Palencia) un grado de Ganadería y Agricultura ecológica para modernizar el negocio y hacerlo más sostenible. Pero ve difícil llevarlo a la práctica por ahora.
“Nuestra granja no es extensiva porque las ovejas están cerradas, tienen una rutina diaria, comen pienso que no es pasto o comida natural sino prefabricado”, explica. Pero aclara que su negocio tampoco es una 'macrogranja', puesto que para ello el volumen de ganado debería ser mucho mayor: “A nivel bobino, más de 10.000 piezas”.
“Una macrogranja no es ni siquiera una explotación ganadera, al fin y al cabo son empresas que trabajan para otras empresas”, añade y pone de ejemplo la 'macrogranja' de una conocida marca de embutidos.
En realidad, no hay una definición oficial sobre qué es una 'macrogranja' ni un consenso sobre cuántos animales debe tener una explotación para poder ser considerada como tal. El término lo han popularizado las entidades ecologistas y algunas asociaciones en contra de grandes granjas intensivas, especialmente las de cerdos, gallinas o vacas lecheras, y ha terminado de hacerse conocido tras las palabras de Garzón.
Pero más allá de la polémica, entre ganaderos pequeños como Vanesa, Javier y Carlos y otros de extensiva sí hay cierto recelo hacia la fórmula que tiende a mecanizar el proceso concentrando a los animales, sobre todo cuando son muchos. En concreto, las críticas coinciden en afirmar que no es un sistema que dé trabajo sino que puede afectar a ganaderos pequeños y contamina el territorio. Además, algunos creen que la calidad de la carne empeora en la fórmula intesiva y creen que el bienestar animal puede verse afectado.
“No da trabajo y a muchos nos llevaría a la ruina”
Vanesa tiene claro que, si existiera una explotación con estas características en su comarca, “dañaría bastante al territorio”. “Para empezar, seguramente, a muchos ganaderos de extensivo nos llevaría a la ruina porque no dan trabajo. La mayoría de las tareas están automatizadas, como la retirada del estiércol o la alimentación del ganado”.
También cree que las granjas de este estilo tienden a “abaratar costes” porque les cuesta menos producir, y teniendo en cuenta otros factores como la inflación, los pequeños ganaderos saldrían gravemente perjudicados: “Ahora la actividad es rentable gracias a las ayudas de la PAC, pero si no, imposible”.
Rubén, que tiene la granja más grande sin llegar a ser 'macrogranja', reconoce que en su nave, a las ovejas se las ordeña mediante una máquina que opera de 20 en 20. “Va por tandas, no todos los días hace falta ordeñar a las 1.000", dice. Para todas esas piezas ovinas, la granja cuenta solo con dos empleados y un tractorista para realizar diversas funciones (además de la propia familia, que trabaja a su vez con el ganado).
Pese a la automatización de algunas tareas, este joven subraya que el trabajo “es bastante sacrificado”. Y defiende su modelo: “Yo me he criado viéndolo así, aunque sé que hay gente más y menos de acuerdo”.
“El principal daño es medioambiental”
“El principal daño de las ‘macrogranjas’ no es que se coma a los ganaderos pequeños sino el daño medioambiental y el daño al bienestar animal”, comenta Carlos, que se dice “preocupado” por esta última cuestión.
“Mis vacas, ahora mismo, no contaminan prácticamente nada porque están todo el día sueltas y van esparciendo las heces poco a poco por el territorio de forma natural, pero si las tienes cerradas se te hace una montaña esos purines, se usan de abono y se acaban filtrando al terreno y a los acuíferos”, expone Vanesa.
Por último, los ganaderos del método extensivo coinciden en afirmar que la carne de una granja intensiva es "peor", al menos en cuanto al vacuno al que ellos se dedican, principalmente dado que la alimentación es más artificial.
Rubén, sin embargo, no cree que el modelo afecte a la calidad. “La calidad al final está garantizada también por lo que la ley dice, establece cuánto sitio tienes que dejar entre los animales y garantiza las medidas de higiene” que todas las instalaciones ganaderas deben cumplir, señala. Y del mismo modo, indica que la ley también se refiere al bienestar animal. En su granja, añade, los animales pueden moverse con facilidad e incluso “correr”.
Rubén sí se muestra a favor de una ganadería más ecológica, tanto para el modelo extensivo como el intensivo, pero no lo ve “viable” de inmediato. “Los cambios tienen que ser muy graduales”: “Veo bien centrarnos cada vez más en que todo vaya a mejor y en lo ecológico, pero ahora te cuesta más dar de comer de forma ecológica a una oveja que lo que ésta te produce”.
Los cebaderos intensivos se imponen al final del proceso
Por más que Vanesa, Javier y Carlos defiendan la ganadería extensiva, reconocen que, cuando sus terneros cumplen entre seis y siete meses y es el momento de engordarlos antes de llevar al matadero, el proceso acaba pasando por cebaderos intensivos.
Carlos, en concreto, tiene una instalación que le permite engordar a unos 15 terneros al año. Pero cada año nacen alrededor de 80. El resto, se ve obligado a venderlos a otras ganaderías intensivas y ahí se pierde el seguimiento que hace al animal: “Ya sí que no sabes cómo va a estar ni qué va a pasar con él. Me gustaría que no fuera así, y controlar el proceso hasta que llegaran al matadero”, señala.
Vanesa y Javier no tienen directamente cebadero en sus tierras y los entre 120 y 160 terneros que tiene cada año los acaba vendiendo, dice, al mercado de Torrelavega o a una ganadería intensiva de Lleida: “Ellos los ceban”. “La mayoría de ganaderos”, afirma, “hace igual” con sus terneros.
Creen, sin embargo, que serían necesarias más ayudas para que los ganaderos pequeños pudieran culminar todo el proceso: “Sería lo lógico que pudiéramos terminar la cadena completa. Nosotros tenemos al ternero en perfectas condiciones pero, una vez lo vendo y hasta que lo matan, a saber cómo está. De otra forma, estaría todo más controlado”.